Tuesday, June 26, 2007


Praia do Rosa (II) - Crónica XXIV

(Esta travesía no podría hacerse sin el patrocinio de Gótica Eventos y Hanna Estetics, Bogotá)

Favor hacer las donaciones para los niños con cáncer en la cuenta de ahorro exclusiva para Brasil en dos ruedas, número 0483124605-2 de Bancolombia a nombre de OPNICER (Organización de padres de niños con cáncer, Nit: 830091601-7). Con estas donaciones usted está ayudando a un niño enfermo de cáncer a tener una posibilidad de vivir.

Anochece temprano. Descanso un rato, tomo un baño, me visto y camino por la carretera desierta hasta llegar a la calle principal. El único restaurante abierto es uno que se llama ‘Tucano’. Hay dos mujeres asomadas en su entrada luciendo camisas coloridas. Doy un vistazo hacia adentro y me convenzo. Sentado en una mesa con su señora y otras personas me encuentro a Daniel.

- Ché, vení sentate aquí con nosotros – dice al verme. Me presenta con otra pareja y con dos mujeres que deben estar al final de sus veinte. Pido un ‘prato feito’ mientras los oigo hablar entre ellos.

- ¡Sí! Quién lo hubiera creído. Por lo menos lo sabía disimular muy bien – dice él.

- Yo jamás lo hubiera pensado – menciona una de las dos mujeres solas.

- Yo tampoco; guardaba un perfil muy bajo.

- Un tipo que conocíamos. Vivía cerca del ‘Engenho do Rosa’. La semana pasada lo capturó la policía. Está acusado de narcotráfico. Estamos todos impactados – me cuenta Daniel.

Comentan acerca de otras cosas mientras como mi plato. Daniel le habla español a su esposa y ella le habla portugués a él. De un momento a otro empiezan a recordar escenas de una novela llamada “Paraíso Tropical” y al cabo de unos minutos me encuentro comiendo solo porque todos se fueron a ver el programa. Algunas personas, en especial parejas, se han ido sentando en otras mesas. Pido la cuenta encontrándome con la sorpresa de que Daniel ya pagó por mí. Vago por la calle principal hasta que tomo otro camino de tierra y llego hasta un sitio llamado ‘Beleza Pura’ en el que estuve con Tatiana en una de nuestras últimas noches. Me aproximo y veo el espacio que en aquella ocasión se llenó de gente al sonido de un cantante de barba tupida que lo animó con una guitarra al ritmo de canciones de rock de los setentas y ochentas. Una gran lámpara roja que cuelga del techo sobresale entre la decoración hindú. Camino a la barra y pido una cerveza. A mi lado sobre una de las bancas se sienta un hombre de mediana estatura con una camisa caqui, pantalón oscuro y una gran sonrisa que deja ver su perfecta dentadura.

- Tú no eres… ¿el cantante?

- Sí.

- Qué pasó con la barba.

- ¡Bahh! Me aburrí de ella y me afeité.

- Era simpática. Tenía su estilo.

- Lo sé. Pero quise cambiar.

- Yo estuve aquí hace como un mes. Una noche en que estaba repleto y todo el mundo cantaba.

- Fue una gran noche. Lo recuerdo bien.

- Cantas muy bien. Cambias de ritmos y de idioma con gran facilidad. Del ingles al español y al portugués. Me acuerdo que dijiste que no te gustaba tocar tu música.

- Sí, no me gusta.

- ¿Cómo te vas a hacer conocido si no tocas tus canciones?

- No sé. Ya estoy cansado de la noche. Siempre es lo mismo. Sabes, ahora canto en una iglesia: es muy bonito. Todo el mundo canta y está animado.

- ¿Cómo te llamas?

- Duda Velásquez, mucho gusto. Te invito a una cerveza. Dame dos cervezas – le dice a una bonita ‘bartender’.

- Tocaste una canción tuya. Me gustó mucho.

