Tuesday, August 28, 2007



Desde la montaña - Cronica XXVIII - Por: Eduardo Bechara Navratilova

(Esta travesía no podría hacerse sin el patrocinio de Blast Premium y Hanna Estetics, Bogotá)

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Nota al lector: Esto no es ni una guía turística ni un manual de viajero.


Podría ser…: majestuoso, auque admito que es una palabra pretenciosa. Hacia el norte, formando un semicírculo perfecto, se ve Praia do Rosa y las cientos de olas que revientan en su orilla como finas manchas blancas que aparecen y desaparecen. Tras ella se levanta una montaña de pastos verdes, con múltiples cabañas que se asoman en su ladera. Más allá, por donde la punta de la sierra se rinde ante las azules aguas del mar, se vislumbran dos picos, uno más alto que el otro, que mueren sobre un horizonte grisáceo formando, al igual que ´Praia do Rosa´, otra bahía más pequeña que lleva el nombre de ´Praia Vermelha´. Aún más allá, por detrás de los dos picos que tapan la visual, deben estar las playas de ´Ouvidor´ y luego las de ´Barra´ y ´Ferrugem´, conectadas ambas por varios kilómetros de arena, hasta llegar cerca a la ´Lagoa Encantada´. Algunos kilómetros más hacia el norte, separada por otra larga montaña, se halla la de ´Silveira´ y luego la de Garopaba. Hacia el sur, serpenteando como una gran culebra de arena, se extienden las playas de ´Luz´ y la de ´Ibiraquera´, cortada por un canal que da contra el ´Saco da Lagoa´, la ´Lagoa de Baixo´, la ´Lagoa do Meio´ y la ´Lagoa de Cima´, hasta llegar a un enorme arenal que se adentra en la montaña. Más allá, por donde aquella otra punta de la sierra reposa como un lagarto inmóvil, se ve el puerto de Imbituba a unos 10 kilómetros de distancia y, aún más allá, hay tres montañas altas que se dibujan silenciosas debajo de una solitaria y rasante nube. Detrás de ellas, varios kilómetros hacia el sur, debe estar la ciudad de ´Tubarão´. Al frente, en el mar, apacible y cercana, yace la ´Ilha do Batuta´.


Bajo la cabeza sobre mis manos de nuevo. Sabes que podría llegar una serpiente y morderte en cualquier momento. Aquí abunda la coral, la cascabel y la Jararaca. Las culebras no te atacan a menos de que las provoques o te las encuentres de improviso. ¿Vas a quedarte aquí toda la tarde, sentado en esta roca lamentándote? ¿Qué quieres que haga? no te das cuenta de que llevo el alma rota. Sí, pero eso no te impide moverte; deberíamos terminar la caminata antes de que anochezca. Podría pasar la noche aquí, me da igual. ¿Tan desolado estás? no es un chiste lo de las víboras. Ya lo sé. ¿Entonces; qué esperas? No tengo energía, los recuerdos terminaron derribándome. Estás hablando como una nena. Sí, porque tú no quieres darte cuenta del dolor. El dolor es de todos, no sólo tuyo, si lo sigues alimentando va a crecer cada vez más. Pero es que no puedo dejar de pensar en lo que pasó, este nudo en la garganta no es gratuito. Deja de pensar en ello. No puedo, es aquella palabra que me dijo, no para de retumbar en mi cabeza; me ha hecho replantearme la vida entera. Estaba exaltada, no entendía lo que hacía. Si pero ella sabía que algo así me destruiría, tu sabes que hasta el hombre más fuerte puede ser destruido por la persona a la que ama. Pero si a ti nunca te ha importado lo que la gente piense de ti. No me importa lo que los demás piensen de mi pero sí lo que piensen mis papás, mi novia o mis mejores amigos. Exageras. No exagero, estoy herido de muerte, podría coger impulso y botarme ya mismo de este risco.

