Thursday, April 19, 2007






Porto Alegre (II) - Crónica XVIII

(Esta travesía no podría hacerse sin el patrocinio de Gótica Eventos, Damovo y Hanna Estetics, Bogotá)


Favor hacer las donaciones para los niños con cáncer en la cuenta de ahorro exclusiva para Brasil en dos ruedas, número 0483124605-2 de Bancolombia a nombre de OPNICER (Organización de padres de niños con cáncer, Nit: 830091601-7). Con estas donaciones usted está ayudando a un niño enfermo de cáncer a tener una posibilidad de vivir.


Não gosto da arquitetura nova,
Porque a arquitetura nova
Não faz casas velhas.

Mario Quintana


Daniel desvistió a la abuela. – No podemos dejarla así, en pijama – dijo. Humedeció un trapo en agua y lo pasó por un cuerpo tibio que parecía de gelatina. Levantó sus piernas como si fueran las de un bebé y le limpió la cola. Sacó un vestido de gala y se lo puso con movimientos ordenados ante nuestra mirada. Papá llamó a Carolina.

- La abuela murió – le oí decir.

El servicio funerario vino a buscarla a media noche. Para ese momento tenía el cuerpo frío y pude ver que sus brazos estaban tiesos cuando la pasaron a una camilla, la pusieron en una bolsa negra y la sacaron del apartamento. Los seguimos en el carro. Papá se encargó de los trámites. Mamá seguía llorando de cara a una ventana que daba contra la calle. Cuando volvimos al apartamento y entramos al cuarto, un intenso olor invadió el ambiente.

- ¿Te huele a flores? – preguntó mamá.

- Sí.

- ¡Qué increíble! - Llamó a papá. – ¿Mira cómo huele el cuarto? ¿Cómo es posible?

Nos sentamos ahí un rato hasta que llegó Carolina. - Huele a flores – dijo ella al entrar.

- Es la abuela, se está despidiendo – respondió papá.


Me levanto temprano, desayuno y doy una vuelta por el centro, en donde compro una tarjeta telefónica con la que llamo a Tania.

- ¿Quieres ir a la noche de campeones verdad? – pregunta.

Queda en pasar a las 12:00 a.m. para darme un tour por la ciudad. Compro un periódico que dice que las playas son los sitios más democráticos del Brasil, en vista de que la desnudez equipara a los hombres, y vuelvo al hotel donde escribo un poco hasta que ella llega. Me da un beso en cada mejilla con unos cachetes calientes que traen todo el calor de la calle. Pequeñas gotas de sudor brillan en su frente. Luce una pantaloneta azul que le llega a mitad de los muslos, una camiseta blanca y una cartera de tela al hombro. Sus ojos salidos me miran con atención.

- ¿Cómo terminó el carnaval para ti?

- No muy bien.

- Me imaginaba. ¿Te gusta el fútbol? – pregunta.

- Me encanta.

- Entonces empecemos por el estadio de Gremio: es mi equipo - dice. Le cuento que va a jugar en pocos días contra el Cúcuta por la Copa Libertadores.

- Podemos ir juntos – le dijo.

- Te advierto que si le haces fuerza al Cúcuta la tribuna te lincha y yo no te voy a ayudar.

Tomamos un bus desde una plataforma especial por la que pasan varias líneas de la ciudad y nos bajamos 15 minutos después cerca al estadio Monumental. Entramos a una tribuna desde la que se puede ver el pasto bien cortado y unas graderías que en su mayoría son de color azul.

- Esto es un templo, en cambio el estadio de Inter es un chiquero.