- Si pero no me sale del alma así como las otras que no son mías. Es la noche, ya no me gusta. Hay unas que valen la pena como esa de hace un mes en donde todo el mundo estaba feliz… la mayoría son desdibujadas. Estoy cansado. En Porto Alegre es igual. La gente no sabe apreciar lo que tú les das. Sólo quieren escuchar la basura que está de moda.

- Yo también soy artista. Soy escritor. En muchos casos no escribo para agradar sino para desagradar. No creo que alguien que escriba sólo cosas bonitas sea un buen escritor.

- Bueno, pues ahí está. Tu me entiendes – dice esto sacando un CD de una maleta que carga consigo. Veo su cara rolliza mientras escribe alguna cosa en una portada que dice “Wonderful Life” by: Duda Velásquez. – Toma, te regaló mi disco – menciona estirando su brazo. Luego lo veo irse a la pequeña tarima empotrada en una de las esquinas del bar. Saca su guitarra y empieza a tocar algunos acordes que la afinan sentado con las piernas cruzadas sobre un arrume de cojines. Doy sorbos sobre la cerveza esperando que se inicie el concierto. Al cabo de un tiempo canta una canción de Bob Dylan seguida de una de Janis Joplin, Jimi Hendrix. Hay un grupo de mexicanos que se ríen a carcajadas y no me dejan escucharlo bien, una o dos personas aparte de mi le ponen atención. Canta una de Soda Stereo, intenta esforzarse, pero el resultado es una música sin mucha convicción. Deja la guitarra y habla con una mujer que se sienta a su lado. Pido otra cerveza esperando que vuelva a comenzar. Tomo algunos tragos. Al cabo de un tiempo me aproximo.

- ¿No vas a tocar más?

- No. Estoy cansado, esto ya me aburre. Tu me entiendes – le oigo decir sobre una música ‘Chill out’ que sale de los parlantes. Vuelve a hablar con la mujer. Termino la cerveza y me devuelvo en la mitad de la noche por la carretera de tierra. Voy pensando en el miedo que tiene de exponer su propia música ante los demás. Abro la cabaña. Adentro la quietud es total. Me cepillo los dientes, me cambio de ropa, subo al cuarto, apago la luz y me pierdo en la oscuridad buscando al fantasma. Mis pensamientos viciados sólo me dejan ver a Duda en medio de la decepción. Me duermo.

