Thursday, March 29, 2007





En busca del carnaval - Crónica XIII

(Esta travesía no podría hacerse sin el patrocinio de Gótica Eventos, Damovo y Hanna Estetics, Bogotá)


Favor hacer las donaciones para los niños con cáncer en la cuenta de ahorro exclusiva para Brasil en dos ruedas, número 0483124605-2 de Bancolombia a nombre de OPNICER (Organización de padres de niños con cáncer, Nit: 830091601-7). Con estas donaciones usted está ayudando a un niño enfermo de cáncer a tener una posibilidad de vivir.


La tarde cae sobre la ciudad. Unas nubes negras que vienen desde el sur cubren el horizonte hasta juntarse con las aguas briosas del Río de la Plata. El viento produce un aullido al chocar contra las ventanas y al poco tiempo la tempestad deja caer su furia sobre los andenes. Una vez escampa, salgo a comer algo pensando en lo doloroso que se hace el viaje en medio del desasosiego. De vuelta, me dicen que Tatiana me ha llamado dos veces. Entro a Internet y por el Chat le digo que me llame. Lo hace.

- Ya está muy claro todo – dice.

- Tu crees que esto a mi no me duele, tengo un nudo en la garganta.

- ¿Sabes qué? Yo no soy un personaje más de tus crónicas ni de tus cuentos. ¡Yo tengo sentimientos!

- Si, pero tu haces parte de mi vida y de mi travesía.

- ¿Qué vamos a hacer? ¿Dime?

- No sé. Si quieres no hablamos más, aunque yo no quisiera.

- No. Yo tampoco.

Hablamos un rato antes de recordarnos el amor que nos sentimos. Vuelvo a mi computador en medio de una amargura absoluta. Escribo hasta que Juliana y Flavia me preguntan si quiero acompañarlas a ir a ver el inicio del carnaval uruguayo. Acepto. Salimos en compañía de Juan Pedro, un chileno que se nos une. Camino por las calles como un zombi pensando en Tatiana y en el mensaje de papá. Me animo un poco al recordar lo que ella me dijo: “Puedes gozártela, puedes disfrutarlo”. Tomamos un bus que nos lleva cerca al teatro de verano. Nos bajamos y caminamos hasta allá atravesando el parque Rodó. Comemos algo y entramos. Unas luces de colores iluminan a una murga que está a punto de comenzar. Nos sentamos sobre una tribuna de concreto al aire libre, justo antes de que un reloj electrónico de números rojos inicie su cuenta regresiva. Cuando lo hace se oyen las primeras voces en tono grave, que hacen referencia a la mutación de las personas, como dos caras opuestas que todos llevamos dentro. Sus integrantes llevan puesta una vistosa fantasía de color, que se cambian a medida en que el tiempo se consume y la presentación se acaba con una salida triunfal que hacen por la mitad del pasillo del teatro.


- Qué me puedes decir del carnaval en Uruguay – le pregunto en el intermedio a una bella mulata de ojos color miel, que está en la entrada de nuestra tribuna con una camiseta azul del comité organizador.

- El carnaval forma parte de la cultura del país, aunque ahora se ha comercializado mucho. Consta de un concurso en el que hay 5 categorías, hoy se van a presentar dos murgas, que son grupos de zarzuela que antes cantaban para recaudar dinero. Hablan de lo que pasa todo el año en el país, en política y temas sociales. Tiene 3 pasos que son la presentación, el cuplé y la retirada. También se va a presentar una sociedad de negros y lubolos (blancos pintados de negros) que crean situaciones relacionadas con sus raíces ancestrales. Estas sociedades tienen una serie de instrumentos de percusión, entre ellos una cuerda de tambores y repliques que la hacen muy vistosa. Su origen proviene de los negros esclavos que se disfrazaban con la ropa de sus amos queriendo manifestar su alegría en una especie de rebelión. El carnaval es eso, descontrol, desenfreno, locura y alegría.


Veo a los negros y lubolos bailando una danza africana en el escenario, que luego va cambiando de cantantes, voces y ritmos que pasan por el jazz, baladas en ingles, en español y luego terminan en zamba, mucha zamba bailada por lindas mujeres con fantasías y atuendos diversos que vemos pasar a nuestro lado cuando la sociedad termina su participación en medio del pasillo del teatro, al replique constante de los tambores que resuenan con energía.

- Tiene mucho de brasilero todo esto – le digo a Juliana mientras esperamos la presentación de la segunda murga.

- Uruguay es un país fronterizo. Estuvo en disputa entre España y Portugal por mucho tiempo, por eso tiene influencia brasilera así como Rio Grande do sul también tiene influencia hispana – dice.

- ¡Río grande do sul debería ser independiente! – anota Flavia.

- ¿Por qué?

- Nosotros trabajamos. En el nordeste de Brasil sólo saben bailar. Está comprobado que nuestro Estado mueve al resto del país. Si estuviéramos solos estaríamos mucho mejor.

De vuelta en el hostal, Dahia me sugiere ir a tomar una cerveza. Vamos a un bar en el quinto piso de un edificio, en el que se puede ver el centro de la ciudad.

- Este es uno de los puntos que más me gustan de Montevideo. El fin de semana toda la peatonal sarandí se llena de gente y de fiesta – dice. Yo estuve ahí con Tatiana la última noche. La imagen se me viene a la cabeza; me quedo mirando las luces de las grúas en el puerto.

- ¿Tienen mucho de brasil ustedes? – pregunto.

- Uruguay es un punto intermedio. Lo ves en las personas. Las uruguayas por ejemplo, no somos ni tan histéricas como las argentinas, ni tan lanzadas como las brasileras.

Terminamos la cerveza y luego caminamos por la silenciosa ciudad en la noche. Al día siguiente desayuno con una pareja de brasileros.

Voy en busca del carnaval ¿a dónde me recomiendan ir? – les pregunto.

- Vete a Capao de Canoa.

- Me han recomendado ir a Laguna y ayer me hablaron de Torres – digo.

- Vete un día a Torres, otro a Capoa y otro a Laguna. Así puedes ver diferentes ciudades en carnaval – me dice.

Me suena razonable. Saco el mapa y miro la ubicación de cada uno de los sitios. Trabajo todo el día en el hostal, hasta que conozco unas brasileras de Sao Paulo con las que me pongo a hablar.

– Podrías tomar un avión mañana e irte a Río de Janeiro. El pasaje cuesta 350 US desde aquí. Claro que Río es caro y los precios en carnaval se multiplican.

Más tarde hablo por teléfono con mamá: - Vete a Río; yo aún tengo una amiga allá.

- Me han dicho que el carnaval perdió su autenticidad.

- Entonces vete a Bahía.

- No sé, tengo la plata contada. Además no quiero tomar ningún avión. Todo esto perdería significado. Quiero ir a un sitio en el que sólo haya brasileros – le digo.

Escucharla por teléfono me llena de añoranza. Vuelvo a la reunión con tristeza.

- No sé a dónde ir – le digo a uno de los empleados del hostal.

- El litoral uruguayo también es muy lindo. En Punta del diablo podés ver los leones marinos sobre las rocas con el fondo azul del mar. Es una linda foto – me dice.

Me voy a dormir sin la certeza de tener el camino trazado, aunque el hecho de sentir a Brasil cerca me anima. A la mañana siguiente monto la crónica en El Tiempo, empaco mis cosas en la mochila y pido un taxi que me va a recoger al hostal.

- ¿Te gustó Montevideo? - me pregunta el taxista de ida a la Terminal de buses.

- Mucho. Es muy tranquila. Uruguay es muy bonito y apacible. Lo único que no entiendo es por qué se empeñan en contaminar al Río de la Plata con las papeleras de Botnia.

- Bueno, las personas tienen que comer ¿no? Cada quien ve las cosas a su manera. Mirá voz, Argentina argumenta la polución del río, cuando ellos tienen 4 viejas papeleras que botan toneladas de residuos al río. No es un tema ambiental sino social. ¿Sabés cuantos uruguayos se van a emplear en las nuevas papeleras?

- No.

- Miles.

- ¿Y sabés cuentos argentinos se van a quedar sin empleo cuando allá se quiebren las viejas papeleras?

- ¿Miles?

- Bueno, ahí está el asunto. ¿Vuelves para Argentina?

- No, voy para Brasil.

- Lindo país, aunque no vas a encontrar en ningún lado gente que te trate mejor que acá.

Esta historia queda en continuará…, porque el mundo es mejor verlo con los propios ojos que por el Discovery Channel. (Las publicaciones se harán los martes y jueves aunque su periodicidad no puede garantizarse dada la naturaleza del viaje). Para ver más fotos del viaje diríjase a las páginas http://www.eduardobecharanavratilova.blogspot.com/ y http://www.brasilendosruedas.blogspot.com/ Agradecemos a los siguientes colaboradores: Embajada brasilera en Colombia, Ibraco (Instituto cultural de Brasil en Colombia), Casa editorial El Tiempo, eltiempo.com, Avianca, Gimnasio Sports Gym y la revista Go “Guía del ocio”.













Montevideo - Crónica XII

(Esta travesía no podría hacerse sin el patrocinio de Gótica Eventos, Damovo y Hanna Estetics, Bogotá)

Favor hacer las donaciones para los niños con cáncer en la cuenta de ahorro exclusiva para Brasil en dos ruedas, número 0483124605-2 de Bancolombia a nombre de OPNICER (Organización de padres de niños con cáncer, Nit: 830091601-7). Con estas donaciones usted está ayudando a un niño enfermo de cáncer a tener una posibilidad de vivir.

Cada sitio tiene un ambiente y una disposición que lo hacen único, así como la fisonomía de una cara, los lugares poseen sus propios rasgos y gestos. En Montevideo es particular el silencio, la calma que se respira en sus calles, la tranquilidad de los habitantes que caminan sin apurarse, un viento marino que te golpea el rostro sin descanso y un pasado esplendoroso que ha dejado de ser, pero que se recuerda en los clásicos edificios ajados.


