Wednesday, February 28, 2007










Una noche Monumental - Gremio 0 – Cúcuta 0 en Porto Alegre


(Esta travesía no podría hacerse sin el patrocinio de Gótica Eventos, Damovo y Hanna Estetics, Bogotá)

Favor hacer las donaciones para los niños con cáncer en la cuenta de ahorro exclusiva para Brasil en dos ruedas, número 0483124605-2 de Bancolombia a nombre de OPNICER (Organización de padres de niños con cáncer, Nit: 830091601-7). Con estas donaciones usted está ayudando a un niño enfermo de cáncer a tener una posibilidad de vivir.

(Interrumpo el orden de las crónicas dada la actualidad de está. Espere mañana la crónica número VI de Brasil en dos ruedas).


La noche es cálida y en el ambiente se respira aire de carnaval. Por la avenida Borges de Medeiros cerca de la plaza central, un bus repleto de hinchas se sacude al ritmo de una canción en portugués. Otras personas caminan por las calles con la legendaria camiseta de rayas azules, blancas y negras. Los carros pasan con banderas al aire tocando sus bocinas, anunciando que el gran momento se acerca. Nadie se quiere perder el partido. Los que no van al estadio se dirigen a sus casas para verlo por televisión.


Camino algunas cuadras pensando en que esta es una tierra de buen fútbol. Gremio se ganó la Copa Intercontinental en 1983, e Internacional de Porto Alegre es el actual campeón del mundo. La única otra ciudad brasilera que tiene dos campeones del mundo es Sao Paulo. Llego hasta el punto de encuentro con Tania, quien luce una gorra de Gremio con mucho orgullo. Me da un gran abrazo y me dice: - Hoy ganamos 2 a 1.

- No estés tan segura.

- Sí, con certeza – me responde en su idioma.

A mi cabeza llega una escena de hace once años en la que Jardel, el delantero de Gremio en ese entonces, aseguraba por televisión que su equipo iba a estar en la final de la Copa Libertadores por encima del América de Cali. - ¿Está seguro? – le preguntaron: “Sim, com certeca”.


Tomamos un bus pero el acceso al estadio está imposible. Nos bajamos varias cuadras antes, entre el furor de un tráfico de carros pitando, hombres y mujeres por fuera de sus ventanas agitando banderas. Filas de buses repletos de hinchas que cuelgan hasta de sus puertas, arriban a las proximidades coreando cánticos. Doblamos una esquina y a lo lejos se ven las torres de luz que iluminan el campo de juego. Le damos la vuelta a una cuadra y aparece el Estadio Olímpico Monumental con un gran aviso iluminado en color azul que dice: GRÊMIO DO PORTO ALEGRE: CAMPEÃO DO MUNDO.

- Vas a ver que yo soy de las pocas negras que vienen a ver a Gremio – me dice. Según ella los negros son hinchas de Inter, el equipo “del pueblo”. Los gremistas se burlan de los “colorados” porque dicen que les costó mucho trabajo llegar a ser campeones del mundo.

Dentro del estadio hay un lindo museo de pisos y paredes de madera brillante en donde está exhibida la historia del club, junto con todas las copas que el equipo se ha ganado desde 1903, año en que fue fundado. Hace unos días lo caminé viendo las tres copas Libertadores, una de las cuales se la ganó a Nacional de Medellín en 1995, la copa Intercontinental que le ganó a Hamburgo por 2 a 1 en Tokio, la Recopa suramericana, y todas las copas brasileras y otros campeonatos que ostenta el equipo.


Voladores, volcanes y pitos se escuchan toteando y silbando por donde pasamos. Hay algunos hinchas con la cara o el tórax pintados. Todo el mundo anda apurado pues sólo faltan 25 minutos para que se inicie el partido. Estamos llegando frente al estadio cuando suena un estallido y todo queda a oscuras. El gran aviso iluminado queda en tinieblas como el presagio de un presente no tan halagador como el pasado. Reina la confusión. Los hinchas adentro gritan y afuera las personas no saben si seguir haciendo o no la fila. Nos acercamos a una de las puertas y entramos dentro de unos muros que circundan al estadio. Aseguro la cámara en mi bolsillo. El tumulto aprieta a una persona contra otra hasta que la caballería le tira encima los caballos a la gente y se forma una estampida que deja aprisionadas a algunas personas contra el muro.

- Esto está muy peligroso – le digo a Tania.

- No sueltes mi mano.

Me lleva por entre la turba hasta un sitio en el que podemos tomar aire. Preguntamos dónde es la entrada de nuestros boletos y un asistente nos señala una fila interminable. La hago mientras Tania averigua si esa es nuestra entrada. Vuelve con el cuento de que un volador dio contra un transformador de energía del estadio y eso produjo el apagón. Las puertas están cerradas y nadie puede entrar o salir. El caos es total. A nuestro lado pasan miles de hinchas que no saben por dónde entrar. Algunos pasan corriendo. No hay ninguna señal de que vuelva la luz y ya ha pasado más de media hora. Nuestra fila empieza a moverse hasta que se detiene de nuevo. Las personas siguen pasando a nuestro lado sin saber por dónde ir. Tania se pone a hablar con otros hinchas de Gremio que dicen que este tipo de cosas no le convienen ni al equipo ni al Brasil, si es que el país quiere ser la sede de un próximo mundial.

- El partido debe quedar 2 a 0 o 3 a 0 – dice uno de ellos cambiando de tema. Hay uno más escéptico que dice que hay que esperar. Los escucho en silencio. Hablan algunas otras cosas hasta que uno se interesa al verme escribiendo cosas en una libreta entre las tinieblas.

- Qué estás escribiendo.

- Información para una crónica.

- De donde eres - me dice al notar mi acento extranjero.

- De Colombia -. Se quedan mirándome como si se les hubiera aparecido un espanto. – ¿Eres hincha de Cúcuta?

- De Millonarios. Pero si me lo preguntas obvio que voy por el Cúcuta.

Me van a preguntar alguna otra cosa pero la fila empieza a moverse muy rápido y nos toca correr. Lo hago con dificultad sintiendo el dolor de mi hernia. Más adelante vuelve a parar. – No se te ocurra decir eso adentro – me dice Tania al oído.

- Tenemos la impresión de que el Cúcuta es un equipo muy chico. ¿Juega bien?

- Es el campeón de Colombia. Hay que tenerle cuidado.

- Es verdad - dice el más escéptico.

Les cuento que quedo campeón al año siguiente de haber ascendido de la segunda división.

- Gremio también ascendió el año pasado de la segunda división – dice uno de ellos. Hace años que no juega la copa Libertadores y este es su primer partido en casa luego de volver a ascender.

El escéptico me mira justificando su temor en mi respuesta, al tiempo en que pienso que Gremio se ha ganado todo: hasta el campeonato gaúcho de la segunda división. En Brasil cada estado tiene sus propios campeonatos. Inter y Gremio juegan el campeonato gaúcho de la primera división que enfrenta a todos los equipos de Rio Grande do Sul. Los equipos de Sao Paulo juegan el campeonato paulista y los de Rio el carioca. Lo mismo sucede con los demás estados. Los ganadores de estos campeonatos juegan una copa para ver quién es el campeón de Brasil. La fila empieza a moverse lentamente.

- Llegó la luz – dice Tania. Pero una mejor aproximación nos deja ver que es la luna.

El tiempo sigue pasando y la confusión aún reina. No hay ninguna señal que haga presagiar la llegada de la luz. Al cabo de un tiempo un policía a caballo pasa diciendo que abrieron la puerta para nuestras entradas al otro lado del estadio. Todo el mundo corre. El cuello de botella sobre una pequeña puerta es tremendo. Lentamente nos aproximamos a ella a medida en que la presión de las personas va en aumento. Tania pasa y luego un policía me requisa. En la oscuridad entrego mi boleto y entramos a un estadio que parece más el escenario de un concierto que el de un campo de fútbol. En las tribunas los 40.000 hinchas encienden sus celulares y mueven sus brazos en un juego de colores que emociona. La luz de la luna me deja ver al Cúcuta en el terreno de juego calentando muy concentrado, en silencio.


Las gradas se van terminando de llenar cuando llega la luz y el escenario se llena de color. La gente sonríe a mí alrededor. Todo es fiesta. Gremio viene de ganarle a Cerro Porteño a domicilio y todo hace pensar que el Cúcuta será un bocado fácil. Todo el estadio es azul. Los pocos hinchas que no tienen la camiseta del equipo llevan puesta alguna otra prenda de ese color. El ambiente de carnaval vuelve a reinar. La barra brava agita sus banderas, un tamborileo al ritmo de zamba se escucha y una lluvia de voladores se apodera del hemisferio. El equipo colombiano vuelve a los camerinos. Del otro lado del estadio, detrás de la portería, sobre una tribuna superior especialmente dispuesta para aislarlos, están los escasos cucuteños que vinieron desde Colombia con banderas de nuestro país. El estadio entero empieza a corear cánticos a favor de su equipo y una gritería ensordecedora se escucha cuando Gremio salta a la cancha. El Cúcuta demora su salida que es acompañada por una gran rechifla y gritos de abucheo. Los árbitros se alistan y sin perder más tiempo comienza el partido al contraste de la bella grama iluminada, los colores del equipo local y el rojo y blanco del segundo uniforme del Cúcuta.