Despierto de una perturbadora y confusa pesadilla. La luz del día se cuela por entre los bordes de las ventanas de madera. Tatiana yacía a mi lado, pero no estábamos en aquel lugar paradisíaco en el litoral brasilero sino en un cuarto de hotel en Colón de Santa Fe, Argentina, y el mundo me daba vueltas como si el propio planeta hubiera entrado en una espiral tragado por un hoyo negro. Me incorporo y todo vuelve a mí. La manera en que la hice llorar el 29 de diciembre en la Plaza Dorrego acompañados de una amarga comida, diciéndole que era una consentida por habernos hecho ir hasta el lejano centro comercial Unicenter, en vez de ir al jardín japonés, cuando esa era nuestra última tarde en Buenos Aires. Cómo llego una venganza, no de modo alguno premeditada por una mente consciente, sino más bien accionada por una herida abierta, herida que yo mismo había infringido. De nada sirvió el apacible día que pasamos en los arenales del río Uruguay tomándonos fotos y sonriéndonos, y luego el atardecer inolvidable de venado, con el puente entre Paysandú y Colón de fondo sobre la calma y silenciosa corriente del río. Estaba todo listo para ser la mejor velada del mundo, una fiesta de San Silvestre sólo nuestra, como dos enamorados fantásticos a quienes nada ni nadie les impedía amarse hasta el cansancio. Habíamos preferido un lugar elegante, la botella de vino costosa y no la convencional. Pero en medio del festejo, antes de que el reloj marcara las 12:00 p.m. cuando los empleados del restaurante nos pidieron que saliéramos para ver los fuegos pirotécnicos, yo me divertía tomando fotos de los voladores que toteaban en el cielo, porque mi nueva cámara, de la que ambos estábamos enamorados, tenía una opción especial de fuegos pirotécnicos que hacían lucir las fotos maravillosas, como salidas de un catálogo de revista, - justo en el instante en el que me pediste la cámara y yo te dije que te esperaras un instante porque aún estaba tomado fotos - ahí, se accionó un interruptor invisible – por supuesto que ya estabas harta de mi en muchos otros sentidos que se veían enervados por el viaje, como el hecho de que cuidara de mi computador en extremo, o tomara una cantidad que tu considerabas excesiva de fotos – que la llevó a ser indiferente conmigo por el resto de la noche. Imposibles fueron mis súplicas – recuerdo bien a una pareja de argentinos ya mayores, sentados a nuestra espalda, conmovidos por lo que veían – porque ella salió del restaurante y sólo después de mucho insistirle volvió y se puso a bailar agraciadamente con un grupo de tres niñas y su mamá hasta las cuatro de la mañana, mientras yo la veía parado desde una barra tomando una champaña que me sabía agria – pero qué más hacía – pensando en que así transcurría la gran noche de año nuevo por la que había sacrificado un crucero por el Nilo en compañía de mis papás, quienes de manera gentil me habían invitado al ser ese mi último año en Colombia. A las 4:00 a.m. luego de que insistí hasta el cansancio en que fuéramos al hotel, - te vi caminando a la vera del río en donde había muchas otras personas, y contrariando la exigencia de tu papá que el 24 de diciembre me apartó de la reunión diciéndome que yo era responsable por su hija que aún estaba bajo su patria potestad – la dejé ahí y me fui, porque la situación para mi era ya imposible de aguantar. A los 20 minutos llegó y se acostó en la cama. Yo mirando para un lado, ella para el otro; luego, cuando abrí los ojos, el mundo me daba vueltas como si el propio planeta hubiera entrado en una espiral tragado por un hoyo negro.

Esta historia queda en continuará…, porque el mundo es mejor verlo con los propios ojos que por el Discovery Channel. (Las publicaciones se harán los martes aunque su periodicidad no puede garantizarse dada la naturaleza del viaje. Espere los jueves reportajes gráficos). Para ver más fotos del viaje diríjase a las páginas http://www.eduardobecharanavratilova.blogspot.com/ y http://www.brasilendosruedas.blogspot.com/ Agradecemos a los siguientes colaboradores: Embajada brasilera en Colombia, Ibraco (Instituto cultural de Brasil en Colombia), Casa editorial El Tiempo, eltiempo.com, Avianca, Jugos Blast, Gimnasio Sports Gym y la revista Go “Guía del ocio”.

Tuesday, June 12, 2007


Praia do Rosa (I) - Crónica XXIII

(Esta travesía no podría hacerse sin el patrocinio de Gótica Eventos y Hanna Estetics, Bogotá)

Favor hacer las donaciones para los niños con cáncer en la cuenta de ahorro exclusiva para Brasil en dos ruedas, número 0483124605-2 de Bancolombia a nombre de OPNICER (Organización de padres de niños con cáncer, Nit: 830091601-7). Con estas donaciones usted está ayudando a un niño enfermo de cáncer a tener una posibilidad de vivir.


En frente, elevada sobre una loma que da contra una intersección, aparece la calle principal de Praia do Rosa. Un restaurante colorido de comida asiática que inicia una hilera de locales sobre el costado izquierdo, cierra sus puertas sobre una capa de polvo. De cara contra su fachada, otro restaurante lleno de jardines y pequeñas fuentes, resguardado por una cerca de madera, acusa el mismo estado de quietud, a la espera de una nueva temporada. Tatiana y yo comimos ahí la penúltima noche. Lo paso de lado, llegando hasta el punto en el que vimos al violador salir corriendo, perseguido por los tres hombres que le dieron caza y lo cogieron a golpes.