Leo en un periódico que los gobiernos de Argentina y Uruguay estuvieron reunidos hablando sobre el tema de Botnia, pero que no llegaron a ninguna conclusión. En la Argentina sostienen que Uruguay pretende causar un atentado ecológico de grandes dimensiones, porque insiste en construir en compañía del gobierno Finlandés, unas papeleras gigantes que arrojarán sus residuos al Río de la Plata, causando la muerte de muchas especies animales. Hace más de un mes, cuando Tatiana y yo estuvimos en Colón, el tema estaba candente.

- ¡Che, son unos boludos! no se dan cuenta del daño que van a cometer contra la naturaleza. Hoy el puente está abierto pero lo han cerrado varias veces. Argentina incluso ha pensado en suspender el servicio de buquebus. Voz sabés que Uruguay vive del turismo que les mandamos desde acá – nos dijo el guía en aquel momento, mientras navegábamos en el río Uruguay por debajo del puente que conecta a Colón con Paysandú. Días después, leí un artículo en la prensa argentina, donde se exaltaba la hermandad entre ambas naciones y se indicaban las similitudes culturales, literarias y futbolísticas, en contraposición a la carencia total de nexos con Finlandia. “Uruguay no le debe nada a Finlandia” terminaba diciendo el escrito.

El hostal es un sitio agradable, salvo por el hacinamiento al que están expuestos sus inquilinos. En los pequeños cuartos hay hasta 8 camarotes apretujados uno después de otro. De mañana, cuando el sol entra por las ventanas y uno abre los ojos, he llegado a pensar que estoy durmiendo en la cama con la persona de al lado, que por fortuna, hasta ahora, ha sido una chilena cuyo novio duerme en el catre arriba de ella.


Desayunando conozco a dos jóvenes enfermeras de Porto Alegre llamadas Juliana y Flavia, quienes me recomiendan ir a pasar el carnaval a una ciudad costera llamada Torres. Tomo un taxi que me lleva a la oficina de un agente literario, con el que hablé para dejarle algunas copias de Unos duermen, otros no. El taxista es un hombre de unos cuarenta, vestido con una camisa bien planchada. Al notar mi acento extranjero me pregunta de dónde soy y qué hago en Montevideo. Le cuento.

- ¡Mirá vos! Yo me he leído toda la obra de García Márquez, aunque para serte franco, Memorias de mis putas tristes me pareció que no decía nada.

Por la tarde cambio unos dólares por pesos en el centro, compro un cuaderno, un relajante muscular en una farmacia y almuerzo en una pizzería. A donde voy, las personas me reciben con agrado como si me conocieran de tiempo atrás y se muestran siempre dispuestas a ayudarme. Cargan consigo un aroma de antaño, una aristocracia silenciosa, cierto dejo de grandeza que se fue, pero con la elegancia de un hombre honorable entrado en ruina.

- ¿Qué pasó con el esplendor del fútbol uruguayo? – le pregunto a un hombre canoso que me atiende en el restaurante.

- Eran otras épocas, ahora todo ha cambiado – responde.

Mientras almuerzo, veo por la ventana a un joven llorando en la calle mientras su novia lo consuela. Lo sostiene entre sus brazos acariciando su espalda hasta la base de su nuca. Le hablaba al oído. Permanecen así durante largos minutos, hasta que el hombre parece calmarse y se dan un beso. Ella le limpia los ojos con cariño y luego lo lleva a su regazo. El joven vuelve a llorar y toda la escena se repite una vez más de nuevo. Pienso en Tatiana y mis propios ojos se aguan. Recuerdo nuestra despedida y me conmuevo al pensar en la manera en que nos pudo haber visto alguien.


Luego del almuerzo camino hasta la plaza Matriz y me siento en una banca a ver la gente pasar. Al cabo de un tiempo se me acerca un mendigo que debe estar llegando a los treinta. Tiene unos rasgos bien delineados, unas ojeras que sobresalen dentro de unos gestos acentuados. Carga cierta vergüenza que se percibe en su mirada.

- Disculpá Che, ¿tendrías algún peso que me pudieras regalar? Excusáme por molestar – dice luego alejándose.

Al cabo de un tiempo llega un niño de unos catorce, vestido con una pijama corta de color rojo y azul, botas de plástico a mitad de unas delgadas pantorrillas desnudas y un descolorido avión de juguete en su mano. Tiene unos pómulos salidos, una piel blanca colorada por el sol y unos ojos verdes que abre por completo: - Tendrías una moneda para mi. Quiero comprarme unas fritas – dice señalando un Mc Donalds ubicado en una esquina de la plaza. Voy hasta allá y se las compro. – Gracias – dice metiendo varias de ellas en su boca. Lo veo ir a comerlas al lado de la fuente de mármol blanco.


Camino al hostal pensando que venir a Uruguay es devolverse algunas décadas en la historia del mundo. Me parece vivir el ambiente de mis papás cuando ellos eran chicos. Pienso en que debió ser parecido al aire que respiraron ellos en unas calles que aún no habían sido tocadas por una descomposición social marcada.

- En Uruguay el que no tiene un trabajo es porque no quiere – me dice Dahia de vuelta en el hostal. – Aunque no es como antes. Ahora encontrás grandes catedráticos y profesionales manejando ómnibus.

Abro Internet y leo un mensaje de papá en el que dice que a veces le entran unas oleadas de tristeza que lo tienen devastado. Le respondo. Trabajo un poco en el computador escribiendo un cuento llamado El padre de Debora Tayler, hasta que una de las escenas me hace llorar y paro a pensar en lo sensible que me encuentro al lagrimear por un acontecimiento de un cuento de ficción que yo mismo estoy inventando. Chateo un rato con Tatiana. Le cuento que ando deprimido. Me dice que en el fondo mi papá es quien más me apoya en mi empeño, aunque admite que tiene que ser horrible, que el amor de los padres no tiene comparación, que ella no podría ser capaz de dejar a los suyos porque ama su contacto. Le digo que ando hecho un llorón, dice que está bien, que llorar se siente bien, que todo es un proceso. Que yo por lo menos tengo un motivo para sacrificar lo que más quiero, pero que ella no pidió alejarse de mi. Le digo que me siento culpable. Me dice que no me sienta así, que lo que me quiso decir es que no tiene un motivo para alejarse de mi y que ella siempre supo que yo me iba a ir, desde antes de que me diera un beso. Le digo que me duele mucho el hecho de que lenta y paulatinamente se irá alejando de mi. “¿Por qué lo dices? ¿Quieres que me aleje?” escribe. Le digo que ella lo dijo y que me lo repite todos los días sin darse cuenta. Responde que no dijo eso. Le escribo que todo esto es muy difícil, que me ha costado mucho. Me pide que me tranquilice un poco, que si lo quiero, puedo ver las cosas de una manera distinta: “Puedes gozártela, puedes disfrutarlo” me escribe. Le digo que eso quiero pero que no estoy pudiendo, le recuerdo que un día se lo dije: - Cargo la angustia del artista -. Me pregunta qué he pensado, que si quiero regresar, le digo que no. Dice: “por eso, lo tienes todo muy claro”, insiste que estoy haciendo lo que siempre he querido. Respondo que si, pero que lo estoy haciendo con dolor. Me dice que estoy buscando mi futuro. Le digo que lo sé y que la quiero mucho. Responde que ella también, pero que le duele que yo piense ciertas cosas, dice que en el fondo tengo muy claro que nos alejaremos. – No sé qué responder - escribo. “Mejor no lo hagas” responde. Le digo que estos temas no se deben tratar en un Chat. “No te preocupes, yo sé que es así” responde. – Me duele mucho esto – le digo. “A mi igual, pero no creo que sea yo quien se aleje… pero tu sabes que lo harás” responde. Le digo que me atormenta saber que nuestros lugares no concuerdan, que ella tiene su vida en Colombia y yo no. “Si pero tampoco quieres pensar en una posibilidad de estar juntos” dice. – ¿Dónde? ¿Dímelo? – le pregunto. “No sé” responde. Le digo que no quiero sacarla de Colombia, que allá tiene un futuro importante. “Ok” responde. Le digo que no quisiera cargar con la responsabilidad de sacarla de su sitio. Ella dice que hay muchas parejas que se aman y han buscado la posibilidad de estar juntos: “Sólo mira algunos de tus amigos. Cuando uno quiere lo hace y ya, sin pensarlo”. Le digo que no es así de fácil, que ella es la primera en decir que no quiere abandonar a sus papás. Cuestiono si sabe lo que es eso, le recuerdo que mi meta final es Praga y que esa ciudad queda muy lejos. Me dice que no me mortifique más, que ella sabe todo eso. Insiste en que me quede tranquilo. – Gracias por tu comprensión – respondo. “Ok” escribe. – Adiós – le digo. // “¿Me puedes decir qué significa todo esto?”. // - ¿Qué? -. // “Tu “Adiós”. // - Me estoy despidiendo -. // “Nunca me habías dicho Adiós ¿Qué es lo que me agradeces? ¿Qué quieres? ¿Qué es lo que realmente lamentas?”. // - Quiero terminar este Chat, no me gusta discutir estos temas por aquí, sólo el tiempo lo dirá -. // “Chao” escribe. Voy a escribirle que tengo un nudo en la garganta, pero en la pantalla aparece la siguiente frase: “Tatiana se ha desconectado”.


Esta historia queda en continuará…, porque el mundo es mejor verlo con los propios ojos que por el Discovery Channel. (Las publicaciones se harán los martes y jueves aunque su periodicidad no puede garantizarse dada la naturaleza del viaje). Para ver más fotos del viaje diríjase a las páginas http://www.eduardobecharanavratilova.blogspot.com/ y http://www.brasilendosruedas.blogspot.com/ Agradecemos a los siguientes colaboradores: Embajada brasilera en Colombia, Ibraco (Instituto cultural de Brasil en Colombia), Casa editorial El Tiempo, eltiempo.com, Avianca, Gimnasio Sports Gym y la revista Go “Guía del ocio”.