La primera llegada de cierto peligro exalta los ánimos de nuevo y a barra brava salta a la luz de unos nuevos fuegos artificiales, que luego se diluyen en la noche así como las siguientes jugadas de ataque de un equipo local que se encuentra frente a otro muy bien parado en la cancha. La defensa del Cúcuta se ve sólida y los minutos empiezan a correr en un ir y venir de jugadas de medio campo que terminan anestesiando las embestidas del local. No digo una palabra. Ni siquiera a Tania que grita como lo hacen los demás hinchas al ver que su equipo no puede sobrepasar la férrea estructura del equipo visitante, que encuentra una jugada de contragolpe que deja mudo a un estadio al que le vuelve la vida cuando el izquierdazo del delantero colombiano sale desviado mordiendo el borde la maya de la portería.


Hay un par de jugadas más de cierto peligro que acompañan el ataque de Gremio, pero el primer tiempo se acaba con el silbato del árbitro que lo determina. Tania compra maní y le ofrece a todos los gremistas a nuestro alrededor, que le dan de vuelta cerveza a ella. Tenía razón, es una de las pocas personas de raza negra. A mi alrededor hay hombres de todas las edades que esperan impacientes el inicio del segundo tiempo, hasta que se forma la ola y la tensión del partido se transforma en una algarabía colectiva que lleva a las personas a levantar los brazos a su paso.

Los equipos salen nuevamente a la cancha y logro escuchar los cánticos de la hinchada del Cúcuta.

- ¡Ahh! Fecha a boca flamenguistas – les grita un hincha a mi lado.

Un par de jugadas iniciales de ataque asustan al equipo colombiano que luego de algunos minutos controla de nuevo el partido, al punto de empezar a desplegar un juego de pases cortos y rápidos que empiezan a marear al rival.

- Que tristeza esto – le oigo decir a otro hincha a medida en que pasan los minutos y Cúcuta se vuelve protagonista del partido con algunas jugadas de ataque que empiezan a asustar al estadio entero. En medio de aquella gran tribuna gremista, en la soledad de mis pensamientos y de la fuerza silenciosa que le hago al equipo colombiano, me da la impresión de que si Cúcuta pusiera un poco más de determinación en el ataque, podría pensar en ganar el partido.

Los hinchas de Gremio ante la impotencia que se va apoderando de ellos, empiezan a gritar en contra de un jugador de su equipo.

- Vai embora Patricio, vai embora.

Otro hincha atrás mío repite constantemente la frase: - so um, so um -, en una demostración de desespero en la que muestra que se conformaría con un solo golecito. Todos a mi alrededor cambian de actitud y empiezan a decir groserías a medida en que la defensa de Gremio se hace más vulnerable y los ataques de Cúcuta toman fuerza en ese mismo juego de pases cortos y rápidos que parece embrujar a los jugadores brasileros y morderse los codos a los hinchas gaúchos.

- ¡Merda! ¡Merda! Grita una brasilera muy linda unas tres gradas atrás de mi. Una sucesión de frases compuestas sale de su boca: – ¡Qué es esa mierda! ¡Qué jugada de mierda! ¡Qué jugador de mierda! ¡Chuta esa mierda carajo! ¡Saquen a esa mierda! - refiriéndose a un jugador colombiano que está tendido en el piso luego de una falta que le cometieron.

Los minutos van pasando en el embrujo que impuso el equipo colombiano, mientras confirmo que la historia no gana por los equipos. Los hinchas del Cúcuta son cada vez más sonoros y animados a medida en que el reloj se va acercando a los últimos minutos de juego, al punto en que algunos brasileros indignados empiezan a caminar hacia la salida del estadio.

- Vamos, vamos, vamos tricolor. Vamos, vamos, vamos tricolor – grita una tribuna que no pierde la esperanza

- So um, so um – vuelve a gritar el hombre tras de mi. El sentimiento de frustración de las personas a mi alrededor es muy grande.

Un ataque sorpresivo de Cúcuta deja el estadio mudo y una hincha grita: - ¡Saca esa bola por amor de Deus!

La frase de aquel gran goleador, un pescador de área maravilloso que luego de perder la semifinal contra el América en 1996, quedó varias veces campeón en el fútbol portugués con el Oporto y el Sporting de Lisboa, vuelve a mi cabeza: - Com certeca -. Super Mario, como solían decirle a Jardel podría estar ahí entre la tribuna viendo a su antiguo equipo once años después, pensando en que no hay certeza de nada en la vida y mucho menos en el fútbol. La vida misma es aleatoria. Así lo planteó Descartes en su Discurso del Método en donde escribió: “Solo sé que nada sé”.

El árbitro sopla su silbato señalando el final del partido y los brasileros caminan hacia la puerta de salida, mientras veo a los hinchas cucuteños celebrar el empate sobre unas pancartas que dicen “Barra el Turco” y “Barra Trinchera”. Tania no me dice nada. Sólo camina con los demás en silencio.

Esta historia queda en continuará…, porque el mundo es mejor verlo con los propios ojos que por el Discovery Channel. (Las publicaciones se harán los martes y jueves aunque su periodicidad no puede garantizarse dada la naturaleza del viaje). Para ver más fotos del viaje diríjase a las páginas http://www.eduardobecharanavratilova.blogspot.com/ y http://www.brasilendosruedas.blogspot.com/ Agradecemos a los siguientes colaboradores: Embajada brasilera en Colombia, Ibraco (Instituto cultural de Brasil en Colombia), Casa editorial El Tiempo, eltiempo.com, Avianca, Gimnasio Sports Gym y la revista Go “Guía del ocio”.


Wednesday, February 21, 2007







Una ciudad distinta - Crónica V

(Esta travesía no podría hacerse sin el patrocinio de Gótica Eventos, Damovo y Hanna Estetics, Bogotá)

Favor hacer las donaciones para los niños con cáncer en la cuenta de ahorro exclusiva para Brasil en dos ruedas, número 0483124605-2 de Bancolombia a nombre de OPNICER (Organización de padres de niños con cáncer, Nit: 830091601-7). Con estas donaciones usted está ayudando a un niño enfermo de cáncer a tener una posibilidad de vivir.



Abro los ojos justo en el instante en que siento que un hombre mete su mano en mi mochila. Me mira y desvía su movimiento. Lo miro con desprecio. Aprovecha la parada y se baja. Reviso. Está todo ahí. La palabra horrible sigue retumbando en mi cabeza. Resisto la embestida del sueño. El bus está abarrotado. A las dos horas me bajo en la Plaza del Congreso y camino hasta el hostal St. Nicholas. Me chequeo. No sé qué hacer, no tengo sueño, el tiempo apremia, en tres días debe comenzar la travesía en bicicleta a favor de los niños con cáncer. Aún me falta concretar a los patrocinadores, comprar la bicicleta, empezar a escribir la travesía. Mis ojos están rojos y mis párpados caídos. Sólo puedo pensar en Tatiana y en esa palabra. No dejo de escuchar esa palabra tan horrible. Le escribo luego en un mail, es horrible esa palabra: horrible. Intento dormir, no puedo. La angustia no me deja, aparte no puedo perder tiempo, debo empezar a moverme. Cierro los ojos, los abro. Pienso en Tatiana. Me quiero ir de Buenos Aires inmediatamente. Me levanto y me pongo los jeans, pido un mapa en la recepción y me doy cuenta de que mi mano izquierda está temblando. La meto en el bolsillo. - ¿Dónde hay un locutorio cerca? – pregunto.

- Por acá hay en cualquier lado – me responde una chica. – ¿Estás bien? Luces fatal.

Vuelvo a intentar dormir. Lo consigo. Al poco tiempo me despierto. Hay un gato mirándome. Está sentado sobre una cama contigua. Me levanto, salgo del hostal y voy al internet. Escribo algunos mensajes a mis amigos en los que expreso mi desgarro. Salgo, hace un calor imposible. Voy a un restaurante sobre la plaza y pido una milanesa. Me la traen; no la pruebo. Hago cálculos de la hora en la que puede estar llegando Tatiana a su casa en Bogotá. Dejo la carne de lado y llamo desde el celular que papá me hizo traer para estar en contacto sin importar su tarifa millonaria. - A dónde te vamos a buscar si un bus te pasa por encima – había dicho. Vuelvo al locutorio, escribo mensajes por internet, caigo en cuenta de que no hay manera en que pueda comenzar la travesía el primero. Camino hacia el hostal cuando me entra la llamada de Tatiana. Voy hasta una banca en la mitad de la plaza y me siento. Lloramos juntos.

- Estoy devastado – le digo.

- Ni me digas.

- Me quiero ir ya mismo de Buenos Aires, ya no me gusta.

- Que amanecer tan triste el que me tocó vivir al lado de un gordo que roncaba en el avión. ¿Por qué estoy viviendo esto?