Me acercó hacia la cima en donde queda un albergue, cuando aparece ante mi la imagen de una mujer desgarbada, luciendo una pantaloneta roja - que le deja ver las piernas de palillo - una camisa azul arremangada, un pelo rubio a medio agarrar que baja por su frente sobre unas amplias gafas de sol, muy oscuras, que cubren mitad de una cara en la que se aprecia una sonrisa de dientes amarillentos y descuidados. Es la primera persona que veo desde que me bajé del bus hace un buen trecho de camino.

- ¿Estás buscando posada? – pregunta en un pésimo portugués.

- En realidad no.

- Bueno, pero yo te podría ayudar.

- ¿Eres argentina?

- ¿Cómo lo sabes?

- Tu acento.

Dejo de lado el albergue y viró hacia la derecha por un carretera destapada. La mujer continúa revoloteando a mi alrededor insistiendo en que ella me puede ayudar a conseguir una buena posada. Debe tener unos cuarenta pero su aspecto general la hace ver vieja. Continúo mi marcha lenta al ritmo de las mochilas que se sacuden a cada paso, colgadas en mis hombros hacia la espalda y el pecho. En la de adelante, que es más pequeña, cargo el computador personal y otros objetos valiosos como pasaporte y dinero. Un corrientazo se prolonga por mi pierna cada vez que la apoyo.

- Estamos a punto de pasar por la última posada que te puede dar un buen precio antes de que nos acerquemos mucho a las de la playa, que son más caras… mira, es aquí.

- ¿Cuánto cuesta?

- No sé bien pero ven y hablamos con el dueño.

Entramos por un enrejado que da a una cabaña rústica de madera, rodeada por otras más pequeñas que se yerguen entre la maleza. La mujer golpea en la ventana produciendo un ruido que espanta a unos pájaros que alzan vuelo. Vuelve a golpear una segunda y una tercera vez, hasta que un hombre abre la ventana y el interior de la cabaña se inunda de luz. Frota sus ojos con una mano y con la otra sostiene una sábana envuelta de su cintura para abajo, en su cuerpo desnudo. Su pelo es claro y su rostro colorado está sin afeitar. Nos enfoca con esfuerzo con unos ojos verdes, brillantes y rojizos.

- ¿Qué horas son?

- Las dos y media… te traje un cliente.

- Ayer cumplí cuarenta y un años – dice picando el ojo – esperen un momento – agrega volteándose. Parte de su trasero se alcanza a ver cuando camina hacia un cuarto. Al cabo de un minuto salé en chanclas, con unos jeans recortados a media pierna, una camisa sin abotonar que deja ver su pecho y un cigarrillo encendido en la boca. - Vamos a ver la cabaña.

Entramos a una que tiene cocina en el primer piso y en el segundo una vieja cama y un sofá raído, que da contra una ventana por la que se ve una vegetación muy verde.

- ¿Cuanto tiempo te vas a quedar?

- Una o dos semanas.

- Ok. Te la puedo dejar en 10 reales.

- ¿Diez reales? – pregunta la mujer asombrada - ¿por qué diez reales?

- ¿Por qué no? Prefiero producir algo fuera de temporada en vez de tenerla desabitada.

- ¿Cómo te parece? – dice ella aún desilusionada.

- Está bien, pero voy a ir a otra. Sólo quería una segunda opción.

Salimos de nuevo y caminamos hasta la entrada principal. El hombre recoge una fruta que cayó de un árbol y me la da.

- Si cambias de opinión aquí sigo… y tú para ya de meterte porquerías que te vas a desaparecer al ritmo que vas.