El otro lado del río

(Esta travesía no podría hacerse sin el patrocinio de Gótica Eventos, Damovo y Hanna Estetics, Bogotá)

Favor hacer las donaciones para los niños con cáncer en la cuenta de ahorro exclusiva para Brasil en dos ruedas, número 0483124605-2 de Bancolombia a nombre de OPNICER (Organización de padres de niños con cáncer, Nit: 830091601-7). Con estas donaciones usted está ayudando a un niño enfermo de cáncer a tener una posibilidad de vivir.


La belleza está en todas partes: el jugueteo de dos perros, el movimiento del agua, el embrujo de una sonrisa femenina.

Tomo un taxí que me lleva al puerto del Buquebus. Mi estadía en Buenos Aires se ha alargado mucho y es hora de seguir adelante. La indecisión es un defecto grande. Muestro mi tiquete y me dan un pasabordo. Entro a inmigración y paso por la policía argentina y uruguaya. La última vez que estuve ahí fue con Tatiana. Una vacío de entraña me acompaña. Una añoranza profunda. Espero un poco hasta que se inicia el abordaje y elijo un cómodo asiento parecido al de un avión, en una de las varias filas dispuestas para los pasajeros. Saco mi computador y lo enciendo.

- ¿Agarra Internet aquí? – me pregunta un hombre con acento colombiano, sentado al otro lado del pasillo. Dejo que los programas se terminen de iniciar y busco.

- No, aquí no hay conexión inalámbrica.

- Todo el planeta podría estar cubierto. Ya hay suficientes satélites sobrevolando la tierra. No lo han querido hacer por negocio – dice. Voy a escribir en el teclado pero se levanta de su silla y se aproxima. Es un hombre de unos cincuenta años, bien trajeado. Nos presentamos.

- ¿Es la primera vez que viaja en el buquebus?

- No.

- Vale lo mismo que el avión, ¿sabía? Lo tomé porque quería ver cómo era. Dura una hora ¿no?

- Dura 3. A Colonia de Sacramento es una sola.

- Hubiera cogido el avión – dice molesto. - Voy a Montevideo a hacer negocios, soy empresario. ¿Usted que hace?

- Soy escritor, estoy escribiendo crónicas.

- ¿Usted es el que se va a recorrer Brasil en bicicleta?

- ¡Sí! – digo asombrado – bueno, iba.

- Ayer lo leí en El Tiempo. Me encanta la página de ese periódico, es muy completa. Fíjese usted. Yo también tuve ganas de escribir un artículo en Buenos Aires, para enviárselo al Clarín: de cómo salí a la calle y me unté el zapato de mierda. No hice sino esquivar mierda de perro en la calle.

- Es como París.

- Peor. Oiga, interesante lo que hace. Cada quien tiene sus propios cuentos. Hace un año vine a cerrar unos negocios. Después me fui a uno de esos lugares de striptease en el que me sacaron mucha plata. Salí muy borracho con ese sentimiento maluco de que me habían robado. Usted sabe, de haber pagado algo exagerado. Cogí un taxi y sentí que el taxista me estaba dando vueltas innecesarias por la ciudad de manera que lo insulté, ya venía picado, nos bajamos y me clavó un puño que me dejó en el hospital con puntos en la cara. Eso es Buenos Aires para mi. Y lo chistoso es que me estaba cobrando como seis pesos o algo así de ridículo.


De noche el centro de Montevideo es silencioso. Por lo menos eso es lo que se percibe desde la terraza del Hostal Ciudad Vieja. Las calles desérticas no dejan escapar ruidos y es más fácil ver gatos vagando por ahí que personas. Para un visitante podría tratarse de una ciudad fantasma.

- Uruguay tiene una población decreciente. Aparte, la mayoría de jóvenes se van del país a estudiar o trabajar a Europa, los Estados Unidos o al Brasil – me dice Dahia una joven uruguaya que trabaja ahí. Dos chilenas que estudian ingeniería en Santiago hablan con un inglés de 41 años llamado Matt, quien dice que no le gusta Buenos Aires porque el agua que producen los aires acondicionados lo salpican cuando camina por los andenes. Tiene la nariz recta y los pómulos salidos, las cejas pobladas, el pelo largo y una barba de algunos días. Sus dientes están manchados de vino. Una de las mujeres lo mira con atención, la otra hace cara de aburrida. Me preguntan qué hago. Les cuento. Me piden que suba mi libro. Dahia lo compra. Los cuatro llegaron del litoral uruguayo hace dos días. El inglés cuenta que fue DJ de música electrónica en Londres, tuvo un bar en Barcelona y en la actualidad es dueño de un hostal en Costa Rica. – Ahora ando escribiendo un libro de piratas - dice.

- Has hecho de todo - le digo.

- Sí.

- Pero no has sido constante.

- Es cierto. Aunque en realidad nunca me ha interesado destacarme. Busco satisfacer mis necesidades interiores. Unas personas cambian la vida de otros, yo entretengo. De pronto tú cambiaste el mundo, pero yo te presenté a tu esposa. El chico conoce a la chica para siempre y es en mi noche. Yo soy un catalizador.


Hablamos de algunas otras cosas a medida en que tomamos una y dos botellas de vino. Hace algo de frío, el viento es insistente y se cuela por entre la camiseta. La chilena que estaba aburrida se va, Dahia y yo bajamos, Matt y la otra chilena se quedan besando en la terraza.

Al día siguiente me despierto con el golpe de un objeto que me cae del camarote de arriba en toda la cara. Tengo guayabo. Me incorporo un instante sentado en el borde de la cama. Una brasilera simpática se asoma desde arriba.

- Tu revista me calló en la cara – le digo.

- ¡Ohh! disculpa por favor -. Me cuenta que es de Río de Janeiro. Le pido que me hable del carnaval. - El carnaval de Río se volvió algo muy turístico. Ya no es como antes. La mayoría de cariocas escapan de la ciudad por esos días. Se llena de gente extraña y los precios se triplican.

Camino por la Plaza Matriz en la que hay una iglesia colonial y una fuente de mármol blanco, que no se qué personaje trajo pieza a pieza desde algún sitio de Europa. Tomo la calle peatonal Sarandi, entre algunos puestos de ventas varías, parecidos a los de la Recoleta en Buenos Aires.

- Hoy vienen dos cruceros El centro de la ciudad cambia completamente esos días – me dice una mujer que vende cadenas y otras joyas de oro.

Llego hasta la puerta antigua de la ciudad a la que le pusieron un soporte, ya que la construcción original en piedra amenazaba caerse. Voy a tomarme una foto cuando una mujer se ofrece tomarla. Hablamos un momento. Es de Brno. Le digo que mi mamá es checa. Se emociona hasta que llega su novio, un australiano de mal carácter. Camino por la plaza de la Independencia en la que contrastan edificaciones clásicas con unas modernas, como la de un edificio construido con arquitectura gótica parecido a un cohete gigante a punto de despegar, o uno setentero con arquitectura cubista, de ventanas cuadradas con soportes rectangulares para los aires acondicionados, que resulta muy poco estético. A uno de los costados está el museo de los presidentes y del otro lado de la Plaza, la embajada de Chile y el Palacio Salvo. En el centro hay un gran monumento de Artigas montando un caballo. Le tomo una foto. Desde ahí se alcanza a ver en una esquina aledaña, el costado del Teatro Solís y su construcción clásica. Sigo derecho caminando sobre la Avenida 18 de julio hasta llegar a la Plaza Fabini en donde hay un monumento de unos caballos y jinetes entreverados. De ahí parte una ancha avenida diagonal llamada Libertador Brigadier General Lavalleja que termina en el Palacio Legislativo que se ve a lo lejos. Es muy parecida a una avenida en Bruselas que también termina en un edificio estatal. Más adelante hay una tercera plaza en donde está el palacio Piria en el que queda la Corte Suprema de Justicia. Es un día laboral, pero aún así, las calles se sienten vacías. Me devuelvo caminando de nuevo por la peatonal Sarandí hasta llegar a la ciudad vieja, llena de calles angostas y edificios de fachadas clásicas que lucen descoloridas y ajadas, mostrando el esplendor de otra época. Toda la ciudad tiene un dejo europeo. Llego hasta Plaza Zabala y bajo por Solis hasta el Mercado del Puerto, un pintoresco lugar lleno de restaurantes de carne, dentro de un gran edificio de concreto cubierto por una estructura de vidrios y metal pintado de verde. En el centro del sitio hay un gran reloj del mismo color, como en una estación de tren. Hay mucho movimiento, especialmente de turistas. – Este era antes el mercado público de la ciudad – me dice un viejo mesero de bigote que luce una delgada camisa blanca, un chaleco de lino y un corbatín negro que hace juego con un pantalón del mismo color. Su pelo está lleno de canas. Pienso en que los mismos meseros pertenecen a otra época, lucen tan clásicos y tan desgastados como las propias fachadas de los edificios. Le pido una milanesa. Estoy almorzando cuando veo a Camila, la brasilera del hostal en Buenos Aires que huele a mi abuela. Me acompaña a la mesa.

- ¿Qué carnaval me recomiendas? – le pregunto.

- En el sur de Brasil no vas a encontrar un buen carnaval. En Porto Alegre las personas salen huyendo de la ciudad. Podrías irte a Laguna en el estado de Santa Catarina o incluso a Florianópolis.