Vuelvo al hostal. En el cuarto hay un australiano. Me pregunta qué me pasa. Le cuento y me hecho a llorar. Me alienta. Le digo que soy escritor y me compra un ejemplar de Unos duerme, otros no. El gato está en su sitio sobre el camarote bajo el cual se acuesta un viejo misterioso que no saluda al entrar. Intento dormir. Al cabo de un tiempo lo oigo gorgorear. Me doy media vuelta en el colchón, pienso en Tatiana, vuelve a gorgorear, parece una paloma de esas que se sientan sobre el alfeizar de los apartamentos en Bogotá. Sobre la madrugada me despierta un sonido extraño. Es el hombre tosiendo sobre pedazos de papel higiénico que tira al suelo untados de sangre.


San Telmo

Nunca he tenido buena ortografía. En tercero de primaria la profesora me ponía notas de menos uno punto siete en los dictados. Luego me miraba como si fuera una basura mientras se servía ensalada con otras profesoras con las que me señalaba durante el almuerzo. Creo que fue la nota histórica más baja en mi vida, sólo comparable con el uno que me pusieron en la universidad unas profesoras en el primer parcial de introducción a la literatura, para demostrarme cómo eran las cosas con ellas. – Si vuelve a hacer una pregunta más le pongo uno – le dijo una de ellas a un alumno que tuvo la osadía de levantar más de dos veces su mano en clase.


San Telmo

Temprano escribo un correo al director de la Fundación diciéndole que lo estuve llamando y no me contestó, que estoy frente a la línea de salida esperando el disparo de partida. Insisto en que me preocupa el tema del patrocinio. Le recuerdo que el día tentativo de inicio se nos vino encima y que aún no se ha definido nada. Le digo que le hemos venido dando largas y que llegado el momento de la verdad me enfrento a un terrible monstruo: El hecho de quedarme sin recursos en algún lugar recóndito de la costa brasilera sin opción de pedir ayuda. Manifiesto que mi salud y mi vida están en juego y que no quiero estar desprotegido como lo estuvieron aquellos niños pobres con cáncer antes de que hubieran organizaciones como las que él mismo fundó. Copio a mi papá. Debo apurarme porque tengo que hacer la primera publicación en el blog el día del inicio de la travesía.


Fachada en San Telmo

Cierro el internet y voy a un restaurante en donde pido unos tallarines al pesto. Leo en el periódico que la temperatura del mundo puede llegar a subir hasta 5 grados en los siguientes 100 años. El mundo entra en alerta, dice el titular. Bebo de un vaso de agua y recuerdo la naturaleza deslumbrante de los Esteros del Iberá, en donde vimos jacarés cada dos metros entre las lagunas flotantes, venados y ciervos, decenas de carpinchos, cualquier cantidad de aves y hasta zorros: una tarde descubrimos a tres crías saltando en una cabalgata por las Pampas. Todo tiene que llegar a un límite para que se haga algo al respecto. La reserva se creo luego de la gran devastación que sufrió la zona por cuenta de la mano de cazadores y un desenfrenado saqueo de la naturaleza por parte del hombre. La mayoría de especies animales estaban en peligro de extinción. Me traen los tallarines. Los pruebo con desgano. Camino hasta Florida por las calurosas calles llegando a un sitio llamado Galería Jardín lleno de tiendas de computación. Me dijeron que puedo buscar un local en el que le instalen a mi computador el programa que corrige en Word la ortografía en castellano. Doy con uno pequeño escondido al final de un pasillo. Un hombre moreno de baja estatura y pelo corto me dice que eso me vale 35 pesos. Sugiere ponerle un antivirus actual y ampliar la memoria. Por todo me cobra 240. Lo negociamos en 200, una millonada pero lo pago teniendo en cuenta que es mi herramienta de trabajo y el computador está lento. Espero a que lo haga observando a su asistente, una mujer flaca y desabrida de unos 25 años que tiene el lóbulo de su oreja partido en dos. Juega en una pantalla de video una especie de Pac Man que se ve muy aburrido.


Fachada en San Telmo

Vuelvo al hostal hacia las 8:00 p.m. Mi cuerpo está pegajoso y cargo la suciedad de la calle. Recuesto un segundo la cabeza en la almohada recordando la última noche que pasé con Tatiana en Montevideo en un cuarto de hotel con aire acondicionado, televisión por cable y una cama de sábanas limpias, viendo arrunchados Tiburón. Los papeles higiénicos con sangre en el piso vuelven a mi cabeza y pido cambio de cuarto. Pregunto por el viejo pero nadie me sabe decir quién es. Sólo que es canadiense, lleva en el hostal 3 meses y parece estar enfermo del corazón. Me cambian a un cuarto con un brasilero llamado David, Gady, un israelita que está haciendo un curso de aviación y Arava, una israelita de 21 años que acaba de salir del ejército y está iniciando un viaje por Sur América. Me saluda muy cordial. Me pregunta sobre mi viaje y le cuento lo de Tatiana. Mi mano izquierda sigue temblando y me horrorizo al pensar que tengo los mismos síntomas de un personaje en mi novela. Me dice que todo va a estar bien y sale del cuarto perfumada. Tatiana me llama.

- ¿Tu sabes lo que es esto? Saber que estás enfermo y no poder decirle a nadie, ni siquiera a tus papás.

- La travesía se tiene que hacer, te lo he dicho 1000 veces.

- Yo no lo digo por mi, lo digo por ti. Perfectamente puedes hacerla pero en bus.

- No insistas.

- ¿Te duele?

- Sí.

- A bueno, ¿entonces? -. Hablamos un rato más y antes de colgar me dice: - Oye, no me olvides. Vuelvo al cuarto y escribo en el computador hasta las 3:30 a.m. Cuando me acuesto siento un leve dolor arriba de la ingle.

Al día siguiente voy al locutorio temprano para ver si el director de la Fundación me escribió. Nada. Hay un mensaje de papá en el que dice que no durmió en toda la noche pensando en el mail que le copie. Respondo algunos correos de personas que me han escrito y en horas del almuerzo entro a un restaurante en donde prendo mi computador. Tengo un poco más de hambre. El mesero me trae la carta. El computador no entra a Windows. Lo enciendo y lo apago varias veces pero lo único que dice es: error, sobre una pantalla negra. Se me quita el hambre. Intento calmarme. Le respondo al mesero que no es por la carta que me voy. La suciedad en la calle y el calor húmedo producen en mi un profundo malestar. No he sentido la primera brizna de viento en lo que llevo en la ciudad. Maldigo al recordar el momento en que dejé que un extraño interviniera mi computador.

- Yo se lo traje perfecto y ahora no funciona.

- Si pero yo no tengo la culpa, es como un auto, un día está bien y el otro ya no.

- Es nuevo.

- La revisión cuesta 70 pesos.

Discutimos. Me como la rabia, le pido que primero revise a ver qué tiene. Le digo que estoy lejos de casa y que no tengo mucho dinero. Él me dice que tiene hijos. Lo prende y me da la noticia de que no está leyendo Windows, que puede tener un problema en el disco duro o cualquier otra cosa. Aprieto los dientes.

- ¡Tengo un trabajo importante adentro!

Lo revisa, su asistente me mira con desdén, sigue jugando al Pac Man en la pantalla. Grito por dentro. Llega un hombre joven de corbata diciendo que ya no le funciona una memoria USBN que compró hace dos semanas. Necesita que se la arreglen. Dice que tiene todas las fotos de su hija recién nacida almacenadas ahí.

- No tiene arreglo – dice la asistente.

- ¡Cómo!

Ella levanta los hombros y sigue jugando en la pantalla - ¿120 mangos perdidos así, de una? -. La mira con odio por unos instantes antes de irse. Me siento como un imbécil por dejarlo ir sin decirle lo que me está pasando.

- Esto puede tardar unas horas – menciona el técnico.

- No importa con tal de que no pierda la información que tengo adentro.

Voy a hacer unas vueltas y vuelvo hacia las 7:00 p.m. Me dice que es una falla en el disco duro. Sugiere que se lo deje para que lo revise mañana con calma. Le digo que me lo llevo y mañana se lo vuelvo a traer. Subo por Lavalle y en la esquina con Suipacha veo un tumulto junto a un carro de policía con las luces naranjas encendidas. Busco un espacio y veo a un tipo de chanclas y bermudas esposado boca abajo contra el piso. No pregunto, me voy. Llego al hostal. Me doy cuenta de que se me están pelando las manos. Llamo a Tatiana y le cuento lo del computador.

- Es una señal – dice.

Me doy un baño para escapar del calor agobiante. Conozco a un alemán que me cuenta que un inglés hizo en África lo mismo que yo voy a hacer.

- Yo leí sus crónicas hasta que dejaron de llegar. A las dos semanas escribió su hermana diciendo que un camión le había pasado por encima.

Le cuento a mis compañeros de cuarto lo que me pasó. Gady sabe de sistemas y me acompaña a algunos locutorios del sector por un disco booteable de Windows XP. No lo encontramos. El dolor arriba de mi ingle se ha incrementado. Doy vueltas en la cama aturdido por el calor y el malestar de las manos que me pican. El ruido de los motores de los buses y un zumbido desordenado que producen me exaspera. Son una especie de resoplidos inconexos que retumban en mi cabeza. Me duermo. Me despierto a las 5:00 a.m. El dolor en la pierna me está doliendo más que nunca. Cuento en el hostal lo sucedido y me recomiendan un servicio técnico cerca de allí sobre Paraná. Espero por dos horas a que lo abran. Doy vueltas por la calle pensando en que ese día se iniciaba la travesía.