Tomamos algunas fotos frente a un letrero en letras blancas que dice: “Atirar objetos no campo prejudica o Grêmio”. Entramos al museo del equipo en donde están expuestos una infinidad de trofeos que el club ha ganado desde su fundación en 1903, incluidas dos Copas Libertadores. Tomo algunas fotos y veo en un video los dos goles con los que venció al Hamburgo en la Copa Intercontinental en 1983. A la salida nos dirigimos a la taquilla y compramos las boletas para el partido contra el Cúcuta. Salimos a la calle y tomamos otro bus que nos deja a unas cuadras del estadio Beira Rio de Internacional. Tania camina rápido en la calle mirando en todas las direcciones. La sigo sintiendo el dolor de la hernia en mi pierna.

- No me gusta este barrio – dice.

Entramos por una puerta que está abierta al público y tomo algunas fotos. El campo de juego está separado de las tribunas rojas y blancas por un foso y unos alambres de púas enrollados a una barda. El pasto luce impecable aunque las líneas no están pintadas. Le pasó la cámara a Tania.


- ¿En serio quieres una foto aquí?

- Son los actuales campeones del mundo.

- Les costó mucho llegar a serlo – dice y toma la foto sin ganas.

Miramos un afiche gigante dispuesto sobre una pared en la que está el estadio al lado del lago, visto desde un punto panorámico. Hay otro de todo el equipo abrazado en un círculo con estadio lleno, que pende sobre la puerta de un baño de hombres. Le digo a Tania que me espere un segundo. Al entrar me topo de frente con un vagabundo que sostiene una bolsa plástica y me mira con odio. Lo esquivo y sigo hacia el orinal sin mirarlo. Su olor desagradable me llega a la nariz.

- Qué horas son – me pregunta con voz seca mientras orino.

- La 1 y 45 – le digo de manera firme luego de mirar el reloj. Se queda pensando, duda y abre otra bolsa que tiene en el piso sin decir nada. Termino y salgo. Él sale detrás.

- ¿Pudiste ir al baño? – pregunta Tania cuando lo ve salir. No me cree cuando le digo que sí. Me acerco a una pared y leo que al club lo fundaron 3 jóvenes llegados de Sao Paulo a principios del siglo XX, que no fueron admitidos en ningún otro club. Dice la historia que: En la noche del 4 de abril de 1909, liderados por los hermanos Henrique y José Poppe Leão y por Luiz Madeira Poppe, 40 hombres (eran esperados sólo 20) fundaron el Sport Club Internacional, el equipo del pueblo de Porto Alegre.

– Guarda tu cámara – me dice al salir del estadio. Caminamos de nuevo por la mitad de la calle, evitando ciertos sectores, hasta llegar a un centro comercial en donde aprovecha para visitar algunos clientes. Me cuenta que vende cosméticos y que eso le da para vivir. Ha estado casada dos veces y tiene un hijo de 20 años que vive en Río de Janeiro. Me presenta algunas mujeres de quienes se despide siempre diciéndoles: - Bom trabalho -. Por momentos camina saltando como si fuera una pequeña niña. – Él es mi amigo de Colombia – les dice a los conocidos que va saludando por ahí.


Comemos un perro caliente afuera y caminamos hasta la parada de un bus turístico. Compro el pasaje y subo a un segundo piso sin techo. Tania me hace señas desde el andén, indicando que nos vemos en una hora y media cuando se acabe el recorrido que se inicia pasando al lado de algunas edificaciones clásicas y del museo José Joaquín Felizardo, para luego tomar la avenida Veira rio desde donde se ve el centro de la ciudad a lo lejos, bajo el horizonte que termina en donde se juntan la laguna Guaíba, el centro de la ciudad y el cielo. Bordeamos el morro de Santa Tereza y de regreso, el bus pasa al lado del colegio militar, el parque Farroupilha en el que se ve un arco en piedra, y de la Santa casa de la Misericordia cuya fachada clásica, de color amarillo y blanco termina en un par de campanarios góticos muy bien cuidados. Los edificios estatales en general guardan su esplendor pero la gran mayoría de construcciones particulares denuncian su abandono con las paredes descascaradas, los vidrios rotos, la madera de las ventanas podrida, o un velo negro que las cubre. Otras sirven de lienzo para diversos graffitis, como la del instituto de educación cuyo frente es una mezcla entre templo romano con pop art. Ese tipo de vandalismo se extiende por toda la ciudad y se hace presente en edificaciones emblemáticas como el Museo de arte. Es posible ver algunas personas sin hogar durmiendo en la calle. Hay uno que incluso duerme de manera profunda sobre el soporte de cemento de una ventana de edificio. El bus recorre muchos sectores que ya conozco, como el de la plaza de la matriz y el mercado público.