Por la tarde tomo un bus que pasa por una parte más nueva de la ciudad, hasta Punta Carretas, un moderno centro comercial que se construyó en lo que antes era una vieja cárcel. De ida veo un bonito paseo lleno de árboles, parecido al paseo Colón de Madrid. La arquitectura de las casas sigue siendo clásica y se notan en un mejor estado de conservación. De vuelta camino por la costanera viendo el color marrón de las movidas aguas del Río de la Plata que se extienden hasta el horizonte. Es posible ver visos azules, producto de la mezcla con aguas oceánicas que provienen del Atlántico. El sol cae perpendicular molestando la retina. En algunos puntos del recorrido hay hombres pescando, un papá con su hijo y su perro jugando a lanzar un palo al río para que éste lo traiga de vuelta. Algunas mujeres toman el sol mientras que un par de jóvenes se secretean en una banca y hacen silencio mientras yo paso a su lado. Continúo adelante pensando en que he aprendido a vivir con el dolor por fuerza de costumbre. Desde ese domingo de septiembre luego de un partido de fútbol de exalumnos del colegio, en el que se reavivó, sin motivo aparente, una hernia discal que se me había producido hacía cinco años levantando un tanque de buceo.


Voy cargando la pierna una vez más, esa es mi cruda realidad. Pensé que podía normalizar el dolor así como lo hice aquella vez a punta de fisioterapia, pero el fuerte entrenamiento que realicé durante meses para llegar en forma al Brasil, lo único que hizo fue empeorar una lesión que se volvió crónica, junto con un dolor que empecé a masticar en silencio para que nadie se interpusiera entre mi meta y yo. – Opérate antes de irte – me dijo Tatiana mil veces, pero yo confiaba en que el dolor se iría con la fisioterapia, así como se había ido hacia años. Corrí la maratón Nike de los 10 kilómetros en Bogotá lesionado, sólo para demostrarme a mi mismo que si podía correr así una maratón, me podría recorrer la costa brasilera en bicicleta. A lo lejos veo aparecer un crucero en el horizonte, que sobrepasa la escollera Sarandí donde termina la ciudad vieja. Se aleja silencioso remontando el Río de la Plata.
Esta historia queda en continuará…, porque el mundo es mejor verlo con los propios ojos que por el Discovery Channel. (Las publicaciones se harán los martes y jueves aunque su periodicidad no puede garantizarse dada la naturaleza del viaje). Para ver más fotos del viaje diríjase a las páginas http://www.eduardobecharanavratilova.blogspot.com/ y http://www.brasilendosruedas.blogspot.com/ Agradecemos a los siguientes colaboradores: Embajada brasilera en Colombia, Ibraco (Instituto cultural de Brasil en Colombia), Casa editorial El Tiempo, eltiempo.com, Avianca, Gimnasio Sports Gym y la revista Go “Guía del ocio”.







Thursday, March 15, 2007










Una tarde de fútbol

(Estadio Monumental de River Plate - Esta travesía no podría hacerse sin el patrocinio de Gótica Eventos, Damovo y Hanna Estetics, Bogotá)

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Es el primer partido del año y los hinchas caminan hacia el estadio agitando sus banderas. La emoción de un nuevo campeonato se siente en el ambiente. Boca le ganó ayer a Banfield a domicilio por 4 a 0 y River no se quiere quedar atrás. Algunas barras corean cánticos llenando las calles con su ánimo. Esta es la pasión argentina. Camisetas, gorras, trompetas, banderas, gorros, cualquier prenda de color rojo sirve porque esto de ser de River se lleva en la sangre. La entrada del imponente estadio Monumental abre sus puertas y los hinchas van copando sus espacios. Nadie se quiere quedar por fuera.


Una vez adentro el ambiente es aún más festivo. Hay hinchas con la cara pitada de rojo y blanco, otros que llevan atuendos especiales, otros que agitan las banderas o gritan al aire. Paro y le tomo una foto a uno que lleva una pijama de cárcel en la que está el símbolo del equipo alrededor de la siguiente frase: “Preso de un sentimiento”. La expectativa es tremenda. Los cánticos en contra de los bosteros retumban entre el templo de concreto, porque ser de River significa una cosa: odiar a Boca.


Papás con sus hijos, mamás con sus hijas, familias enteras, jóvenes, viejos, ricos, pobres, todos vienen a apoyar a su equipo del alma. La grama del estadio luce imponente en ese juego de colores en el que rojo y verde se mezclan formando un mágico sentimiento. Son las 3:30 p.m. y aún falta una hora y media para el partido. Nos sentamos en una de las tribunas, cerca al sitio en el que las barras bravas entran justo antes de iniciarse el juego. Adrian saca su cámara con el super lente y empieza a tomar fotos. Las gradas están a medio llenar. Aprovecho para hacerle unas preguntas a unos hinchas que están a mi lado coreando los cánticos que inundan las tribunas. Uno de ellos, Matías Ramírez, un joven de unos veintitrés años, quien lleva puesta una camisa del equipo y agita una bandera blanca con líneas rojas y negras se entusiasma.


- El fútbol en Argentina es el deporte más popular. Van todas las clases sociales. El equipo de uno es lo más importante. Hay odios y peleas entre hinchadas. Cuando juega Boca contra otro equipo así sea la Copa Libertadores, vamos por el otro equipo. Sólo interesa el equipo de uno. No nos importa que sean argentinos.

La tribuna empieza a abarrotarse y los pocos espacios aún disponibles se van llenando de nuevos hinchas con la misma emoción que produce comenzar de ceros.

- Es una parte muy importante de mi vida porque soy muy fanático. Si el equipo pierde el lunes me levanto triste. Te sentís mal. Somos hinchas por la familia. Todos somos de River desde siempre – continúa diciendo.

El ambiente se va calentando, la torcida corea y Matías canta con la tribuna: “Vamos los Millos hay que poner un poco más de guevo, para matar a todos los bosteros, esta es la barra del Monumental”.

- River nos genera más interés que la selección Argentina. A la selección la he venido a ver una vez, en cambio a River lo vengo a ver siempre. Vos sabés, como ayer ganó Boca hoy hay que llenar el estadio por puras cosas del fútbol.

Los chiflidos y los gritos se intensifican a medida en que se va acercando la hora. Gritos de aliento y de desprecio ante el otro equipo se escuchan.

Una mujer de gafas oscuras se sienta con su hija a nuestro lado.

- Disculpa, ¿vienen mucho las mujeres a fútbol aquí?

- Mucho – responde.

Canta de nuevo la tribuna: “Hay Che bostero, mirá que distintos somos, ustedes van con la yuta, nosotros aguantamos solos.

- Matías, ¿por qué le dicen los Millos a River?

- A River le dicen los Millos porque en una época vendió por mucha plata a sus jugadores y lo apodaron así.

La barra de Lanús tiene destinado un pequeño espacio detrás de uno de los arcos, del otro lado del estadio. Están separados de los hinchas de River por dos tribunas intermedias libres. Las gradas del monumental son de concreto y me cuenta Matías que fue inaugurado el 25 de mayo de 1931 en un partido que terminó River 3 – Peñarol 1. No se vende cerveza adentro del estadio y no se puede vender en 3 cuadras a la redonda. El problema de las barras bravas en la Argentina es bien complicado. Nos recomienda no sacarles fotos cuando entren, ya que muchos tienen problemas con la policía y podrían quitarte la cámara. En ese momento llega el encargado del tour en el que venimos y nos saca del sector en el que estamos.


- ¿Qué pasa? – le pregunto.

- Hubo tiros y cuchillazos entre algunos integrantes de la barra de River. Nos acabaron de dar la noticia; el ambiente está muy pesado.

El fútbol guarda un lugar especial en mi vida. De pequeño llegaba del colegio a patear el balón contra la pared del jardín hasta que el vecino, un viejo familiar de papá, me lo decomisó cuando se fue a su jardín, porque el sonido de los rebotes contra la pared, según él, lo estaba enloqueciendo. En segundo de bachillerato me quedaba sin almorzar sólo por alargar los recreos en los que jugaba partidos con mis amigos. Participaba en los entrenamientos para elegir los jugadores del equipo del colegio y siempre me escogían de último. – Tiene buena técnica pero le falta fuerza – decía el entrenador del colegio. Papá iba a ver los partidos en los que sólo jugaba los últimos cinco minutos y eso si íbamos ganando por goleada.

- No te metas al equipo este año. Yo te voy a entrenar – me dijo en octavo. Se compró un libro de Pelé, otro de Cruyff, la biografía de Martina Navratilova y otros de técnica y táctica del fútbol de cuanto técnico yugoslavo pudiera conseguir. Desde ese momento entré en un régimen de entrenamiento constante en el que me sacaba a patinar lastrado todos los días a las 5 de la mañana, me supervisaba una rutina de fuerza, lunes y miércoles y técnica, martes y jueves, todas las noches de cada semana, que me llevaron a una sucesión de eventos: ser titular del equipo, campeón de la Uncoli, a perder noveno y a que me echarán del colegio.

- Esto es para que veas que uno puede ser lo que se proponga en la vida – me dijo.

Le conté la historia al hombre que me hizo la entrevista en la firma de abogados y tiempo después me confesó que me contrataron por eso.

El encargado del tour nos lleva a una parte superior de la tribuna que está más alejada de las barras bravas. El estadio es muy alto, no apto para alguien que sufra de vértigo. Nadie sabe con certeza qué pasó pero hay personas en el hospital. Los hinchas se emocionan cuando sale River Plate al campo de juego. Se escuchan gritos, aplausos y caen confetis y serpentinas. Los cánticos se acentúan y la algarabía es seguida por una rechifla brutal contra Lanús que también salta a la cancha. Todo está listo para el inicio. En la alineación de River debuta el defensa colombiano Nelson Rivas y Radamel Falcao García comanda el ataque luego de una para larga por una lesión de rodilla. Daniel Pasarela sale del banco y da las últimas indicaciones a sus jugadores. El árbitro sopla el silbato y se inicia la fiesta. En las tribunas las barras no paran de saltar. Al poco tiempo la primera jugada de ataque emociona a todo mundo.

“Vamos los Millos hay que poner un poco más de guevo, para matar a todos los bosteros, esta es la barra del Monumental”.

La primera media hora va pasando y el brío de River va siendo controlado por la saga de Lanús que empareja el partido y ataca al local, al punto de convertir al debutante Nelson Rivas en el mejor jugador del partido. El árbitro sopla de nuevo su silbato y el primer tiempo termina sin ninguna emoción.