Me levanto y camino de nuevo, no puedo dejar de pensar en ello, en aquella palabra; es esa palabra lo que me atormenta tanto. Cruzo un pastizal en el que hay otras vacas pastando y sigo el camino que me lleva a lo largo de unos matorrales hasta la boca de una pendiente por donde comienza el descenso. Es esa palabra ¡Dios! Una sola palabra; una sola palabra puede destruirte como un cuchillo asesino. De nada sirvió mi monólogo nocturno, lo recuerdo bien, eran las tres de la mañana, nos habíamos acostado hacia las once pero de madruga ninguno de los dos podía dormir. Tu estabas de tu lado y yo del mío, no nos tocábamos. Me acerqué a ti y te invité a que te voltearas y recostaras tu cabeza sobre mi hombro. Así lo hiciste, los dos disfrutábamos demasiado dormir de esa manera como para que la noche pasara de largo sin que lo hiciéramos, sobre todo cuando nos quedaban un par de días en Florianópolis y luego otros contados en Praia do Rosa. – Nuestro tiempo es muy escaso – te dije. No respondiste nada pero yo pude sentir que tu respiración cambiaba. Los dos entendíamos lo que ello significaba.


Llego hasta la base de la montaña y bajo por un camino de arena que me lleva hasta el borde de la playa en donde hay unos carros parqueados, incluyendo una camioneta anaranjada de la que sale la melodía de una canción de samba. Veo algunas parejas y un grupo de amigos que se ríen con algún chiste que uno de ellos cuenta. Sigo de largo y camino hasta la punta pensando en que te acogía de nuevo sin importar lo que me hubieras dicho, porque sabía que cada segundo que pasaba expiraba y era un segundo menos.

- No sé por qué no podemos entendernos. La verdad no lo sé, he intentado liderar este viaje de la mejor manera posible, antes te encantaba como hacía las cosas, ahora no te gusta ni la manera en que meto el ´clutch´ del carro -. Te lo dije acompañado de llanto, mis lagrimas mojaban mi rostro en medio de la oscuridad, las olas reventaban en la playa junto a nuestra casa, el reloj seguía corriendo y tu sólo escuchabas, no decías nada – te lo digo en serio, tenemos que aprovechar estos últimos días juntos, yo no me quiero alejar de ti pero estás logrando distanciarme; cada comentario que haces está cargado de rabia. ¿Por qué no nos aprovechamos ahora que podemos?

Te apreté contra mi pecho pero sentí que en realidad le hablaba a la noche; no importaba que tu pupila brillara ante el resplandor que entraba por la ventana, porque si bien tu cuerpo buscaba mi calor yo lo sentía tenso, y el hecho de que te estuviera hablando de ello en ese tono de lamento profundo a aquella hora, significaba un desquite, por supuesto que a ti también te perjudicaba, pero por lo menos planteaba un equilibrio de cargas: yo te hacía daño con mi ida, tu me lo hacías con tus comentarios y actitudes.


Alcanzo la punta de ´Praia da Luz´ por donde un carro de policía se aproxima dejando sus huellas en la arena. Me devuelvo pasando al lado de unos pescadores que recogen algunas presas enredadas en sus redes.

Supongo que las fuerzas del universo deben siempre estar equilibradas. El triunfo del desamor se proclamaba y claro, cómo podía oponerme a él si yo mismo era quien lo había inducido con mi maldita idea de irme. ¿Cómo renegar ante la situación si era yo el que abandonaba y tú la abandonada?

- Ya sabes por qué me voy, te lo he repetido mi veces – y claro, callabas, no lo juzgo, porque en el fondo la rabia era la reina. ¿Cómo no odiar a quien plantea un mejor futuro para si y ni siquiera te invita?