- ¿Cómo te pareció? – me pregunta Tania al regreso.

- Me confirmó que la ciudad es muy linda pero que está muy descuidada.

- Y eso que no conociste el norte que es el sector pobre. Mañana cuando vayamos al sambódromo lo vas a ver -. Me indica cómo llegar al hotel caminando desde ahí por toda la avenida Borges de Medeiros, pasando por debajo un viaducto que me lleva directo al mercado que ya es zona conocida.

Esta historia queda en continuará…, porque el mundo es mejor verlo con los propios ojos que por el Discovery Channel. (Las publicaciones se harán los martes y jueves aunque su periodicidad no puede garantizarse dada la naturaleza del viaje). Para ver más fotos del viaje diríjase a las páginas http://www.eduardobecharanavratilova.blogspot.com/ y http://www.brasilendosruedas.blogspot.com/ Agradecemos a los siguientes colaboradores: Embajada brasilera en Colombia, Ibraco (Instituto cultural de Brasil en Colombia), Casa editorial El Tiempo, eltiempo.com, Avianca, Gimnasio Sports Gym y la revista Go “Guía del ocio”.



Tuesday, April 17, 2007








Porto Alegre (I) - Crónica XVII

(Esta travesía no podría hacerse sin el patrocinio de Gótica Eventos, Damovo y Hanna Estetics, Bogotá)


Favor hacer las donaciones para los niños con cáncer en la cuenta de ahorro exclusiva para Brasil en dos ruedas, número 0483124605-2 de Bancolombia a nombre de OPNICER (Organización de padres de niños con cáncer, Nit: 830091601-7). Con estas donaciones usted está ayudando a un niño enfermo de cáncer a tener una posibilidad de vivir.


Eu escrevi um poema triste

Eu escrevi um poema triste
E belo apenas da sua tristeza.
Não vem de ti essa tristeza
Mas das mudanças do Tempo,
Que ora nos traz esperanças
Ora nos dá incerteza...

A Cor do Invisível

Mario Quintana


Me gusta salirme de las rutas convencionales de viajeros ya que ahí es donde uno conoce el verdadero país. Compro un pasaje a Tramandaí y me devuelvo al camping en donde desmonto la carpa.

- ¿Te vas? - me pregunta Pablo Cesar.

- Sí.

- Para Atlántida.

- No.

Camino a la Terminal y tomo el bus que sale al poco tiempo. La tarde muere sobre la carretera. Hace más de 24 horas llueve y aún cae una llovizna tenue. Abro el libro de Gibrán y lo cierro. Miro la oscuridad pensando que el dolor de una mala decisión no es causado por la decepción que genera la elección, sino por el remordimiento que te llena de rabia al saber que la otra elección era la apropiada. Vuelvo a la noche que pasa de largo afuera de la ventana.


Le di mi cuarto a la abuela porque tenía baño. Me fui al cuarto de huéspedes, en donde colgué mis cuadros y lo ambienté a mi manera. Al principio todo parecía normal. Ella leía algunos libros, cantaba canciones en checo y cuando me alistaba para salir de rumba, preguntaba: - ¿A quién vas a ir a enamorar? -. Después vinieron los síntomas. Una mañana amaneció orinada porque no había encontrado el baño por la noche, empezó a preguntar quién le había robado el reloj cuando lo tenía en la muñeca y un día, pelando una zanahoria, se desmayó cuchillo en mano de cara contra el piso de la cocina.