- ¿Están haciendo un reportaje? - nos pregunta un hincha llamado Ezequiel López, que nos ha visto a Adrian y a mi tomar fotos. Es un hombre joven de muy buena actitud, fotógrafo de profesión. Se interesa en el tema y acepta contestar algunas preguntas.

- ¿Qué nos puedes decir del fútbol acá en la Argentina?

- Mirá, yo lo que te puedo decir es que acá como en todo Sur América se respira y se vive el fútbol todos los días. En un juego River Vs Boca se está hablando desde una semana antes del partido, la gente no habla de otra cosa, el hincha del equipo que ganó sigue fastidiando al contrario hasta una semana después por haber ganado, es una locura.

- ¿De donde viene el odio tan profundo hacia Boca?

- River y Boca nacieron en el mismo barrio, en el barrio de la Boca y hace muchos años a principios del siglo XX jugaron un partido para ver quién se quedaba a jugar en el barrio. Ganó Boca 1 a 0, y River se tuvo que ir. A partir de ahí es el odio total. Nos odiamos. Creo que no debe haber un clásico en el mundo en el que se odien tanto los rivales como en un River Vs Boca. Si algunas vez tenés la oportunidad de verlo, te vas a sorprender mucho, de hecho el diario inglés The miror, lo clasificó dentro de los eventos deportivos en el mundo como el partido más importante que un amante del deporte no se puede perder, antes que un mundial, antes que unas olimpiadas, un River Vs Boca en la cancha de Boca, según ellos, es el mejor espectáculo deportivo del mundo. En un River Vs Boca yo he llegado a vomitar de los nervios.

- ¿Que nos puedes decir de la selección Argentina?

- Yo entiendo que la era post Maradona es muy difícil, así como a Brasil le costó tanto salir campeón después del 70 cuando Pelé se fue y tardo 24 años hasta el 94, yo creo que a la Argentina le va a costar separarse de la historia de Diego. Me parece que tenemos buenos jugadores y creo que tarde o temprano vamos a volver a recuperar el prestigio.

- ¿Entre la selección y River? – se queda pensando y sonríe.

- La selección es amor y River es una pasión.

Los jugadores vuelven a saltar al terreno y el segundo tiempo se inicia. Los primeros 25 minutos se consumen sin llegadas de mucho peligro, ni nada de aquel fútbol rápido que se suele ver por televisión en Fox Sports. Es un partido típico de inicio de temporada en el que los equipos aún están volviendo a tomar ritmo después de las vacaciones.

- ¿Si te fijás que no hay un solo negro en la cancha aparte del colombiano? – pregunta Ezequiel.

- ¿Por qué?

- No hay negros en la Argentina. Los persiguieron y extinguieron hace muchos años en algo que se llamó la expedición al desierto.

- No sabía eso.

- Sí, por ese loco y absurdo afán de parecernos a Europa.

Lo apunto en mi libreta para investigarlo más tarde. El partido continúa jugándose en el medio campo, sin muchas jugadas de peligro en las áreas.

- Lanús siempre nos complica – dice.

El resto de segundo tiempo transcurre en un ir y venir de jugadas en el medio campo. Los hinchas no paran de alentar al equipo, aunque es evidente que hay amargura generalizada en el ambiente, un cierto gusto desabrido en la boca, una melancolía mezclada con rabia que puede llegar a formar un nudo en tu garganta. El reloj marca el minuto cuarenta y cinco.

- ¿Cuál es el sabor de una tarde sin goles?

- Que te puedo decir, es triste. El fútbol es así: triste.

En ese momento al defensa Eduardo Tuzzio le queda picando la bola en el área de Lanús, la patea y la vemos entrar sobre el palo izquierdo del arquero. Los 50.000 hinchas de River Plate saltan y se abrazan con alegría absoluta, todos nos abrazamos, Ezequiel, Adrian y yo.

Esta historia queda en continuará…, porque el mundo es mejor verlo con los propios ojos que por el Discovery Channel. (Las publicaciones se harán los martes y jueves aunque su periodicidad no puede garantizarse dada la naturaleza del viaje). Para ver más fotos del viaje diríjase a las páginas http://www.eduardobecharanavratilova.blogspot.com/ y http://www.brasilendosruedas.blogspot.com/ Agradecemos a los siguientes colaboradores: Embajada brasilera en Colombia, Ibraco (Instituto cultural de Brasil en Colombia), Casa editorial El Tiempo, eltiempo.com, Avianca, Gimnasio Sports Gym y la revista Go “Guía del ocio”.



Tuesday, March 13, 2007






Un vistazo - Crònica IX

(El parque Japonès - Esta travesía no podría hacerse sin el patrocinio de Gótica Eventos, Damovo y Hanna Estetics, Bogotá)

Favor hacer las donaciones para los niños con cáncer en la cuenta de ahorro exclusiva para Brasil en dos ruedas, número 0483124605-2 de Bancolombia a nombre de OPNICER (Organización de padres de niños con cáncer, Nit: 830091601-7). Con estas donaciones usted está ayudando a un niño enfermo de cáncer a tener una posibilidad de vivir.


Una mujer desayuna frente a mí mientras lee un libro, masca lentamente un croissant, bebe un jugo a sorbos y finalmente levanta su mirada de la página para sacar de su cartera un celular y mirarlo. Vuelve a la lectura. Pasa su lengua por la comisura de su boca y barre un hojaldre huérfano. Sus labios son de un rosado intenso, tiene el pelo negro y los hombros desnudos sobre un tórax robusto que luce un esqueleto de rayas horizontales blancas y rojas. Pasa la página y recuesta la cabeza contra su mano. En otra mesa, un hombre unta una tostada con mermelada en un ritual silencioso que lo lleva a deslizar el cuchillo por el centro y luego por los bordes.


- Estuve pensando en le tema de tu libro – me dice una uruguaya que llega a desayunar. – En que la explotación está en todos lados. Aquí por ejemplo la discriminación más grande se hace con los bolivianos, peruanos y paraguayos que vienen ofreciendo su trabajo a cualquier precio.

Salgo del hostal y camino hasta la parada del 37 que me deja en la Recoleta. Doy una vuelta por el barrio viendo las cervecerías y demás bares y restaurantes hasta llegar al cementerio en donde me detengo ante algunas lápidas. Luego me doy una vuelta recorriendo los amplios jardines con caminos ondulares. Bordeo al cementerio por afuera, y llego a un sitio en el que hay unos tableros de ajedrez con las piezas ordenadas, junto a un viejo reloj doble que un hombre acciona al mover el peón de la reina hacia delante. Veo algunos bares junto a un centro comercial en el que hay una librería que tiene un café con sus propias mesas y asientos. Dejo atrás la zona vía la parada del 37 que tomo hasta Plaza Italia. Me bajo y pago la entrada del zoológico.

- Es pequeño y algunos animales dan la impresión de estarla pasando mal – me dijeron antes de salir del hostal.

Unas cabras comen de la palma de unos niños, un mandril juega a subir y bajar paredes, un hipopótamo espera a que el tiempo pase, un rinoceronte huele el piso, la jirafa da pasos lentos en compañía de su cría, mientras los cocodrilos permanecen estáticos como si fueran de piedra. Los niños parecen estar muy contentos, alimentan a un camello que estira su lengua hasta sacar los pequeños cilindros de concentrado de sus manos, un par de elefantes se empujan levantando la trompa al aire, un oso polar rasca su cabeza con una de sus garras al lado de una piscina, el tigre de Bengala observa silencioso y el león emite un rugido que nos recuerda que es el rey de la selva. Veo un jaguar, una pantera, un tigre blanco tendido y una infinidad de animales diversos que pasan ante mis ojos mostrando su esclavitud. Salgo y recorro los silenciosos campos del jardín botánico, la plasticidad de sus esculturas blancas sobre estanques de agua, las enormes copas de los árboles que visten al sitio con sus troncos gruesos y ramas frondosas. Algunos jóvenes se asolean bajo los rayos del sol, al tiempo en que un par de viejos hablan entre si. Salgo y camino hacia el planetario, tomo algunas fotos desde afuera. En las grandes avenidas circulan los carros mientras que la tarde trascurre y llego al jardín japonés en el que una aglomeración de pescados ornamentales anaranjados, blancos, rojos, cafés y de manchas diversas, me reciben en un estanque a la espera de ser alimentados. Son más grandes de lo que jamás haya visto. Bailarinas y goldfish de unos cuarenta centímetros de largo nadan unos sobre otros esperando salir premiados. Me dejo llevar por los finos caminos entre barandas rojas con puntas circulares de metal dorado, hasta llegar a un puente pequeño de madera que conduce a una pequeña isla en la que hay una cascada y una fuente al lado de un palomar de piedra. Helechos, pinos, palmeras y plantas diversas adornan el parque junto a los árboles altos que circundan la laguna y el camino que lleva hasta un vivero en el que hay bonsáis al lado de un restaurante de Sushi. Un pájaro negro de pico largo se posa en una torre de piedra que sobresale del agua.

- Me gustó mucho el parque - le digo al hombre que cuida la entrada a mi salida.

- A algunos les gusta, a otros no. Les parece muy pequeño y se decepcionan al saber que las plantas dan sus flores sólo en una época del año.

A medida en que se acerca mi ida de Buenos Aires me ataca una nostalgia fuerte por Tatiana. Es como si la ciudad ahora me significara ella. Un ardor en el estómago parecido al de la úlcera me acompaña. En cada paso que doy la veo, recuerdo su voz, su sonrisa ausente mientras pienso: El amor cuando es verdadero te quema por dentro. Ya es de noche; vuelvo al hostal. La llamo y me devuelve la llamada.

- ¿Qué vamos a hacer con tanto amor? ¿Dime? ¿Yo quisiera saber qué voy a hacer con ese sentimiento? – pregunta.