- Son unos boludos – dice el dueño – pasa igual que en los talleres, cambian una pieza por otra o le dejan algo mal instalado para que tengás que volver y cobran por otra cosa.

Me da buena espina, acordamos que va a intentar recuperar la crónica. Se lo dejo. Llamo del celular a un viejo amigo del colegio a Bogotá diciéndole que tengo un fuerte dolor arriba de la ingle.

- ¿Te arde al orinar?

- Sí.

- Marica, siempre te pasa algo de viaje.

Me da el nombre de un antibiótico. No le menciono el dolor en la pierna. Voy a un locutorio y leo un mensaje de papá. Dice que sigue sin poder dormir. Me recuerda que mamá se enfermó de tristeza en un viaje que hicieron en enero por el Nilo. Por más de que uno esté curtido no está exento de caer en manos de estafadores, sobre todo cuando va viajando en tan corto tiempo de una ciudad a otra, le escribo en un mail contándole lo que me pasó con su computador. Le menciono que el proyecto debe continuar y que cuando todo tome forma van a irse dando cuenta de la importancia que tiene en mi carrera de escritor; le cito una frase de Churchill que le encanta. Por último le escribo que no soy ningún pastorcito y que la gente jamás me creería cuando en serio venga el lobo.

- Che, tengo tu crónica – me dice el técnico. Se demorará un día en reinstalar Windows. Esa noche hay un asado en el hostal. Me siento en una mesa con un colombiano llamado Carlos que es de Pereira y lleva siete años viviendo por fuera del país, una austriaca que no hace sino reírse de cualquier cosa que uno diga, una gringa, un chileno, una pareja de noruegos y una brasilera que está de cumpleaños. Comemos y ellos se toman unos tragos.

- Brinda com a gente – dice la brasilera.

- Eu nao posso – le cuento que me dio una otitis y estoy tomando antibiótico.

- ¡Ahh!, que mau.

El colombiano me dice que vende esmeraldas en Chile y que eso le ha permitido viajar tanto. Me muestra una caja de plástico transparente con las joyas. Jodemos a la gringa diciéndole que Estados Unidos es el único país del mundo que no tiene un trago propio.

- Sí tenemos – responde: – la ginebra.

- La ginebra es inglesa.

- Vodka.

- El vodka es ruso.

- Qué se yo, ¿cerveza? -. Se queda pensando un rato. - ¿Cuál es el de ustedes? – pregunta.

- Aguardiente, hot water in English, don’t drink to much of that, it can make you wild.

Comemos. La gente toma vino y cerveza. Practico portugués con la brasilera. La noche adquiere su propia dinámica a medida en que pasan los tragos. Carlos, el colombiano, se levanta la camiseta y le deja ver a la noruega un tatuaje de un dragón que le cubre el abdomen y su pecho, la austriaca me pregunta si sé donde queda Austria y le digo que he estado en Viena, Salzburgo y un complejo de esquí en los Alpes llamado Alpendorf. Me dice que soy de las pocas personas que no confunden a su país con Australia. El chileno asiente con la cabeza cuando digo que no vale la pena ir a conocer Asunción, en tanto que Carlos me cuenta que las israelitas siempre le preguntan si es circuncidado antes de cualquier cosa.

- Ya es muy tarde cuando se dan cuenta que no. A ellas les gusta jugar pero no te dejan pasar de ahí – dice.

David afirma que los brasileros tienen una alegría particular diferente a la de cualquier otro país del mundo, mientras que Carlos le muestra otros tatuajes a la noruega en presencia de su novio. La noche transcurre en un ir y venir de situaciones similares. Cada quien habla de su propio país y de los sitios en los que ha estado, la brasilera toma una copa tras otra de vino, el chileno escucha, Carlos invita a cerveza como si fuera millonario, la noruega se inclina hacia él y su novio hace cara de aquí no está pasando nada, hasta que suena una salsa y ambos salen a bailar entre las mesas cargados de erotismo.

- Ten cuidado con los latinos – le dice la brasilera al noruego que no pronuncia la más mínima gesticulación en su cara pétrea.

- ¿Lo dices por experiencia? – le pregunto.

- ¡Wow! ¿Tu sabías que tu novia podía bailar así? – dice la gringa mientras que todos presenciamos como Carlos refriega su cara sobre el escote de la noruega extasiada.

- ¿Cagada con el novio? – me pregunta cuando vuelven a la mesa.

- Se lo están comiendo con los ojos – le respondo. Carlos aprieta los puños, el novio se acerca a nosotros y agachándose le agradece por haberle brindado un momento de tanta felicidad a su novia. - Thank you, thank you very much Carlos, I am really grateful – le dice.

- Voces sao muito perigosos – me dice Jennifer acercando su asiento mientras que la gringa se despide, el noruego se lleva a su novia al cuarto y a la mesa llegan unos franceses, Carlos le cae a unas chilenas recién llegadas, le cuento a la brasilera mi travesía, Carlos vuelve irrumpiendo sobre uno de los franceses que asegura que La Paz es la capital de Colombia, está tan borracho que se tambalea al sentarse.

- Que empute – dice – semejante delicia con semejante guevón -. Se voltea contra una de las francesas y le pregunta si se lo traga todo. – No entiendo – responde la francesa en un pésimo español. – ¿Te lo tragas todo? – vuelve a preguntar. – ¿Te decepciono como colombiano? – me pregunta. Respondo que no. – Es que me emputa que estos impongan su francés cuando todos estamos hablando inglés. Uno también les tiene que imponer su lengua. Eso es lo que me ha dejado estos siete años de vivir por fuera, que uno también tiene que imponerle su lengua a estos guevones europeos. Son las 4:00 a.m. Me despido.

- Já vai? – pregunta la brasilera.

- Sím. Estou um pouco cansado.

Esta historia queda en continuará…, porque el mundo es mejor verlo con los propios ojos que por el Discovery Channel. (Las publicaciones se harán los martes y jueves aunque su periodicidad no puede garantizarse dada la naturaleza del viaje). Para ver más fotos del viaje diríjase a las páginas http://www.eduardobecharanavratilova.blogspot.com/ y http://www.brasilendosruedas.blogspot.com/ Agradecemos a los siguientes colaboradores: Embajada brasilera en Colombia, Ibraco (Instituto cultural de Brasil en Colombia), Casa editorial El Tiempo, eltiempo.com, Avianca, Gimnasio Sports Gym y la revista Go “Guía del ocio”.



Tuesday, February 20, 2007





La despedida - Crónica IV

(Esta travesía no podría hacerse sin el patrocinio de Gótica Eventos, Damovo y Hanna Estetics, Bogotá)

Favor hacer las donaciones para los niños con cáncer en la cuenta de ahorro exclusiva para Brasil en dos ruedas, número 0483124605-2 de Bancolombia a nombre de OPNICER (Organización de padres de niños con cáncer, Nit: 830091601-7). Con estas donaciones usted está ayudando a un niño enfermo de cáncer a tener una posibilidad de vivir.


Me dediqué a escribir en el ejército. Era escolta de la esposa del general de Reclutamiento y su hija, una niña gorda con cara de cerdo a la que le decían Miss Piggy. Tenía tanto tiempo libre que sentía mucha angustia al pensar que lo estaba botando. Debía esperarlas en el carro mientras iban cada una por su lado alrededor de 4 veces por semana a la peluquería, o Miss Piggy visitaba a 3 “novios” diferentes, 2 de los cuales eran soldados que ya habían terminado su servicio. Yo era el reemplazo de uno. Afortunadamente no duré ni un mes y medio ahí antes de que le dieran el traslado al general a la brigada de Santa Marta.


Figura de madera - Buenos Aires

Encontré el sosiego en la lectura y escritura. Me leí La ciudad y los perros, Sidharta, El lobo Estepario, Un mundo feliz y me releí la Metamorfosis. Empecé escribiendo poemas y la bola de que yo era poeta se regó tan rápido que un día, ya como dragoneante de instrucción, nuestro comandante, un teniente de nombre Filocaris me dio la orden de hacerle unos poemas para reconquistar a una exnovia. Lo hizo al tercer poema que firmaba con su nombre. Desde ahí me volví su mano derecha. Me contaba intimidades de su vida y acudía a mí por concejos antes que a los propios sargentos. Una vez incluso tomó partido ante uno al que los reclutas le tenían miedo por su personalidad desequilibrada, molesto ante el hecho de que había parado a tomarme una foto con mi camuflado militar, en medio de un riachuelo vía al polígono de la Calera.

- Me incumplió una orden, mi Teniente. Este no es el ejército Bom Bom Bum – dijo indignado.

- Entonces que orden debe cumplirle ahora.

- Tiene que hacerme 5000 frases.

- Sargento no le haga perder el tiempo al Dragoneante.

- Ojalá y no me cumpla la orden – me susurró luego al oído amenazante.

Una noche puso a los reclutas a darle la vuelta a la zona restringida, desnudos y descalzos, cargando los catres con los dos baúles encima.

- ¡El que manda manda aunque mande mal! – gritaba.

Escribí 500 frases apeñuscadas en una hoja oficio que decía: “No debo incumplir las órdenes de mi sargento” y le saqué 10 fotocopias. Me las botó por la cara.

- Se está buscando que lo dañe Dragoneante malparido – dijo cargando su fusil.