- Menos mal pude desviar el rumbo del filo – dijo papá consternado mientras la cargamos inconsciente hasta la cama. Cuando se despertó habló en un idioma inteligible que no era checo y luego se puso a llorar. Su cuerpo se fue debilitando y sus delirios se hicieron cada vez más extremos.

El bus llega a Tramandaí a las ocho. Me bajo en el centro y camino a un hotel cualquiera en el que me hospedo.

- ¿El carnaval? – le pregunto a una joven que atiende la recepción.

- El carnaval ya terminó.

Salgo a comer algo a una calle llena de jóvenes que prolongan los últimos momentos de fiesta. Algunos pasan hablando entre su grupo de amigos, otros beben cerveza sentados en el andén, una pareja se da un beso y el resto de entusiastas entran a un centro comercial concurrido en el que hay unos cines y un boliche que se anuncia desde afuera. Veo la movida calle desde la ventana de un restaurante en el que pago 16 reales por pedazos ilimitados de pizza. Los meseros pasan con bandejas ofreciendo sabores variados en los que se encuentra hasta una pizza de chocolate con fresas. A los 10 minutos ya estoy lleno. Vuelvo al hotel, prendo el televisor y miro algunas imágenes en las que está una cantante brasilera animando a miles de personas en el carnaval de Bahía.


A la mañana siguiente camino al río en donde hay algunas personas pescando con largas cañas desde un puente y desde algunos balcones suspendidos sobre el agua. Bordeo la orilla por un barrio de casas coloridas, hasta llegar a la playa en donde veo el mar de color marrón en el que se están bañando algunas personas, bajo el brumoso horizonte en el que se ven buques anclados. Camino la playa viendo a unos niños jugar fútbol, le tomo una foto a una pareja que pasa caminando por enfrente y respiro el olor del océano hasta que empieza a llover de nuevo y me veo obligado a devolverme por una calle central en la que hay viejos edificios de cuatro y cinco pisos a lado y lado. Recojo mi mochila en el hotel y camino hasta la Terminal en la que tomo un bus rumbo a Porto Alegre, en medio de un paisaje verde de lomas no muy altas que atravesamos.

Esa noche llegue tarde del gimnasio. Papá, Mamá y Daniel estaban con cara de acontecimiento.

– ¿Qué pasa? – pregunté.

- Ve y miras a la abuela – dijo papá.

Su cuerpo estaba desgonzado a mitad de cama. Movía la mandíbula hacia arriba y abajo como un autómata, y miraba al infinito con ojos que ya no eran de este mundo.

- Babitcho – le dije, siempre sonreía cuando le decía abuela en checo. No respondió nada. Me senté a su lado; para ese momento todos la rodeábamos. La toqué para ver si reaccionaba. Se sacudió un poco; siguió mirando el infinito asombrada por lo que estaba viendo, dejó pasar un par de segundos y exhaló un suspiro que nos dejó a todos en vilo. Sus gestos de dolor se disiparon y su cara se tornó inexpresiva. Mamá se echó a llorar y papá dijo: - Abuela te queremos mucho, te queremos mucho -. Daniel tomó su mano y la llevo a su pecho repitiendo la frase de papá. Luego se levantó y abrazó a mamá quien me miraba con ojos que indicaban el final de una época.


Llego a la estación de Porto Alegre y camino a la información turística en la que conozco a una alemana que me dice que consiguió un hotel por 15 reales. La sigo hasta allá entre una calle sucia, abarrotada de personas. Llego al hotel en el que me dan un cuarto en el último piso, que da a una calle ruidosa. Bajo y una mujer que está en la recepción se ofrece a llevarme hasta donde cambian dólares. Voy con ella y luego caminamos por la rua dos andradas hasta la casa de cultura, cuyo edificio hace años era un elegante hotel.

- No te devuelvas muy tarde. Es peligroso – me dice.