Me acuesto pensando en ello: ¿Qué vamos a hacer con tanto amor? Doy vueltas en la cama hasta que me duermo. Al día siguiente tomo el 64 en la Plaza del Congreso. Me bajo en San Telmo. Quiero ver el viejo barrio un domingo. Está abarrotado de personas pendientes de los diversos espectáculos callejeros: un acordionero joven, unas niñas tocando el violín, un titiritero de camisa café a rayas y tirantas rojas que presenta la función de un borracho vestido igual a él, una pareja disfrazada con prendas tiesas fingiendo estar en la mitad de un ventarrón con la gabardina levantada, una corbata que apunta al cielo, una bufanda al aire y un paraguas con sus puntas volteadas hacia arriba. Otro hombre habla con un perico amaestrado, una pareja de bailarines de tango se mueve a pasos lentos entre miradas malevas, unos guitarristas de música clásica están siendo filmados para un programa cultural de Finlandia, un mimo arremeda a las personas que pasan a su lado, otro hombre baila con una mujer de trapo y le hace gestos a otras mujeres que pasan mientras que la muñeca está volteada. Camino por entre las personas hasta llegar a la mitad de la plaza de Orrego, entre pequeños locales del mercado de pulgas en los que se encuentran trenes eléctricos Lionel de hace 50 años, vasijas de todos los estilos, sombreros de diferente forma, relojes grandes y pequeños, teléfonos de todas las épocas, un gramófono que emite una tonada, un tocadiscos que tiene un acetato de Gardel, una foto de los años cincuenta de una pareja en la playa exhibida en un portarretratos de visos dorados colocado sobre unas joyas de fantasía, CD’s de todas las generaciones y una serie de objetos que están dispuestos para los diversos gustos de los turistas de todas partes del mundo, que los recorren comentando sus detalles en inglés, francés, alemán, portugués y otras lenguas. En los alrededores hay varios cafés y restaurantes llenos, junto a anticuarios en los que se exhiben desde floreros, jarrones, porcelanas, cuadros y esculturas, hasta el caballo colorido de un carrusel o un triciclo de hace un siglo.

Bajo hasta el frente de la facultad de ingeniería, un clásico edificio de piedra al estilo de las grandes construcciones francesas con gruesas columnas, techos triangulares de templo romano e inscripciones en latín, y tomo el 64 hasta la calle Florida en la que me bajo y camino por la peatonal viendo los locales dispuestos a lado y lado hasta llegar a la librería El Ateneo en donde compro el libro Carta al padre de Franz Kafka. Sigo hasta Corrientes. Entro a un restaurante y pido unos ravioles verdes de 4 quesos con salsa boloñesa que me como con calma antes de salir y seguir subiendo por Corrientes hasta la 9 de julio pensando en la belleza de la ciudad y el contraste de sus antiguas calles estrechas con las grandes avenidas, paseos, parques verdes y extensos, en los que jóvenes toman el sol medio desnudos. Apuro el paso. A las 3:00 p.m. en punto debo estar en el hostal. El día está soleado y en el cielo no se ve una sola nube. La emoción del partido me anima. Miro las fachadas clásicas de los edificios pensando en lo apacible que se siente la ciudad sin tantos buses y carros que en algunos casos tienen, como en la mayoría de las ciudades latinoamericanas, varios años encima.

- ¡Jo tío! Cómo son de viejos los coches aquí – había dicho un español llamado Manolo algunas noches antes.

Llego antes de lo previsto y aprovecho para hablar con Amalia.

- Ya estoy lista – me dice al desocuparse de unas cuentas que hace con una de sus asistentes. Tiene unos ojos vivaces y unos gestos desentendidos. Luce un pantalón de color caqui y una delgada camisa azul. Está levemente despeinada y es un poco cortante como siempre.

- ¿Qué nos puedes decir de las personas que vienen aquí?

- Todos tienen el mismo interés de viajar sin la presión de un viaje programado. Son viajeros independientes que programan sobre su marcha. Cambian de rumbo de acuerdo a sus propias experiencias. Por ejemplo: si conocen a alguien. Si hacen amistades disfrutan más las cosas que si viajan solos. En sitios como estos se hace el intercambio de opiniones.


Cuenta que hace 7 años tiene el hostal, antes de que lleguen unos hombres a los que les dice que no tiene camas libres porque no le dieron buena impresión.

- Me gusta servirle al viajero. Por eso es bueno ver su perfil, para ayudarlo a hacer lo que más le convenga e interese. Buenos Aires es muy grande y el viajero agradece la ayuda. Aquí les ahorramos tiempo. Hay que tener en cuenta que esto es un negocio. Yo trato de vender lo que más puedo pero lo hago favoreciendo la calidad de lo que van a recibir.

- ¿Cuál es tu sentimiento con respecto a la rotación de la gente?

- Yo trato de no hacer una relación personal con nadie. Los chicos no. Algunos se encariñan mucho. Si alguien se queda por mucho tiempo y luego se va, se siente una especie de vacío. Por eso no hago un acercamiento con nadie. No quiero sentir tristeza cuando se vayan. Antes era distinto. Ahora hay más gente en todos lados.

- Los huéspedes que más recuerdo, son un grupo de alemanes que tocaban guitarras y tambores todos los días en la terraza. Se quedaron por más de 1 meses.

- Nunca he tenido una experiencia desagradable. Borrachos un montón pero no peleas ni nada de eso – hace gestos con las manos mientras lo dice.

- ¿Qué nos puedes decir en cuanto a sexo?

- A los chicos a veces les piden escorts. El juego de seducción es muy grande en un sitio de estos. Yo no me meto en eso. No doy clases de moral ni mucho menos a gente que viene acá 3 o 4 días. Si alguien conoce a otra persona en el hostal y quiere un cuarto doble se los alquilo. Lo mismo con los gays.

Esta historia queda en continuará…, porque el mundo es mejor verlo con los propios ojos que por el Discovery Channel. (Las publicaciones se harán los martes y jueves aunque su periodicidad no puede garantizarse dada la naturaleza del viaje). Para ver más fotos del viaje diríjase a las páginas http://www.eduardobecharanavratilova.blogspot.com/ y http://www.brasilendosruedas.blogspot.com/ Agradecemos a los siguientes colaboradores: Embajada brasilera en Colombia, Ibraco (Instituto cultural de Brasil en Colombia), Casa editorial El Tiempo, eltiempo.com, Avianca, Gimnasio Sports Gym y la revista Go “Guía del ocio”.





Thursday, March 08, 2007








La ciudad escrita

(Esta travesía no podría hacerse sin el patrocinio de Gótica Eventos, Damovo y Hanna Estetics, Bogotá)


Favor hacer las donaciones para los niños con cáncer en la cuenta de ahorro exclusiva para Brasil en dos ruedas, número 0483124605-2 de Bancolombia a nombre de OPNICER (Organización de padres de niños con cáncer, Nit: 830091601-7). Con estas donaciones usted está ayudando a un niño enfermo de cáncer a tener una posibilidad de vivir.


Voy a tomar una ducha cuando escucho un estruendo. Un sonido seco primero y luego el golpe de un portazo seguido por un ruido hueco parecido al de un coco que da contra el piso. Me volteo asustado y veo las piernas desnudas de un hombre sobre la saliente de un cuarto de inodoro. Me acerco a él y lo veo tirado sobre el piso con las guevas al aire aprisionadas contra el resorte de la pantaloneta, sus ojos en blanco y la lengua afuera. Corro por ayuda ante la mirada pasiva de dos brasileros. Bajo la ducha me acuerdo de la vez en que yo mismo me desmayé una noche en mi cuarto luego de orinar.


Me topo con Troy y Adrian con quienes quedamos en ir a la Boca. Se une una suiza bonita de Lucerna llamada Fiorella a quién le menciono la sonata Claro de luna de Beethoven, pero no parece saber que el poeta Ludwig Rellstab la llamó así en 1936 porque le recordaba el reflejo de la luna sobre el lago de Lucerna. Una pareja de húngaros también vienen. Vamos a un café en la plaza del congreso. Les digo que conozco Budapest, que también he estado en Eger, Sopron y Gyor, y que su país me parece fascinante. – Es una lástima que el fútbol ya no sea tan bueno como antes. Ya no hay estrellas como Puskas - digo.

- Antes era la única forma que tenía la gente de salir del país - responde. Nos cuenta que en la época del comunismo, cuando eran pequeños, sólo viajaban por los Balcanes y demás países de la cortina de hierro. – Las familias no podían llevar más dinero del equivalente a 40 dólares. Mis papás nos metían más plata entre los calzoncillos a mi hermana y a mi, y así podíamos durar 2 semanas de viaje.


Tomamos el bus 64 que nos deja justo enfrente de Caminito. Sacamos algunas fotos de las coloridas fachadas y muñecos suspendidos desde los balcones de las casas. Damos una vuelta por la cuadra mientras que Fiorella mira la infinidad de baratijas que se ofrecen, Adrian le toma fotos hasta al más mínimo detalle, los húngaros se interesan por una gorra azul y amarilla del Boca Juniors, Troy nos espera y yo me acerco a un cuadro colorido de una pareja bailando tango al que quiero tomarle una foto.

-Oye. Eso es prohibido. No pediste permiso - me dice una mujer con un hombre al lado.

- ¿Puedo tomarla?

- No. Es un original -. Volteo la cámara y se las apunto.

- Eres un grosero – dice.

Entramos a un restaurante en donde pido una milanesa con puré. Troy y Adrian piden bife de chorizo, Fiorella, asado de tira. Los húngaros se animan por la parrillada, la “Reina de la cuadra” según un cantante que acompaña nuestro almuerzo con canciones de Gardel. Luego caminamos por las sucias calles hacia el estadio de fútbol. Por el camino Fiorella vuelve a mirar algunas otras baratijas y yo aprovecho para preguntarle a una señora que atiende un mostrador sobre la historia del barrio.