Llamé a Papá.

- Hazle las 5000 frases que te pidió – me dijo – es mejor no tentar la suerte. Conseguí cuatro soldados que me ayudaron a hacerlas y se las entregué por la mañana. No dijo nada, ni siquiera las miró.

Salimos a las 2:15 a.m. No hace frío. Tatiana me aprieta la mano mientras que miro el obelisco iluminado en la Avenida 9 de julio por la ventana. La ciudad pasa de largo mientras medito en lo rápido que se pasó todo. – Nuestro tiempo es muy escaso – le dije algunos días antes en la mitad de la noche. Se volteó y me abrazó, lloramos y nos perdonamos. La miro, ella también lo hace.

– No me siento bien - susurra.

- Che, cómo nos hacen de falta los colombianos en Boca - comenta el taxista. Por fortuna ya estamos llegando a Ezeiza. Parquea y saco las maletas del baúl. – Tu novia tiene sueño - dice. Veo a Tatiana sentada sobre un borde al lado de una columna. Le pago al taxista y camino hasta ella. Me mira con ojos vidriosos.

- Siempre me pasa esto - dice. No capto hasta que veo un vómito de color vinotinto, no muy grande, detrás de la columna. No huele. La acompaño al baño. Una matrona me mira con cara de violador. – Está enferma, la estoy acompañando – le digo. Me mira con ojos de príncipe. Vamos al counter, nos atiende Noelia, una joven que hace un mes nos ayudó a cambiar el pasaje de fecha. Es morena y su cara es agradable. Esperamos por 20 minutos hasta que hace unos cambios en el computador. Son las 3:50 a.m. Le pregunto de qué horas hasta qué horas trabaja.

- De 3 a 10 responde.

Finalmente emite el pasabordo. Subimos a beber un café, Tomo la mano de Tatiana. Me la quita.

- ¿Qué te pasa?

- No te hagas el guevón.

- ¿Cómo así?

- ¿Para qué le pediste la hora de salida a la vieja?

- Tatiana, estás muy borracha.

Pruebo el café. Siento el cuerpo pesado, tengo calor y el trasnocho adormece mis ojos. Vuelvo a tomar su mano. Me deja.

- No tenías que ser tan obvio.

- Tatiana, no seas tan boba -. Miro hacia otro lado. A algunos metros de nosotros está la entrada a inmigración.

- No te das cuenta de lo que está pasando – dice. Nos abrazamos, mis ojos se me aguan, ella llora. - Esto es horrible – murmura. La palabra queda retumbando en mi cabeza.

- Te adoro – le digo.

- Yo a ti -. Nos volvemos a abrazar, lloramos. Son las 5:50 a.m. Le dijeron que entrara por tarde a las 5 y 45. La acompaño a la puerta. Antes paga un impuesto adicional. Nos abrazamos. Un nudo se forma en mi garganta. El llanto se desata en ambos. Veo mis lágrimas caer sobre su hombro. Permanecemos un rato así llorando.

- Te amo – me dice.

- Yo a ti.

- No lo hagas, no así.

El policía en la entrada nos mira conmovido. Tatiana se voltea, toma su bolso de mano, muestra el pasaporte y camina por la puerta sin voltearse. Siento un golpe desgarrador que me parte por dentro. Permanezco un momento ahí. Me incorporo. Monto la mochila en mis hombros y camino hacia la salida del aeropuerto. Mi llanto sigue desatado. La gente se asombra y luego voltea la mirada. Salgo por la calle. Está amaneciendo. Cambio un billete por monedas ante la curiosidad de una señora y camino hacia la parada del bus No. 86, la misma hacia la que caminamos juntos al inicio del viaje hace un mes. Me siento muy extraño. Un par de argentinas me miran con desprecio. El bus llega, me monto, pago con las monedas en una máquina y arranca. Miro la calle sintiendo una cuchilla que me parte por dentro. Un desasosiego extremo. No sé cómo podré resistir sin ella el tortuoso recorrido del bus parando por todos los barrios hasta llegar al centro. Pienso en Cheever y recuerdo un cuento llamado Autobiografía de un agente viajero. Me siento como uno de sus personajes. Se me ocurre escribir uno que podría llamarse Ruta 86 que plantea una dimensión desconocida en donde todo comienza y termina en un mismo punto. El viaje con Tatiana luce ahora inexistente, como un sueño. Tendría que ser una narración corta de cómo un escritor justifica su salida de Colombia. Recuesto la cabeza contra la ventana y siento los párpados pesados.

Esta historia queda en continuará…, porque el mundo es mejor verlo con los propios ojos que por el Discovery Channel. (Las publicaciones se harán los martes y jueves aunque su periodicidad no puede garantizarse dada la naturaleza del viaje). Agradecemos a los siguientes colaboradores: Embajada brasilera en Colombia, Ibraco (Instituto cultural de Brasil en Colombia), Casa editorial El Tiempo, eltiempo.com, Avianca, Gimnasio Sports Gym y la revista Go “Guía del ocio”.

Figura de madera - Buenos Aires

Thursday, February 15, 2007



Regreso a Buenos Aires - Crónica III


(Puerto Madero - Esta travesía no podría hacerse sin el patrocinio de Gótica Eventos, Damovo y Hanna Estetics, Bogotá)


Soy un gran neurótico y estoy lleno de defectos despreciables. Le caigo pésimo a mucha gente y causo malestar en otras personas. Soy descortés y presumido aunque entiendo que no hay nada peor en la vida que el desamparo. Hay gente que necesita ayuda. El mundo puede ser un lugar agreste pero eso se disminuye si le das la mano a alguien o te la dan a ti. Cuando fui a una fundación de niños con cáncer de esas que no son oficiales, los vi viviendo en unas condiciones precarias. Tomando Tang azucarado de comida porque no había más. Hay gente que necesita ayuda. Yo he sido afortunado en especial por tener unos papás comprensivos y dedicados.


Praia do rosa

Alejarse del lugar de origen siempre aclara la visión sobre el pasado. Cada cosa encuentra su lugar como por arte de magia. Pretendo contar las situaciones de interés que se presenten en mi camino. Pienso en ello al mirar a mi novia en un hermoso restaurante con vista a la playa. Es nuestra penúltima noche juntos. La tarde cae. Me mira con ternura preguntándose qué estaré pensando. Llevo un profundo dolor adentro. Un desgarramiento por la partida inevitable. Así es la vida. Te da las cosas cuando no las pides y cuando las necesitas te las esconde. Nos decimos adiós ante la luz de una vela con la que el viento juguetea. A nuestra mesa llega una copa llena de frutos del mar. Mañana en la tarde partiremos en un bus de 18 horas a Montevideo y luego tomaremos el Buquebus por el Río de la Plata. Ella debe partir en un avión desde Buenos Aires a Bogotá, yo preparar la travesía. Atrás se quedan tantas noches inolvidables, sonrisas y lamentos descomunales. Sabemos lo que esto significa: luego de la travesía planeo vivir por fuera. Tomo su mano y la acerco a mi boca. La noche cae y en la oscura inmensidad suena el tremor del océano sobre un cover de You cant always get what you want de los Rolling Stones que no sé qué mujer canta con voz muy suave.


Eduardo Bechara y Tatiana Jordán

Me llegó así como llegan todas las cosas, uno va pensando en ellas sin quererlo hasta que de tanto hacerlo se van racionalizando en la cabeza. El gran rompecabezas se arma a si mismo y llega un punto en el que ya es posible definir la imagen que se está viendo. La primera vez que se me insinuó fue una tarde en la que tomaba un café luego de correr la media maratón de Bogotá. ¿Si uno puede recorrer 21 kilómetros en menos de dos horas cuántos podrá recorrer en bicicleta en ese mismo tiempo? ¿Y si lo hace todos los días? ¿Cuántas vueltas al mundo habrá dado un mensajero que lleva repartiendo pedidos en su bicicleta por más de 20 años?



Río de la Plata - Buenos Aires

Pienso en mi decisión a medida en que Buenos Aires se dibuja en el horizonte a través del vidrio del buque. El sol pinta una estrella de luz con líneas como en un dibujo de niños. Miro a Tatiana perdido en sus ojos. Volvemos de un viaje de un mes que nos llevó por el noreste de Argentina hasta Colón – entre ríos, Mercedes, los Esteros del Iberá, Corrientes, Asunción, las Cataratas de Iguazú, Florianópolis, Praia do Rosa y Montevideo. Me sonríe con tristeza al ver mi cara. Buenos Aires se acerca sobre el panorama marrón de las aguas del Río de la Plata. En ese momento me asalta un querer descabellado. Deseo que algo le ocurra al buque, que su motor falle o choquemos contra algo, cualquier cosa que prolongue el viaje o me de una señal que evite nuestro rompimiento. Nada sucede. Llegamos al puerto, nos desembarcamos y caminamos como mochileros por Puerto Madero buscando algún restaurante para comer. Hemos decidido no dormir. Su vuelo sale a las 6:45 a.m. y hay que estar en el aeropuerto 3 horas antes. Puerto Madero se plantea esplendoroso en el ocaso. Las viejas grúas de madera son monumentos de otros tiempos, una fila de veleros aguarda en silencio, los restaurantes coloridos reciben los primeros comensales entre las renovadas bodegas que hasta hace pocos años amenazaban ruina y eran guarida de vagabundos y atracadores. Del otro lado, otras grúas más altas y potentes reflejan sus colores en el agua, y una fragata de la Marina Argentina se cubre de luces a medida en que el horizonte se oscurece. Es domingo. Finalmente entramos a Siga la vaca, un restaurante de carne barra libre de los tantos que ofrece la zona. Mi espalda doliente y sudorosa agradece el descanso. Me incorporo. - 28 pesos por todo lo que vos podás comer y una botella de vino por persona – dice la mesera. Se llama Nadia. Le comento sobre Nadia Comaneci.