Nos despedimos. Una joven que atiende me da unas postales con poemas de Mario Quintana, me regala un mapa de la ciudad y me averigua la fecha en la que juega el Cúcuta Deportivo contra el Gremio. Vuelvo al hostal y subo los cuatro pisos hasta el cuarto. Abro la puerta y entro percibiendo un olor a humedad que invade mi nariz. Miro alrededor buscando una toma en la que pueda conectar mi computador en el espacio de 2 X 2. Me acuesto un segundo en la cama y me doy cuenta que el techo tiene un hueco dentro del cual hay un pedazo de sábana que se mueve con el viento. Me levanto y veo que al armario se lo están comiendo las termitas. Saco mi cara por la ventana para escapar del olor a humedad y veo a una prostituta en minifalda, exhibiendo sus gordas piernas. Salgo a la calle. Es de noche. Camino algunas cuadras con sentimiento de inseguridad, hasta que llego a un hotel cerca de la Terminal de buses en el que me cobran 60 reales, pero tiene aire acondicionado y conexión a Internet directa en el cuarto. Lo pago. Me devuelvo al otro hotel por las oscuras calles del centro y le digo a la persona que atiende que no me voy a quedar ahí.

- Igual tienes que pagar – dice. Discutimos. Al final me devuelve 7 reales de los 15. Me instalo en el otro hotel y hablo con mis papás.

– ¿Qué tal es Porto Alegre? Cuando yo vivía en Brasil se decía que era una ciudad alemana muy bonita – dice mamá.

- Aún no la he visto bien, pero a primera vista me parece sucia y desordenada.

- Que tristeza, así es como se volvieron todas las ciudades brasileras. ¿Los patrocinadores ya te dieron alguna plata? – pregunta cambiando de tema.

- No.

- ¿Qué vas a hacer?

- Aún tengo el dinero de la venta de mi carro.