Camino por la carretera bordeando los bambúes y mandrágoras de una posada de lujo, por cuyo portón abierto, es posible ver la inmensidad del mar frente a la colina. Al lado, dispuesto de manera elegante, hay un menú adentro de una caja de bronce cubierta por un vidrio que dice: “Cardapio - Frutos do mar”. Ahí comí con Tatiana la última noche a la vista esplendorosa del atardecer sobre la playa. Sigo adelante bordeando unos yermos. Huele a flores y a vegetación húmeda. El ritmo de las mochilas acompañan mis pasos, hasta que, tiempo después, llego a un portón de madera al lado del cual, un aviso de letras redondeadas, también en madera, dice: “Engenho do Rosa”. Lo abro y camino dentro de un corredor empedrado recién barrido, en donde, a lo lejos, veo a Daniel subido sobre una escalera cortando con un serrucho el chamizo seco de un árbol frutal.

- ¡Che Eduardo! Pasá, pasá… qué sorpresa -. Camino hacia él y descargo las mochilas sintiendo un gran alivio en mi columna. Me da la mano y me hace pasar a un porche de una cabaña, en el que está su esposa sentada con siete meses de embarazo. Nos saludamos. – Te esperaba en bicicleta. ¿Dónde la dejaste? – pregunta pasándome un vaso de agua. La esposa entra dejándonos solos.

- Finalmente no lo pude hacer en bicicleta. Una vieja lesión de una hernia en uno de mis discos se reavivó desde hace un tiempo por el entrenamiento que hice antes de venir. Parado en la línea de partida no podía casi ni caminar… lo mantuve en secreto por varios meses porque insistía en hacerla en bicicleta aún con dolor, pero eso fue peor.

- Che, como lamento escuchar eso. ¿Y entonces que pasó con la travesía?

- Decidí hacerla en bus. No quería dejar el proyecto inconcluso. Supuse que el énfasis debe estar en las crónicas en vista de que soy un escritor y no un deportista. Aunque el reto físico hacía toda la diferencia.

- Bueno, pero los niños con cáncer lo van a agradecer.

- No estoy muy seguro. El director de la Fundación me escribió diciendo que nadie había consignado un solo peso en la cuenta nacional. Lo escribió de tal manera, que dio a entender que él mismo va a quitarme su apoyo.

- Che, pero… él tendría que entender.

- A él en realidad no le importa. Tiene la Fundación para pavonearse en grandes fiestas organizadas en clubes y casinos de Bogotá, en las que se emborracha con un micrófono en la mano, repartiendo chucherías o rifando pijamas que lucen bellas modelos, a precios millonarios entre sus amigotes. Todo es un show fantástico. Pero en el día a día, la Fundación es más un fastidio que una vocación altruista. Se toma fotos con los niños enfermos pero después recoge el whisky de la mesa. A él lo que en realidad le importa es su propia empresa millonaria. Como será que la gerente le renunció en noviembre aduciendo que estaba cansada de luchar sola contra la corriente. Incluso me recomendó cambiar de Fundación porque según ella, esta no ameritaba mi esfuerzo.

- Che… no sé que decirte.

- No tienes que decir nada.

- Aquí podes descansar unos días, curtir la playa y la tranquilidad; te habrás dado cuenta de que ya en esta época no hay nadie. Es decir, veras a alguna pareja por ahí pero nada más. A mi eso es lo que me gusta. Se me pasa el día haciendo trabajos domésticos como el de ahora. Barriendo, limpiando las hojas que aterrizan en el tejado de la posada, rastrillando las semillas que caen todos los días sobre el piso. En realidad lo disfruto. Hay momentos en que leo. Me leí tu libro una semana después de que estuviste aquí con tu novia. Inesperado final; me gustó. La mayoría de los que viven aquí vienen escapando de lo mismo. Las grandes ciudades, la congestión, la inseguridad, el estrés. Todas las mañanas tomo mi tabla de surf, la llevo al mar y surfo con los ‘golfinhos’ curtiendo la naturaleza. Eso para mi tiene más valor que cualquier cosa.