- Todo el mundo me dice lo mismo – responde sin interés.

La barra ofrece una buena opción de bastimentos pero voy directo a la parrilla. Pido vacío y un chorizo. Uno de los parrilleros me apresura. Quiere atender a otras personas que están en la fila. Vuelvo a la mesa. Como, bebo vino. No hablo nada. Tatiana está a mi lado. En algunas horas no la veré más. Me pregunta qué sucede. Le respondo que estoy asimilando lo que pasa. No la satisface mi respuesta, se molesta. Levanto la mirada y lo recuerdo todo, incluso el momento en que nos conocimos en un bar hace casi un año. Tomo fuerzas y voy de nuevo a la parrilla. Pido bife de chorizo, morcilla. El parrillero vuelve a apurarme. Me sirve la primera carne que se encuentra y la tira en mi plato. Me siento de nuevo, como, bebo, no digo nada, mis ojos se aguan. Suficiente tuve con la angustia de mi mamá quien maldecía mi decisión de una travesía loca por Brasil en bicicleta. Bebemos la botella de vino con calma. Hablamos cosas superficiales. Le digo que no todo es malo, que podrá volver a hacer cosas propias de ella que hace tiempos no hacía. Me dice que no sea estúpido. No digo nada. Vuelvo a la parrilla. Hago la fila. El parrillero está ocupado. - ¿Me puedes dar un bife de lomo? - le pido a otro, uno de cachetes rojos y ojos azules que me mira con reproche: - Explicale vos cómo funciona esto aquí -, le dice a su compañero quien ahora se sorprende por mi presencia. Me atiende con desgano mirándome con ojos de glotón.


Tatiana Jordán

Vuelvo a la mesa, corto un pedazo, lo pruebo, ya no me sabe igual. Le cuento a Tatiana. Dice que es el colmo, que ella ha sentido lo mismo. Le digo a Nadia que me llame al administrador. Dice que no hay administrador, sólo un encargado. Me lo envía. Le explico. Dice que hablará con ellos y propone saldar el inconveniente con una botella de champaña. Estoy de acuerdo. Al momento llega Nadia con la botella, son las 12:15 p.m.


Praia do rosa

Siempre me gustó escribir. Lo supe desde que un pariente de papá llevó a la casa un manuscrito inédito de cuentos de un amigo suyo en los que aparecían frases como: “… posó su mano en el sexo de la mujer”. Aún lo guardo en un arrume de papeles. Hace algún tiempo lo desempolvé asombrándome de cómo una literatura tan barata pudo haberme inspirado a ser escritor. Bueno, tenía 9 años. De ese primer intento quedaron 19 páginas a máquina de una novela inconclusa en la que un niño entra al fondo de la tierra por el closet de su cuarto. Se lo mostré a mamá quien dijo: “Tendrás que mejorar un poco si te quieres parecer a Julio Verne”. Siempre me decía “lea”. Era lo único que papá hacía aparte de ver fútbol y jugar al ajedrez. Un día, ya para terminar la carrera, llevé a clase de Siglo de oro español el ejemplar del Lazarillo de Tormes que usé en el colegio, sin sospechar sobre el revelador testimonio que guardaba en su interior. Lo abrí en mitad de clase encontrándome con un escrito de mi puño y letra fechado en 1985, en el que están mi nombre y apellidos, la fecha de nacimiento, un guión, un espacio en blanco y la siguiente frase: Escritor de Colombia.



Nadia descorcha la botella con facilidad y sirve las copas. – Vale la pena quejarse – le digo a Tatiana. Bebo un sorbo recordando un festejo de año nuevo en Cartagena en el que bañé en Don Perignon a mis amigos por cuenta de un administrador apenado por ubicar nuestra mesa al lado de una alcantarilla. Tomamos unas copas hasta acabar la botella. El restaurante se va desocupando. – Escríbeme mucho – dice. Ya está más contenta. Nadia nos descorcha la segunda botella de vino sin muchos ánimos. Es la 1:15 a.m.

- ¿Hasta que horas abren? – le pregunto.

- Una y media.

Al cabo de un tiempo pasa a nuestro lado subiendo las sillas en las mesas.

- ¿Nos estás echando? - pregunta Tatiana.

- Yo ya me quiero ir a mi casa – responde ella.

Nos miramos. Aún hay una mesa llena de norteamericanos bebiendo vino. Apuramos unos tragos cogidos de la mano. Un vacío anida en mi pecho. La miro, bebo, vuelvo a mirarla, vuelvo a beber. Seguimos bebiendo hasta que viene otro mesero. Nos damos cuenta de que los norteamericanos ya se fueron; somos los únicos que quedan.

- Necesitamos un taxi – le digo.
Esta historia queda en continuará…, porque el mundo es mejor verlo con los propios ojos que por el Discovery Channel. (Las publicaciones se harán los martes y jueves aunque su periodicidad no puede garantizarse dada la naturaleza del viaje). Agradecemos a los siguientes colaboradores: Embajada brasilera en Colombia, Ibraco (Instituto cultural de Brasil en Colombia), Casa editorial El Tiempo, eltiempo.com, Avianca, Gimnasio Sports Gym y la revista Go “Guía del ocio”.



Eduardo Bechara y Tatiana Jordán





Monday, February 12, 2007











El idilio muere - Crónica II

(Praia do Rosa - Esta travesía no podría hacerse sin el patrocinio de Gótica Eventos, Damovo y Hanna Estetics, Bogotá)

No me gusta hablar de mí, pero supongo que para que todo esto tenga coherencia debo hacerlo. Hay algunas personas que saben mi historia y creo que es muy aburrida. Es tan parecida a la de cualquier otro artista que da pena. Renuncié a un trabajo que detestaba y tiré por la borda una carrera en la que incluso tenía un postgrado. No era feliz. Llegaba a mi casa a las nueve de la noche y me sentaba a escribir literatura hasta las doce o una de la mañana. El sol se ponía mientras hacía memoriales, respondía cartas a clientes a los que ni conocía, demandaba a personas a las que trataba como el número de una carpeta, le pasaba ordenes judiciales a la policía para que le capturaran el carro a algún deudor, le sacaba los muebles a las personas de sus casas ante la vista de sus propios hijos, aborrecía a un jefe que denigraba a sus empleados y de vez en cuando, encabezaba misiones interesantes como la de investigar por toda la ciudad, quién contrabandeaba unos condones falsificados desde China con la marca Playboy. Al cabo de tres días de búsqueda y de preguntar en farmacias y lenocinios haciéndome pasar por proxeneta, doy con un sótano de mala muerte en pleno San Victorino. Entro por un pasadizo oscuro que da contra un mostrador sucio detrás del cual hay un hombre bajito y gordo con cara de bonachón. A sus espaldas toda una pared forrada de cajas de condones. Así son las cosas. El tipo de los Esteros podía ser un Red Skin perteneciente a algún grupo neonazi de esos que se han vuelto a formar en Europa. Al final supimos que era francés cuando la policía lo requisó luego de estar al borde de los golpes con un hombre de la zona. – ¡Argentinos putos!, ¡argentinos putos! – lo escuché maldiciendo al lado de la laguna.



Cataratas de Iguazú

La monotonía de un trabajo aburrido no fue lo que me llevó a botar mi carrera por la borda. Fue el quemón interior de sentir que estás matando algo muy tuyo. Estaba desperdiciando mi tiempo cuando a mi lo que me gusta es escribir. Cada vez que pensaba en ello miraba unas postales de Budapest que tenía en frente pensando en lo bonito que sería ahorrar una plata e irme de viaje. Ya lo había hecho otras veces. Cuando estudiaba derecho trabajaba y me iba de viaje en vacaciones. Fue por eso que pude conocer Europa. Trabajar como empleado tiene sus cosas buenas. Tenía plata en el bolsillo, una cuenta bancaria en la que acumulaba algún dinero – por lo menos el suficiente para viajar -, pude hacer un curso de buceo que siempre había querido y uno de paracaidismo en el que incluso me di el lujo de invitar a mi hermano como un gran acto de generosidad. Luego de que renuncié y volví de un gran viaje que hice por Europa del este, Europa Occidental, México, Estados Unidos y Canadá, no he podido volver a tener la sensación de tranquilidad que me daba recibir la plata al final del mes. Las consecuencias de mi acto, aunque suene triste, he venido a pagarlas con mi salud. El bruxismo me comió los dientes y ahora sufro de hipoglicemia. El confort y la tranquilidad que da no deber un peso no están cuando cierro los ojos. Sólo al final de la carrera de literatura tuve un alivio cuando unos amigos me invitaron a participar en el proyecto de un bar, mi hermana puso el dinero y yo trabajé por más de un año en la puerta del sitio desempeñando el horrible trabajo de decidir quién entra y quién no. No pienso extenderme en detalles pero puedo confesar que al principio de la carrera lloraba por las noches cuando apagaba la luz de mi cuarto. Mis amigos más cercanos me trataban como un loco de ideas descabelladas, era discriminado por mis compañeritos de universidad a los que les llevaba diez años, las profesoras me tenían entre ojos, mis papás me recriminaban a cada instante el hecho de haber abandonado mi carrera y el escaso dinero que aún conservaba en el banco, se esfumaba más rápido de lo que se pudiera pensar. Cuando se acabó me quedé varado por gasolina un par de veces yendo a clase, mi mundo se redujo a mi cuarto y entré en un estado depresivo que me llevó a no darle un sólo beso a una mujer por más de nueve meses.