Al día siguiente me levanto temprano y camino hasta el mercado público, ubicado en una gran edificación clásica pintada de amarillo al lado del puerto. Desde la rua dos andradas es posible verla, con las grúas de fondo elevando sus brazos sobre el horizonte. La peatonal está abarrotada de gente que camina en una y otra dirección. Llego hasta una plaza adoquinada en cuyo piso hay figuras ondulares formadas por piedras de color blanco y negro, a la vieja usanza portuguesa. Sigo derecho por la peatonal que en ese punto cambia de nombre a rua da praia, observando algunas fachadas clásicas que ahora lucen viejas. Muchas de ellas tienen parches negros de humedad que denuncian su descuido. Otros edificios estatales, como uno del ejército, me dejan imaginar el esplendor de otra época. Sigo adelante observando las fachadas de arquitectura portuguesa pintadas de diferentes colores hasta que la calle se acaba y llego al canal de los navegantes, desde donde se observa la Isla da pintada. El día está sombrío y las primeras gotas de agua se insinúan. Me siento a ver la laguna Guaíba, al lado de una joven mulata que pierde sus ojos en el agua. En una segunda mirada puedo ver que llora. Saca un paraguas y continúa observando el infinito. Me levanto y le tomo una foto a la Usina do gasômetro, una vieja construcción de una termoeléctrica inaugurada en 1928, que tiene una chimenea de 107 metros y que en la actualidad sirve de centro cultural de la ciudad. Unos barcos turísticos que hacen paseos en el verano descansan amarrados a un muelle. La bruma se apodera del horizonte y decido volver por otra calle hasta llegar a la catedral cuya cúpula y campanario de color café sobresalen desde lejos. Camino hacia ella cruzando la plaza de la Matriz, en la que hay un monumento en honor al gobernador Julio Prates de Castilhos, construido por Décio Villares, quien también hizo el diseño actual de la bandera del Brasil. Al lado de la catedral resalta el palacio Piratini, la cede del poder ejecutivo, que fue construido con arquitectura estilo Luis XVI por orden del mismo Júlio Prates, para expresar la fuerza política del estado. Del otro lado de la plaza está la asamblea legislativa y el palacio de justicia, en cuya pared hay una enorme escultura en bronce verde de una mujer en túnica con un libro y una espada. Hacia el norte de la plaza está el teatro Sao Pedro de estilo barroco portugués inaugurado en junio de 1858, época en que Porto Alegre se denominaba Provincia de Sao Pedro. En su visita a la ciudad en 1820, el biólogo francés Auguste de Saint Hilarie, escribió en su diario, que el paisaje de la plaza de la Matriz constituye uno de los lugares más peculiares y encantadores del mundo. Vuelvo al mercado para darle un vistazo desde cerca, pero salgo corriendo por diversos olores pestilentes a pescado reconcentrado y a cloaca. Desde ahí parte una línea de tren de cercanías por la que se mueven muchas personas que trabajan en el centro pero viven en los suburbios. Frente al mercado hay una enorme plaza en la que se percibe un gran desorden de personas que la cruzan y de otras que la habitan desarrollando diferentes actividades comerciales. A su lado hay una hermosa casa restaurada de principio de siglo, pintada de verde y gris. Me acerco a ella y veo que sirve de restaurante. Está rodeada por una reja que protege a los comensales de los vendedores ambulantes y vagabundos que pululan y pasan pidiendo dinero. Entro y pido un pollo a la plancha con arroz y ensalada caprece. Desde su terraza puedo ver el flujo constante de gente que pasa. Una mujer se acerca a la reja con un hijo en sus brazos y otros dos pequeños que la acompañan. - Tenemos hambre – dice estirando su mano. El mesero le indica que se vaya. Diagonal a ese punto se eleva un edificio de ladrillos en obra gris, de unos veinte pisos que se quedó a mitad de camino. El color ocre está negreado y en algunos puntos es posible ver soportes de hierro oxidados por el aire, en un juego de cubos, rectángulos y diversas formas geométricas que destruyen la visual, pero por otro lado, hacen pensar en la estética de lo grotesco. Frente a ese edificio pasa una calle peatonal que está tomada por carpas de vendedores que amarran los improvisados tejados de plástico por piolas y amarres desde cualquier poste, árbol o señal de tráfico que se pueda, formando un juego de colores naranja, amarillo, azul y negro. Salgo del restaurante y me acerco. Hay gente vendiendo oro en las calles, otros comprando, hombres ofreciendo hacer piercings y tatuajes, chancletas, paraguas, vestidos de todos los tamaños, camisetas de fútbol, muñecas, lapiceros, tijeras, carros de juguetes, transistores, carcasas de celular, correas, pilas, calculadoras, ollas y sartenes. Camino por entre los estantes improvisados debajo de las sombrillas, plásticos y lonas, viendo como todo el mundo intenta ganarse la vida como puede. Me acerco a un hombre moreno que luce una camiseta del Gremio, sentado en una silla al lado de un estante de cartón que sostiene unos juguetes. Le explico lo que hago y pregunto: - ¿No tienen miedo que los saquen por invadir el espacio público?


- Nosotros estamos legalmente fiscalizados, pero esos que están ahí si deben tener – me dice, señalando a unos vendedores ambulantes que cargan estuches improvisados de madera y metal en los que hay diversas gafas y CD’s piratas.

- Puedo tomarle una foto.

- Está bien. No tengo nada que esconder -. Se la tomo y se la muestro. – Toma otra, allá en tu país van a pensar que en Brasil parecemos orangutanes -. Esta vez medio sonríe.

Me acerco a uno de los voceadores que publicita ventas de películas. Me mira con desconfianza. Le explico quien soy y le pregunto si tiene miedo. Al final termina diciendo que es un simple voceador y que no está haciendo nada. - ¿No quieres un CD? – pregunta.