¡Dónde está el amor del que hablas! pensaste. No lo dijiste pero yo pude escucharlo porque en esto del amor uno sabe lo que la otra persona está sintiendo así no te lo diga. Si tuvieras tanto amor por mi me incluirías en tus planes. Y claro, también te había repetido mil veces que no quería sacarte de tu ambiente, te helabas con el aire acondicionado y te hacían mucha falta tus papás así los fueras a ver pronto. ¿Qué pensar cuando estuvieras en la mitad del invierno a miles y miles de kilómetros de tu familia? El amor lo puede todo me pudiste haber dicho y sí, eso es cierto, pero es tan cierto como que uno no debe sacrificar a una persona. ¿Qué hubieras hecho al cabo del tiempo en aquel lugar extraño de lengua inteligible en el que ni siquiera podrías trabajar? El frío y la lejanía se superan, claro, no es eso, hay razones fundamentales y aquí todo se junta como un rompecabezas de esos en los que la figura sólo se ve hasta que se pone la ultima de las piezas. Es, esa palabra, esa palabra que me repetiste en la ´Lagoa da Conseição´ y luego dentro del carro, esa palabra que salía de tu boca mientras yo quería morirme al saber que tu pensabas eso de mi, esa palabra que me rajaba la piel para penetrar hasta mi alma y anidar en ella como un parásito maligno que se te mete y luego es imposible de eliminar. Esa palabra, es esa palabra la que confirma tantas cosas y en especial la de elegir un camino solitario, ya que si bien me sacrifiqué por mi terca intensión de ser artista, no hundiría en este barco a nadie más.


Me acerco de nuevo a los carros sobre la arena, al tiempo en que veo a una hermosa mujer de pelo negro y cuerpo dorado, salir del mar y caminar hacia uno de ellos moviendo sus estructurales nalgas separadas por un hilo dental de color azul. La miro de reojo una vez más, ahora en compañía de un hombre panzón de pantaloneta roja, antes de tomar el camino de arena y ascender por la montaña sintiendo como el dolor de la hernia se prolonga por mi pierna. ¡Maldita sea! ¡Maldita sea! Si pudiera tan sólo amarla. Sigo adelante hasta un punto en el que un toro negro me cierra el paso. ¡Diablos! Me mira con un gesto amenazante inclinando la cabeza al tiempo en que me acerco.

No lo hagas, en cualquier momento te salta encima. Si pero no tengo por dónde más pasar. Espera un poco. A mi cabeza llega la imagen de un periódico: “Colombiano muerto por un toro de un cachazo al corazón”. Esa sería muy larga, mejor esta: “Escritor encuentra la muerte en Praia do Rosa”, también está muy larga. “Excursionista muerto por un toro”. ¿Excursionista? Me siento como Don Quijote en alguno de sus capítulos, con la excepción de que estoy consciente del ridículo. Intento pasar de lado pero el toro me cierra el paso aún con más empeño. ¿Dónde demonios estaba antes? Estudio el terreno y termino pasando por medio de unos arbustos que me rayan los brazos y en los que sí podría haber una víbora esperándome. Llego hasta la roca en la que estaba sentado y sigo de largo descendiendo por la pendiente que me lleva hasta el borde de la carretera y de ahí vuelvo al restaurante en el que hay un gran letrero en madera que indica que esta es una zona de protección para la ballena franca. La tarde cae mientras camino hasta la cabaña cerrando tras de mi la puerta. Me siento en uno de los bancos y llevo mi cara sobre las manos. Es esa palabra, esa palabra… ¡Mucho idiota! Tú jamás debiste hacerle ese reclamo.

Esta historia queda en continuará…, porque el mundo es mejor verlo con los propios ojos que por el Discovery Channel. (Las publicaciones se harán los martes aunque su periodicidad no puede garantizarse dada la naturaleza del viaje. Espere los jueves reportajes gráficos). Para ver más fotos del viaje diríjase a las páginas http://www.eduardobecharanavratilova.blogspot.com/ y http://www.brasilendosruedas.blogspot.com/ Agradecemos a los siguientes colaboradores: Embajada brasilera en Colombia, Ibraco (Instituto cultural de Brasil en Colombia), Casa editorial El Tiempo, eltiempo.com, Avianca, Jugos Blast, Gimnasio Sports Gym y la revista Go “Guía del ocio”.

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