Arenal Carballo - Río Uruguay

Por mis viajes a Europa llegue a la conclusión de que el mundo es un lugar pequeño y manejable. Tomaba un tren nocturno y cambiaba de país como si cambiara de calzoncillo. Era muy fácil. Un día estaba en Paris, otro en Madrid, otro en Roma. Llegar a Ámsterdam sólo me tardó horas desde París con el tren de alta velocidad, y eso que había que cruzar Bélgica. Atravesé el canal de la mancha en el Eurostar, conocí lo que quedaba del muro de Berlín, viajé por más de 36 horas seguidas en tren desde Madrid hasta Praga para ver por primera vez el país de mi mamá, en una madrugada brumosa en la que el tren cruzó el río Vltava y apareció ante mi el castillo en la montaña y la catedral de San Vito al lado del barrio viejo y el puente de Carlos como si llegara a un sitio encantado sacado de una historieta del medioevo con brujos y dragones incluidos. A medida en que fueron viniendo esos veranos prósperos, me fui llenando de destinos cada vez más lejanos y recónditos. Fui a campos de concentración como Dachau y Auschwitz y Birkenau, para ver con mis propios ojos los sitios en dónde se había perpetrado el Holocausto. Tomé un ferry atravesando el mar del norte para llegar a Estocolmo, recorrí más de 1700 kilómetros en tren por Noruega desde Oslo hasta Buda en busca del sol de media noche. De bajada tomé un barco por los fiordos hasta Bergen. En otro viaje me aventuré hasta Transilvania para ver el castillo del Conde Drácula, fui hasta el mar negro en Bulgaria, bajé hasta Atenas y de ahí tome un ferry hasta Santorini. Luego fui en barco hasta Brindisi desde Corfú, llegué a Nápoles y subí hasta el cráter del volcán Vesubio, conocí las ruinas de Pompeya y Herculano. Por donde pasaba dejaba un poema escrito. Luego de eso me fui volviendo más extravagante. Quise ir a todas las ciudades que terminaban en burgo: Hamburgo, Fraiburgo, Estrasburgo, ya había estado en Salzburgo y de chico en Edimburgo. Hice tantos viajes a Europa que me fui volviendo un experto en pasar fronteras, en poner cara de escúlquenme lo que quieran porque yo no estoy escondiendo nada y mi pasaporte se fue llenado de tantos sellos y visas que a los que no les causaba suspicacia les parecía interesante conocer a un tipo tan viajado. Todo esto lo hice con pasaporte colombiano. Años después cuando el presupuesto no me daba para viajar sólo y mis papás me adoptaron en sus viajes, estuve con ellos en Turquía y fuimos en carro cruzando el estrecho de los Dardanelos, hasta donde se supone pudo haber estado ubicada Troya, cerca de Esparta y Bergama, importante por los templos griegos y romanos y porque ahí inventaron el pergamino. Cuando hice un viaje en crucero con ellos por el sur del continente, llegamos hasta el Cabo de Hornos, sobre un mar endemoniado que hacía lucir al crucero como si fuera de juguete. Luego navegamos por el estrecho de Magallanes.



Esteros del Iberá

Hace algunos años vi morir a mi abuela al frente a mis ojos. Esperó a que yo llegara por la noche y cuando estaba toda la familia junta se dejó llevar sin decir nada. En su mirada iluminada podía ver un sitio novedoso que la llamaba como si fuera una pequeña niña de nuevo, viendo un parque de diversiones maravillada. Es difícil pensar algo malo de la muerte después de eso. Los gestos de dolor muy arraigados en las curvaturas de su rostro, producidos por largos años de sufrimiento, se desvanecieron por completo una vez que la sobrevino el suspiro final. Descansó de todo. De haber nacido en un sitio, vivido en otro y muerto en otro. Descansó de cargar la frustración de haber querido ser cantante y ser administradora hotelera, descansó de una leucemia que se la venía comiendo de adentro hacia fuera por más de seis años, algo admirable teniendo en cuenta que los médicos no le dieron ni un año de vida luego de diagnosticada. No sé si estoy haciendo esto por ella. Es posible que sí. Como un tributo al dolor que escondía cantándome canciones de amor en checo cada vez que me veía alistándome para salir por la noche. En aquel viaje en el que nos fuimos de París a Praga en carro para verter en la corriente del Vltava sus cenizas, les dije a mis papás lo resentido que estaba por no haberme apoyado en la decisión que había tomado. Me sentía ridículo viviendo esos grandes viajes en hoteles lujosos cuando mi situación era precaria. Mi mamá compraba un perfume y yo hacía cálculos de cuántas semanas me duraría esa plata bien administrada, para pagar la gasolina, el parqueadero, las fotocopias, el pedazo de pizza que me comía o el almuerzo ejecutivo que a veces me daba el gusto de pedir, en compañía de algunos amigos literatos de la carrera con quienes teníamos la idea de fundar una de esas revistas literarias fantasmas que tienen todos los estudiantes de literatura en la cabeza. A los 31 años mi mamá asumió el pago de los semestres que me faltaban y mi papá se comprometió a darme una mesada de $50.000 a la semana: eso ya era existir.

Esta historia queda en continuará…, porque el mundo es mejor verlo con los propios ojos que por el Discovery Channel. (Las publicaciones se harán los martes y jueves aunque su periodicidad no puede garantizarse dada la naturaleza del viaje). Para ver más fotos del viaje diríjase a las páginas http://www.eduardobecharanavratilova.blogspot.com/ y http://www.brasilendosruedas.blogspot.com/ Agradecemos a los siguientes colaboradores: Embajada brasilera en Colombia, Ibraco (Instituto cultural de Brasil en Colombia), Casa editorial El Tiempo, eltiempo.com, Avianca, Gimnasio Sports Gym y la revista Go “Guía del ocio”.



Jacaré - Esteros del Iberá

Wednesday, February 07, 2007




Últimos suspiros - Crónica I






(Cataratas de Iguazú - Esta travesía no podría hacerse sin el patrocinio de Gótica Eventos, Damovo y Hanna Estetics, Bogotá)

Tiempo. Que palabra tan difícil. Amanece y luego anochece; amanece. Vuelve la noche, vuelve la luz. Los días pasan como un conglomerado al que le decimos semana, mes. Nos sentimos tranquilos porque vienen agrupados en decenas que se convierten en uno: un año. Un único fragmento de tiempo que despedimos y al que le damos la bienvenida con champaña en la mano cerrando un ciclo interminable que se abre y se cierra como si fuera la aurícula y el ventrículo de un ser superior que demarca nuestros ritmos y nos permite respirar. Si estamos en compañía de nuestros mejores amigos o de nuestra novia o esposa, nuestros hijos, nuestros papás, la angustia se aminora. Al fin y al cabo no estamos solos. Cada una de las personas a nuestro alrededor experimenta lo mismo. Se cierra un año como si fuera una cifra más, un concepto contable al que es necesario darle fin, porque un año como el que pasó era mejor clausurarlo. Esperemos que el próximo sea mejor. ¿Cómo te fue este año? Muy bien, logré todo lo que me propuse. Un lugar puede ser un paraíso o un infierno dependiendo de cómo se le mire. El resultado global salta en defensa o acusación del individuo que con copa en mano no sabe si agradecer que el año se haya cerrado o maldecir por ello. Lo cierto es que la vida continúa. El primero de enero seguimos siendo las mismas personas. El Papa da su misa habitual, la madre se levanta pensando en sus hijos, el empresario hace proyecciones, el propietario de almacén hace cuentas, el doliente sigue con su dolencia, el enfermo con su enfermedad, el deportista consagrado excusa en el festejo las copas de más, mientras que el estafador planea su nueva estafa y el asesino sigue siendo asesino. Lo que no se hizo queda para el nuevo conglomerado temporal mientras todo permanece igual. El mundo, aquel ser superior que demarca nuestros ritmos sigue imperturbable en su movimiento rotacional delimitando a la noche con el día. Alguna vez le escuché decir a una de esas personas que se las tiran de filósofos porque han leído mucha literatura barata y varios libros de auto-ayuda, que no importa el paso del tiempo siempre y cuando uno haga en la vida las cosas que lo hacen feliz. El envejecimiento es un producto simple del acto de vivir. El mundo y la naturaleza se tienen que renovar. El hombre está en cabeza de ello. Lo que es joven hoy, mañana no lo es. Los días, los años, el movimiento rotacional imperceptible, las estaciones son todos fenómenos que marcan en el optimista un renacer. El oso se despierta luego de seis meses de hibernación, la mantis devora con sus fauces al macho en favor de la prole futura, las hienas se apoderan del cachorro de león mientras que su madre rapa del jaguar su presa, nacen 1.759.534 bebes el primero de enero en el mundo entero, se fecundan una cantidad parecida de óvulos, en un solo segundo se enciende la luz roja de 187.123.821.374 semáforos y mueren 238.094 personas de un ataque al corazón. - No se molesten por constatar las cifras. Para algunos viejos cuyos anhelos se fueron desvaneciendo con el paso de los años, aquel primero de enero tiene un sabor diferente: es un día más, igual a cualquier otro, con la diferencia de que los acusa un cierto remordimiento por el tiempo perdido, aparte de que la noche anterior tuvieron que soportar el ruido y festejo de los demás. Esperar la muerte puede ser un acto tortuoso y largo para alguien que ya no valore la vida.