Voy al otro lado de la plaza en donde está la prefectura municipal en un edificio clásico que tiene una torre con reloj, junto a unas estatuas en mármol que contrastan con otra de una mujer con un niño en las manos y una corona de espinas, situada en uno de los bordes del techo. La construcción es de color ocre y en ella se destacan columnas blancas y marcos a media punta pintados de verde, en una combinación de matices que termina en un palco central en el que penden las bandera del Brasil, la de Rio grande do sul y la de la propia municipalidad, ondeando de frente a una fuente en baldosas de porcelana invadida por palomas.


Camino por otra calle peatonal al hotel, entre todo tipo de comercio callejero. Veo almacenes de ropa económica, panaderías, farmacias, servicios eléctricos, compraventas, ferreterías, ventas de animales, pericos, conejos y hasta calzones de un real. De noche me duermo pensando en que la vida de los humanos es tan salvaje como la de los animales. Así como en el reino animal se comen unos a otros, en el reino de los hombres cada quién tiene que comer de las necesidades del otro.

Esta historia queda en continuará…, porque el mundo es mejor verlo con los propios ojos que por el Discovery Channel. (Las publicaciones se harán los martes y jueves aunque su periodicidad no puede garantizarse dada la naturaleza del viaje). Para ver más fotos del viaje diríjase a las páginas http://www.eduardobecharanavratilova.blogspot.com/ y http://www.brasilendosruedas.blogspot.com/ Agradecemos a los siguientes colaboradores: Embajada brasilera en Colombia, Ibraco (Instituto cultural de Brasil en Colombia), Casa editorial El Tiempo, eltiempo.com, Avianca, Gimnasio Sports Gym y la revista Go “Guía del ocio”.










Perdido en el carnaval (II) - Crónica XVI

(Esta travesía no podría hacerse sin el patrocinio de Gótica Eventos, Damovo y Hanna Estetics, Bogotá)

Favor hacer las donaciones para los niños con cáncer en la cuenta de ahorro exclusiva para Brasil en dos ruedas, número 0483124605-2 de Bancolombia a nombre de OPNICER (Organización de padres de niños con cáncer, Nit: 830091601-7). Con estas donaciones usted está ayudando a un niño enfermo de cáncer a tener una posibilidad de vivir.


Yo supe ya de grande que mi abuela no era mi abuela. Nos lo contó mamá quien viajó a Sao Paulo, le ayudó a vender su apartamento de 30 años y volvió con ella y con tres maletas más. La abuela ya no sonreía como en los años anteriores cuando iba a hacernos visita en navidad. Cargaba una tristeza encima que la aplastaba, una melancolía silenciosa que yo podía ver en sus ojos y en los largos periodos de silencio en los que permanecía mirando el infinito. Era la segunda mujer de mi abuelo, que él había desposado después de separarse de la mamá de mamá, pocos años antes de que los tres escaparan en 1952 de Checoslovaquia, cruzando una senda oculta en la que tuvieron que saltar sobre cables electrificados, cuidando de no ser vistos por guardias soviéticos que tenían la orden de disparar a matar.

- No le doy más de seis meses de vida. Por mucho vivirá un año – le dijo el doctor a papá luego de ver los exámenes que confirmaban su leucemia.

- Tenho muita saudade de Sao Paulo – decía bajando la mirada al tiempo en que yo pensaba en lo doloroso que debe ser vivir la juventud en un país, la adultez en otro y esperar la muerte en otro.

El mar en el ocaso produce una sensación particular. Te hace sentir vivo, pero te llena de nostalgia. El bus pasa al lado de un pueblo de pescadores en el que un par de equipos con uniformes coloridos están jugando fútbol en una pequeña cancha, rodeada por muchas personas. Lo dejamos de largo y es de nuevo la inmensidad del océano la que sigue acompañando mis pensamientos. Al poco tiempo se hace de noche y ya no puedo verlo.