- Se llama la Boca porque fue la primera entrada portuaria que tuvo el país. Vinieron italianos, españoles, alemanes, polacos y demás europeos que escaparon de la guerra y la pobreza. Eran artesanos, albañiles, zapateros, carpinteros; hicieron las casas con chapas y maderas pintadas con los sobrantes de las pinturas para barcos - dice.


En una de las esquinas del estadio hay un hombre en una cama durmiendo un sueño profundo. Recostado sobre el colchón raído hay un bastón y algunas sobras de comida. Tomo una foto. Entramos al estadio y nos damos una vuelta por la tribuna. La cancha es muy angosta y las graderías quedan sobre el campo de juego. No es difícil imaginar por qué es intimidante jugar ahí para cualquier otro equipo. De salida vemos el gran óleo en el que está pintada la bandera del barco sueco que le dio los colores al equipo. Un vigilante que cuida la entrada me dice: - River y Boca jugaban ambos en este barrio hasta que se pelearon los directivos y se jugó un partido para ver quién se quedaba y quién se iba. La primera camiseta del equipo fue blanca y negra. Hubo un partido en el que jugaron un sólo tiempo con una camiseta rosada y volvieron a la blanca hasta que un directivo decidió buscar unos colores propios y acordaron ir al puerto para adoptar los de la bandera del primer barco que llegara.


Volvemos al hostal y trabajo un poco. Me encuentro a Tatiana en el Chat y nos enviamos mensajes de amor hasta que me pregunta si estoy ocupado. Le digo que ando escribiendo. Siento que se molesta, yo me molesto de vuelta y de ahí en adelante nos escribimos algunos mensajes que terminan formando un nudo en mi garganta.

- ¿Qué pasó?

- ¿Sólo te pregunté si estabas ocupado? – me dice por teléfono algunos minutos después.

- Yo sé. Esto del Messenger da para interpretaciones equivocadas. Por eso no me gusta.

- Esto es muy duro.

- Sí.

- ¿Qué vamos a hacer?

- No lo sé. No quiero dejar de hablarme contigo. Yo te adoro, es lo único que te puedo decir.

Cuelgo sintiendo un boquete entre mi pecho. Gady alquiló un apartamento y se ha ido. Al cuarto llega una pareja de ingleses de 18 años. Salgo por una botella de agua y me topo con el irlandés que se desmayó en el baño.

- Tienes que hacerte el examen de la glicemia - le digo.

- Por eso es que no he querido ir al médico. No quiero que me salga con esas cosas – responde mientras abre una cerveza.

Al día siguiente tomamos de nuevo el 64 con Troy, Adrian, Camila y dos brasileras más. Vamos a San Telmo. Visitamos el mercado antes de entrar a un restaurante y caminar por la colorida Plaza de Orrego en la que estuve una noche con Tatiana al principio de nuestro viaje. Camila está molesta con Troy y no le dirige la palabra. Almorzamos, tomamos vino de la casa. – La gente adinerada vivía en San Telmo hasta que hubo una epidemia de fiebre amarilla y se fueron a la Recoleta – nos cuenta el mesero. Llegamos hasta el Museo de arte moderno pero desafortunadamente está cerrado. Nos despedimos y me devuelvo al hostal con Troy.

- ¿Por qué no te habla Camila?

- No le pude volver a dar un beso después de que me lo mamó.

- ¿En serio? ¿Cuándo pasó eso?

- Anoche, en el dormitorio. Bajamos una colchoneta al piso y lo hicimos ahí. Eran las 4 de la mañana, todo el mundo dormía.

- ¿Y después no pudiste besarla?

- No. No sé por qué. Es extraño.

- Ella huele a mi abuela – le digo.

- ¿En serio? ¡No me digas eso! ¿Vas a incluir esto en tus crónicas?

- Obvio.

Por la tarde me llama Juan Pablo, un diseñador gráfico amigo de Tatiana que se vino a Buenos Aires hace 3 semanas. Quedamos en encontrarnos en el Burger King de la 9 de Julio junto al obelisco. Vamos a ir al concierto de un grupo mexicano llamado Kinky que según él es muy bueno. Pienso que es un buen momento para probar cómo sigue mi hernia; no me ha dolido en los últimos días. Camino por Corrientes donde varias personas me ofrecen chicas deslizando tarjetas de presentación en mis manos. El sexo pulula en las calles. La pornografía es visible en los kioscos y mientras espero a Juan Pablo me aborda una mujer que me dice que pase un momento a ver un show de striptease con bailes griegos y árabes que tienen preparados algunas de las chicas. Insiste en que me invita a una cerveza. Juan Pablo llega a los 15 minutos. Es un hombre alto muy seguro de si mismo. Tiene la quijada cuadrada, una barba de tres días y luce una camiseta azul de Bob Marley. Caminamos hasta Córdoba en donde tomamos un bus. Le pregunto qué hace acá y me dice que anda en busca de mejores oportunidades.

- Uno en Colombia está en una cárcel cultural – dice.

- ¿Por qué?

- La gente importante no va porque le da miedo. Nada de lo bueno nos llega.

Las calles pasan de largo mientras que lo escucho. Dice que uno allá está enjaulado, que nada entra y que nada sale porque todo es muy caro. Nos bajamos en Niceto Vega y caminamos hasta el número 5510 por el viejo Palermo. Nos sentamos en un boliche enfrente y esperamos a que baje un poco la fila. Las fachadas de las casas son clásicas pero casi todas acusan ruina. A nuestro lado se sienta un boqueto sobre la base de una matera con una cerveza en mano. Tiene los dientes negros, una costra de saliva en el borde de los labios y una mirada vidriosa que apunta hacia delante. Saca unas pastillas de su bolsillo y nos las muestra.

- Son caramelos – dice.

Habla con Juan Pablo. No le entiendo muy bien. Su rostro acartonado encubre su juventud. Hablan algunas cosas. Entre dientes le escucho decir: - duraba volando en cualquier planeta -. Juan Pablo le responde: - Tienes que tener cuidado con eso -. La fila se aminora y la hacemos.

- ¿Qué mete el man? – le pregunto.

- Heroína. ¿No vio como tiene los dientes?

- ¿Y las pastillas?

- Es Rubinol. Las toma para acelerarse, pero ahí donde lo ve, mire la diferencia. Jodido el tipo y todo pero me contó que tiene Seguridad Social.

Entramos al bar y casi de inmediato se inicia el concierto. Vemos al grupo sobre una tarima a veinte metros de nosotros por entre el sitio abarrotado y el humo insistente que sale disparado de unos cajones negros que penden del techo. Luces de diferentes colores van iluminando al cantante, al baterista y los dos guitarristas que saltan al ritmo de una música que fusiona rock y electrónica y tiene a todo el mundo saltando. Juan Pablo me mira orgulloso con cara de: le dije que este grupo es la chimba. El grupo lleva al público por las canciones de su nuevo álbum a medida en que el show de luces se despliega y apaga. Al final tocan tres canciones extras.


- Acá nos podemos quedar y chupamos rumba ahora. Yo he venido, es muy bueno – me dice antes de comprar una cerveza. Me acerco a la caja y pido un esfero prestado. Tengo que anotar algo que se me ocurrió en el instante. La cajera me pasa uno que tiene en la punta una pluma rosada.

- Te queda muy bien ese virome – me dice la mujer que atiende la barra.

- Gracias. Si quieres tómame una foto - . Le paso mi cámara y me pongo el esfero en la oreja. También le tomo una a ella. Se llama Sonia. Es simpática, tiene un buen cuerpo y luce una camisa negra que se amarra con tiras en la espalda. Le digo lo que estoy haciendo. – Háblame de la rumba en Buenos Aires – le pido.

- Todos los días hay salida. Encontrás bares, pubs, discotecas, conciertos y mucha música electrónica. Quema la cabeza tanta música electrónica; empieza a aislar a la gente. Hay mucha droga -. Me cuenta que se acaba de graduar de psicología y que trabaja 3 veces por semana.

- ¿Qué más me puedes decir?

- Que la noche no tiene límites. Se consume mucho alcohol y hay muy poco control mental. Hay mucho libertinaje.

- ¿Desde qué lado de la barra estás diciendo eso?

- Yo no soy así; desde acá adentro. Esa es mi apreciación. No sé si así sea en otro lado pero acá es así.

Termino de hablar con ella justo después de que Juan Pablo se encuentra por casualidad con un viejo amigo de Colombia con el que estudió en la Javeriana. Se llama Diego pero le dicen “Chiqui”, está con su novia, una colombiana diseñadora gráfica que se llama Carolina. Nos sacan del lugar y nos vamos a un pub que queda enfrente a beber unas cervezas. Chiqui y Carolina viven en Buenos Aires desde hace algunos años. Hablamos de su experiencia de vivir como extranjeros cuando al lugar entran otros colombianos. Los miro mientras que pienso que en realidad la ciudad en sus espacios interiores se me parece mucho a Madrid.

- Es increíble pero yo me encuentro a gente conocida de Colombia todos los días. A mi me encanta este sitio. Uno puede llegar tan lejos como quiera – dice tomando de su cerveza con agrado. – Ya estudié lo que quería acá y ahora me voy a dedicar a ganar plata en lo que me gusta.

- Acá valoran mi trabajo, en Colombia eso no pasa – dice Carolina – el talento allá es un anexo, se da por sentado. Yo la verdad es que no vuelvo.

- Aparte aquí no hay prejuicios, uno se puede vestir como quiera.

- Ni hay roscas.

- Es que eso es lo que más me molesta – dice Juan Pablo con desagrado en su rostro – ¡las putas roscas! -. Nos devolvemos los dos en el bus 120. La ciudad pasa de largo. Pienso en Tatiana, en lo lejos que está, lo mucho que la extraño. Su sonrisa me viene a la cabeza hasta que él rompe nuestro silencio: - Cada día me lleno de más razones – dice.
Esta historia queda en continuará…, porque el mundo es mejor verlo con los propios ojos que por el Discovery Channel. (Las publicaciones se harán los martes y jueves aunque su periodicidad no puede garantizarse dada la naturaleza del viaje). Para ver más fotos del viaje diríjase a las páginas http://www.eduardobecharanavratilova.blogspot.com/ y http://www.brasilendosruedas.blogspot.com/ Agradecemos a los siguientes colaboradores: Embajada brasilera en Colombia, Ibraco (Instituto cultural de Brasil en Colombia), Casa editorial El Tiempo, eltiempo.com, Avianca, Gimnasio Sports Gym y la revista Go “Guía del ocio”.