Un niño hace un castillo de arena con su papá sin darse cuenta de que muy probablemente cuando sea viejo, recordará ese momento con dulzura. Una mujer aprieta la mano de un hombre mientras caminan por la playa con sus tobillos adentro de las olas que revientan. En otro sitio de la humanidad, por alguna casualidad o bien por la insistencia misma de la rutina, un hombre cae en cuenta de que la vida se le fue en un suspiro. Lamenta no haber hecho nada de lo que hubiera querido. Otro, a la edad de sesenta y cinco años, luego de comprender su necesidad de conocer el mundo, llama a una agencia de viajes y hace las maletas para irse al Amazonas. A mi lado un grupo de argentinas se tuestan al sol sin importar las consecuencias futuras. Hablan de novios lejanos que pasaron pero que recuerdan. Un escritor debe tener un ojo aguzado. Sus cinco sentidos tienen que estar alerta. Los ambientes, las posturas, los gestos, los hábitos y reacciones de las personas a su alrededor deben captar su interés particular. John Cheever, excelente cuentista norteamericano al que alguna vez le preguntaron sobre las herramientas que necesitaba un novelista respondió: “Pues bien, me parece que un oído casi perfecto es tan esencial para un novelista como su riñón, por ejemplo. Es preciso captar acentos, escuchar lo que se dice cuatro mesas más lejos. Esto es escuela literaria elemental en lo que a mi respecta”. Lo mismo podría decirse de la crónica, sobre todo cuando su intensión es la de describir un entorno. Una de las argentinas manifiesta que aún quiere a un novio pasado. Mira hacia el horizonte en donde el mar en su inmensidad se une con el cielo. La tarde cae y el océano adquiere un color plateado. A lo lejos un rayo relumbra y la playa abarrotada hasta hace tan sólo unos instantes, empieza a vaciarse. La joven continúa mirando el horizonte como si en ello lograra algún sosiego, una nostalgia un tanto masoquista pero placentera, de esas que les dan a los enamorados que ya no tienen al lado a su ser querido.

Algunas noches atrás me encontraba comiendo con mi novia en un restaurante apacible de Praia do Rosa , hablando de la tranquilidad que se respira en ese hermoso balneario al sur de Brasil, cuando aconteció un evento particular de esos que se dan rara vez en la vida. Se escucharon unos gritos indescifrables en portugués antes de que viéramos saltando a una familia y a unas argentinas corriendo por el andén. Luego se escuchó el estallido vacío característico de cuando una botella es despicada. Un muro que separaba al jardín de nuestro restaurante nos tapaba lo que ocurría. Nos levantamos de la mesa y fuimos a ver el acontecimiento. Tres hombres de raza negra hablaban entre ellos. Luego uno, el más fornido, se decidió entrar al restaurante de al lado. Una madre sosteniendo a su bebé en sus manos gritó conmocionada mientras que el resto de comensales se apartaron hacia los lados. De adentro del sitio emergió un individuo de rostro ajado de unos treinta y cinco años de edad, sosteniendo una botella de vino vacía en la mano. – ¡Vamos embora! ¡Vamos embora! - le dijo al hombre fornido, instantes antes de que saliera a correr como alma que lleva al diablo. El hombre fornido y los otros dos salieron disparados detrás de él, después apareció corriendo de la nada un joven con palo en mano detrás de todos los demás, que para ese entonces ya no se podían ver, y por último gritó al aire una mujer en portugués, todo esto en menos de 1.2 segundos.

Me gusta saber que hay gente allá afuera que hace lo que le gusta. Una niña que estudia ballet en un país lejano, un joven que toca la guitarra, un hombre que a los cuarenta años vendió su participación en una firma de abogados y se fue a vivir a un barco. Las motivaciones de las personas pueden variar según sus propios intereses. Todo viene de la entraña. El aviador decide serlo porque le apasionan los aviones, el maquinista los trenes, el violinista los violines. Ciertamente pasiones diferentes a las convencionales. He visto a muchas personas reflejar en sus hobbies la pasión que en realidad los mueve por dentro: El arquitecto que el fin de semana se disfraza de rockero y toca en una banda que rinde tributo a Metálica, el abogado que construye complejas pistas de trenes eléctricos, el financiero que escribe cuentos en su tiempo libre y luego los guarda en un cajón con la excusa de que son sólo para él mismo.

La playa está casi vacía pero aún no llueve. La noche cae y supongo que es hora de volver. Las calles lucen vacías ante el inminente aguacero. Es extraño como todos corremos cuando caen las primeras gotas. Una de las sensaciones más liberadoras de mi vida la viví a los veinte años en compañía de una amiga que le gustaba hacer todo lo contrario al resto de la gente. Esperamos a que las primeras gotas nos mojaran y luego nos fuimos hablando por la ciudad mientras que nuestras ropas se humedecían y nuestros zapatos se encharcaban. Que puedo decir, en las pequeñas cosas están las grandes felicidades.

La noticia llega a nuestros oídos algunos momentos después, propagándose por el aire sin explicación. Una mesera dice: - Pegarom ao estuprador.

- ¿Qué pasó? – le pregunto a otra que habla español.

- Atraparon a un violador, los surfistas le están pegando -. Al poco tiempo una patrulla de policía pasa por enfrente del restaurante. Otro hombre dice que ha violado a cuatro niñas en el verano y que una lo reconoció. - Nunca ha pasado algo así por acá – agrega. La angustia en el rostro del violador queda grabada en mi mente como la imagen de una pintura de Munch.

En los Esteros del Iberá, un ecosistema de lagunas, bañados, humedales e islas flotantes formado por aguas lluvias al noreste argentino, conocimos a un hombre extraño que amedrentaba a los demás turistas del camping. El sujeto de estatura mediana, cabeza rapada salvo un pequeño mechón rubio de pelo en la frente y piel cobriza, armaba su carpa a mis espaldas cuando un inglés que habíamos conocido ese día en Mercedes, uno de esos hombres temerosos que se precian de ser muy decentes, se le acercó a preguntarle si lo había perturbado en algo. - Keep fucking with me and I’m going to hurt you – le respondió con cara amenazante y el inglés salió pitado. Luego se volteó y caminó hacia otro sitio abriendo los brazos para lucir más grande.

- Y tú de donde eres - me pregunta en un español muy golpeado cuando vuelve.

- De Colombia.

- Tienen mucha droga allá en Colombia.

- Mucha droga hay por todas partes.

- Yo voy para Brasil, voy en busca de algo -. No le pregunto, aguardó.

- Tu novia, ¿es colombiana?

- Sí.

- Yo soy ciudadano del mundo. Llevó viajando por más de cinco años y ya le he dado tres veces la vuelta al mundo. ¿Tú haz viajado?

- Sí, conozco bien Europa.

- ¿Conoces África?

- No.

- ¿Asia?

- No.

- No conoces nada. Estos argentinos son todos unos putos. No tienen dignidad, invitan a la mesa a un inglés luego de lo de las Malvinas. ¡Eres un puto! ¡Vos no tenés dignidad! - le grita a Carlos un argentino que está aliñando la carne. Carlos no le responde. Sentados a la mesa el inglés me pregunta con angustia qué hemos hablado.

- Creo que es un tipo peligroso, tienes que cuidarte de él – le digo. Abre los ojos aferrándose al brazo de su novia francesa. Pensé en su miedo algunas horas después cuando escuché entre la carpa a los enormes carpinchos mascando pasto en la mitad de la noche. Haber compartido la mesa con los argentinos y el inglés me define de bando. No volvemos a cruzar palabra. Al día siguiente nos encontramos en el baño y nos miramos fijamente. Después me bañe y el cagó. Ser colombiano tiene sus ventajas. Uno también intimida.

Esta historia queda en continuará…, porque el mundo es mejor verlo con los ojos que por el Discovery Channel. (Las publicaciones se harán los martes y jueves aunque su periodicidad no puede garantizarse dada la naturaleza del viaje). Agradecemos a los siguientes colaboradores: Embajada brasilera en Colombia, Ibraco (Instituto cultural de Brasil en Colombia), Casa editorial El Tiempo, eltiempo.com, Avianca, Gimnasio Sports Gym y la revista Go “Guía del ocio”.


Aterdecer en río Uruguay - 31 de diciembre de 2006