Daniel está sentado frente a mí en un asiento de madera con una pierna cruzada sobre la otra. Es alto y delgado, pero su cuerpo es fuerte. Lleva puesta una pantaloneta corta. Eso es todo. Su cara es de ángulos rectos, su nariz también, aunque un poco larga, está afeitado y tiene la cabeza toda rapada aunque se advierten señales de calvicie en la frente y la coronilla, pues en estos puntos su piel brilla y es diferente de aquella que posee folículos capilares. Habla al tiempo en que palmotea a su gran perro negro que me mira moviendo la cola.

- ¿Pero cómo es tu historia particular?

- Vivía en Montevideo, allá tuve diferentes trabajos de escritorio – no es difícil imaginarlo de corbata como un tipo elegante - me aburrí de la ciudad y de la monotonía y me hice barman. Luego fui a Punta del Este donde trabajé en un bar. Allá me contrataron para ser escolta de personalidades, futbolistas conocidos, modelos, actrices uruguayas y argentinas. Trabajaba en eso cuando vine de vacaciones aquí. Me devolví a Punta y al año siguiente volví a Praia do Rosa: aprendí a surfar y nunca más salí. Trabajé de barman en varios lugares hasta que apareció la oportunidad de administrarle esta posada a un amigo uruguayo y así fue. Ya llevo ocho años acá. Tengo 40. Pero sólo hasta hace un año y medio conocí a mi esposa. Ahora voy a ser papá. Vas a quedarte aquí ¿no es cierto?

- Sí. ¿Cuanto me vas a cobrar?

- No te preocupes del precio, después arreglamos eso. Lo que si te pido es que no me dejes las luces ni el ventilador prendidos.

- Daniel. ¿Cómo sobrevive la gente aquí fuera de temporada?

- Tienes que hacer el suficiente dinero en la temporada para que luego, bien administrado, te dure el resto del año. Aunque en la semana del carnaval, semana santa y mitad de año, también hay movimiento. Así vive todo el mundo aquí. O de la pesca o del turismo - dice esto último abriendo la puerta de la cabaña en la que me voy a quedar. No es la misma en la que me quedé con Tatiana, pero es la que queda al lado. Un fantasma se cruza por mi frente en fracción de segundos. – Aquí vas a estar bien. Puedes leer y escribir sin que nadie te moleste. Eres el único huésped de la posada.

- Gracias, tengo que ponerme al día con las crónicas y quiero escribir un libro de cuentos que tengo en la cabeza desde hace años.

Cierra la puerta y el olor a madera me invade. Vuelvo buscando un recuerdo. Un recuerdo de tiempos felices y tiempos tristes que luchan en mi cabeza como dos dragones asesinos. La quietud del espacio me abruma. Me incorporo. Me siento en un sofá cubierto por una colchoneta roja que sirve de cama alterna. La ventana está cubierta por una tela roja, en la que hay pequeñas estrellas pintadas al lado de diminutas lunas. La pared blanca, se extiende hasta una barra de madera que divide a la cocina de la sala, al lado de la cual, yacen estáticas dos bancas altas con espaldar, como en un bar. Al fondo, una puerta pintada de rojo da contra el baño. A la izquierda, hay una escalera empinada que lleva al cuarto. Es exacto al otro, solo que allá la decoración no era roja sino verde. Permanezco ahí sentado por un momento. ¿A qué volviste aquí? Dime. ¿A qué volviste?

Esta historia queda en continuará…, porque el mundo es mejor verlo con los propios ojos que por el Discovery Channel. (Las publicaciones se harán los martes aunque su periodicidad no puede garantizarse dada la naturaleza del viaje. Espere los jueves reportajes gráficos). Para ver más fotos del viaje diríjase a las páginas http://www.eduardobecharanavratilova.blogspot.com/ y http://www.brasilendosruedas.blogspot.com/ Agradecemos a los siguientes colaboradores: Embajada brasilera en Colombia, Ibraco (Instituto cultural de Brasil en Colombia), Casa editorial El Tiempo, eltiempo.com, Avianca, Jugos Blast, Gimnasio Sports Gym y la revista Go “Guía del ocio”.