Tuesday, March 06, 2007





Un aire diferente

(Esta travesía no podría hacerse sin el patrocinio de Gótica Eventos, Damovo y Hanna Estetics, Bogotá)


Favor hacer las donaciones para los niños con cáncer en la cuenta de ahorro exclusiva para Brasil en dos ruedas, número 0483124605-2 de Bancolombia a nombre de OPNICER (Organización de padres de niños con cáncer, Nit: 830091601-7). Con estas donaciones usted está ayudando a un niño enfermo de cáncer a tener una posibilidad de vivir.


Es domingo y por primera vez se respira tranquilidad en las calles. No hay locutorios abiertos. El calor arrecia, de modo que me decido ir a unas piscinas en Punta Carrazco que me recomendó Amalia la dueña del hostal, una señora simpática que dice que eso del calentamiento global y sus consecuencias ya no le tocarán a ella. Le cuento lo que hago y le pido un descuento.

- Aquí no subvencionamos a nadie. Ni siquiera a los que vienen con las ideas más extravagantes.

Tomo el bus 37 y me bajo en Punta Carrazco. Pago los 30 pesos de la entrada y me envían a un consultorio médico en donde me tienen que hacer una revisión para ver si no tengo hongos en los pies y manos. Me miro las palmas, aún están todas peladas. Camino sobre un corredor hasta un cuarto en el que hay dos jóvenes mujeres de vestimenta azul.

- ¿Qué me van a hacer? Ya me dio miedo.

- Ábrete los dedos.

- No es muy sexy lo que me están pidiendo.

- ¿Estás nervioso?

- Ustedes me están poniendo así.

- Tus manos, están todas peladas.

- Yo sé, es un recuerdo de Buenos Aires. La ciudad es un poco sucia.

- No seas boludo, se te pelan así porque estás nervioso. Es una reacción interna de tu cuerpo.

- Déjanos ver tus axilas.

- A bueno, eso está mejor.

Voy hacia la piscina al lado del ocre Río de la Plata en donde escribo en papel hasta que una borrasca se forma de la nada. Las sombrillas pasan volando a mi lado como misiles que terminan entre el agua. Salgo corriendo. En el hostal conozco a una joven colombiana bastante bonita que me dice que vive en Mendoza desde los 11 años. Tiene acento argentino.

- ¿Cómo te tratan los argentinos? – le pregunto.

- No muy bien, me discriminan.

Me interesa el tema – le digo – ando escribiendo unas crónicas y estoy en busca de material. ¿Cómo te discriminan?

- Me dicen mafiosa y delincuente -. Quiero sentarme a hablar con ella pero tiene afán porque quedó de enseñarle a bailar salsa a un israelita. Voy a comer a un tenedor libre sobre la Plaza del Congreso y luego hablo con Tatiana.

- Mañana entro a trabajar y voy a estar en Messenger por si quieres meterte a saludarme.

Gady me invita a comer porque Arava se va para Mendoza pero me quedo hablando con Tatiana. Me acuesto temprano hasta que una imagen particular me asalta en mitad de la noche. Gady está boca abajo en su cama mientras que Arava sentada encima de él, le hace un masaje en la espalda desnuda.

Paso por mi computador a la mañana siguiente. El dueño me cobra 200 pesos por reinstalarme Windows y haberme salvado la crónica.

- ¿Quedó con el antivirus?

- No. Colocarlo cuesta 70 pesos.

No se lo pongo. Pago sin ganas. Unas 2000 fotos que saqué en el viaje con Tatiana se perdieron. Trabajo un poco hasta que me llega un mensaje suyo que dice: “No me acuerdo de haber escrito: sin duda es mejor en la cama que como escritor”. ¿Qué quiere decir esto? le respondo en un mensaje. Al poco tiempo escribe: “Hay un comentario en tu blog sobre Unos duermen, otros no.... te acuerdas que yo una vez escribí: ¡Que puedo decir....es mejor conocerlo! Pues acabo de leer uno que dice que yo escribí: ¡Sin duda es mejor en la cama que como escritor! y yo nunca he escrito eso”.

Por la tarde tomo la línea B del metro hasta la casa de Alejando Margulis, un argentino dueño de una editorial independiente que publicaba una revista literaria que fue vetada por obscena en el régimen militar. Me muestra la caricatura de una mujer desnuda en la portada de un viejo ejemplar y me dice que sólo por eso la sacaron de circulación. Comenta que lo ha estado hablando con varios amigos y que llegó a la conclusión de que la mejor estrategia que encuentra de meter Unos duermen, otros no en la Argentina es por medio de la venta en quioscos.


De vuelta camino por los suburbios pensando en Tatiana. El dolor en la pierna es más intenso que nunca. Me monto a un bus en el que veo la ciudad por sectores que aparecen y se van. El movimiento de aceleración y frenada es suficiente para agudizar los corrientazos eléctricos en la pierna. La llamo cuando llego al hostal.

- Tu mirada sobre las cosas no va a ser la misma con dolor.

- Cada vez me siento más lejos de Brasil.

- Vuelve y te operas en Bogotá.

- Eso sería un desastre.

- Entonces ponte una inyección como la que te mejoró en Bogotá.

Me duermo sobre el colchón pandeado pensando que ha sido eso entre otras cosas, lo que ha agudizado el malestar en mi columna. A la mañana siguiente camino por Corrientes buscando una farmacia que me sepa decir qué medicamento es lo que en Colombia lleva la marca DISPROSPAN®. Un travesti con gafas oscuras se interesa y me recomienda ir a Doctor Ahorro sobre el cruce con la Avenida Callao. Está cerrado. Pienso en escribirle un mail al Doctor Jiménez Hakim en Colombia justo antes de entrar a Farmacity en donde una joven muy dispuesta me dice luego de buscarlo en Internet, que es Betametasona. Quiero saber si tiene alguna contraindicación mezclado con antibiótico: - ¿Me va a hacer un poco más neurótico? – pregunto. Sonríe. Me pone la inyección y a los 5 minutos ya me siento mejor. Busco el libro Bajo el volcán de Malcolm Lowry que Jaime me recomendó hace un tiempo y entro a un restaurante en Suipacha con Tucumán en donde pido un escalope pensando en que es prudente quedarme unos días en la ciudad viendo cómo evoluciona la situación. Camino la zona. En las calles hay afiches de una revista en la que se analiza la paradoja de un banquero guevarista, ante el interrogante de si es posible salvar la contradicción entre reivindicar al Che y dirigir un banco con las crudas reglas del capitalismo. Otro que publicita la campaña de un periodista diciendo que él es el recambio que necesita el socialismo. Camino por Cordoba y me encuentro con una manifestación de huelguistas que detiene el tráfico porque la compañía Telefónica de España no respeta los acuerdos laborales. Llego a la Avenida 9 de Julio y tomo algunas fotos contra el obelisco. Vuelvo al hostal y escribo hasta que una brasilera pelirroja de unos 25 años con gafas rectangulares y dientes salidos me interrumpe. Se llama Camila y huele al perfume al que olía mi abuela. Es una de esas mujeres que aún son jóvenes pero ya tienen cara de vieja. Llega Troy, un australiano que conocí por la mañana en el desayuno y se van juntos a tomar vino.


A medida en que van pasando los días me voy adaptando a las estrechas calles del centro por las que camino. La ciudad se plantea interesante y me animo a conocerla toda en bus. Tiene un buen sistema de transporte y es fácil de manejar.

- Hace parte de la época dulce - me dice uno de los empleados del hostal con respecto a su arquitectura – la gente con buen poder adquisitivo hacía sus casas a semejanza de las europeas. Los arquitectos se formaban en París.

Descubro que el cuarto tiene aire acondicionado por las noches si uno pide que lo prendan, y que en el primer piso hay Internet inalámbrico si uno sabe la clave. Por la noche me siento con Troy y su hermano Adrian quién acaba de llegar de Canadá. Es un fotógrafo profesional que se está separando de una mujer que lo botó porque llevan años intentando tener un hijo y no han podido. Hablamos de mujeres. Salgo a comer una ensalada en un restaurante cercano y leo en el periódico que la iglesia admite que se anulen matrimonios por causas insólitas como las que los tribunales eclesiásticos admitieron recientemente: una esposa fumadora empedernida, un marido muy dependiente de su madre, un conyugue obsesivamente celoso y otro que optó por dar el sí en la iglesia por que así le regalaban un viaje.

- Hoy trabajé toda la tarde en Internet desde el hostal – le digo a Tatiana cuando me llama.

- Ya entendí el mensaje – responde.

- ¿Cuál mensaje?

- El de no querer hablar conmigo.

- ¿Cómo así?

- Trabajas todo el día en Internet y no eres capaz de saludarme un segundo en el Messenger.

- ¡Oh! nena.

- Me preocupo por ti, lo sabes.
Esta historia queda en continuará…, porque el mundo es mejor verlo con los propios ojos que por el Discovery Channel. (Las publicaciones se harán los martes y jueves aunque su periodicidad no puede garantizarse dada la naturaleza del viaje). Para ver más fotos del viaje diríjase a las páginas http://www.eduardobecharanavratilova.blogspot.com/ y http://www.brasilendosruedas.blogspot.com/ Agradecemos a los siguientes colaboradores: Embajada brasilera en Colombia, Ibraco (Instituto cultural de Brasil en Colombia), Casa editorial El Tiempo, eltiempo.com, Avianca, Gimnasio Sports Gym y la revista Go “Guía del ocio”.