- Mi papá planeó el escape en silencio. Se mudó a vivir a un pueblo fronterizo con Alemania Occidental llamado Ash, en donde contactó a un guardia comunista al que le pagó para que le mostrara la ruta de salida – cuenta mamá.

Desciendo del bus, averiguo por pasajes a Laguna, pero me dicen que no hay lugar sino hasta dentro de tres días. Maldigo. Pregunto por un camping y me indican uno cercano a la Terminal llamado Veira rio, al que voy caminando. Una joven pareja lo atiende. Monto mi carpa, me baño y les pregunto por el carnaval.

- Tienes que ir a la calle principal – me dice Pablo Cesar. Me indica cómo llegar. Les confío mi computador y voy a un restaurante de barra libre. Bajo por una calle llena de gente mirando vitrinas y ventas callejeras como en un festival. El tumulto aumenta a medida en que me acerco a una calle peatonal en la que hay dispuestos bares a ambos lados, repletos de personas viendo a los demás pasar por el incómodo espacio que no da abasto para tanta gente. Logro pasar por ahí y camino hasta la playa en donde gente totalmente distinta se toma el lugar en una guerra de sonido. Cada dueño de carro y su grupo oyen su propia música al resonar de los parlantes que en algunos casos son bafles que ocupan todo el baúl. Cada quien vive el carnaval a su manera. Algunos toman cerveza, otros saltan y saltan al ritmo de la zamba, otros interiorizan su alegría con tecno, otros se bañan con espuma, otros se esconden detrás de máscaras y antifaces, otros sencillamente hablan o se besan, los más parcos miran como los otros la están pasando bien y la gran excepción se molesta porque les cae espuma encima.


Vuelvo a la peatonal en la que están los bares y veo a unos chinos echándole espuma a una pareja. El hombre se molesta.

- Es el carnaval, más bien sonríe – dice uno de ellos. El hombre les muestra el dedo medio.

El carnaval no tiene edad, ni raza, ni sexo, ni inclinación sexual, ni horario, ni reparos. Todo el mundo está en la calle y el que no, lo vive desde el balcón. Me siento en una de las mesas que por suerte desocupan y en la televisión del local un programa pasa el fastuoso desfile del carnaval de Río, en el que se ve el inmenso zambódromo y las comparsas de cada una de las escuelas de zamba de la ciudad, que luchan entre si por ser la mejor, con sus grandes carros temáticos como el del Taj Mahal, el Empire State Building, la catedral de Notre Dame, un tulipán, un camaleón, una guitarra y un león gigante que mueve sus fauces. En cada uno de estos carros alegóricos, bailan garotas semidesnudas sobre soportes metálicos que van sujetos a la estructura. Todo es extravagancia y desmedro.


En la calle continúa mi propio desfile. Entre la muchedumbre pasa un señor con su hijo comiendo un helado, dos tipos con pantalón camuflado, pecho al aire y gafas oscuras sintiéndose Rambo, un grupo de amigas hablando, una pareja tomada de la mano, unos muchachos correteando a una muchacha para echarle espuma, un señor vendiendo algodones, unos punks, unas mujeres con cachos rojos sujetos a una balaca, otras con orejas de conejo, y muchas, muchas, muchas otras personas que caminan mirando a los demás. Un hombre limpia una mesa para atender a otros clientes y otro cuenta monedas para ver cuantos tarros de espuma ha vendido: eso es el carnaval.


Termino mi cerveza y camino de nuevo hacia la playa, pensando que es una gran fiesta al aire libre en la que todo el mundo está invitado. En el cielo las estrellas penden sobre el techo de un gran hemisferio en el que todos bailan. La guerra de sonido continúa. Una familia a mi lado mira a la gente bailando zamba cuando unos tipos empujan a otro y la mamá le dice al marido: - Vámonos de aquí.

De vuelta en la peatonal un cantante toca música en vivo y la gente baila. Un joven vestido con el uniforme amarillo, azul y blanco de Brasil hace una interminable 21 con un balón, sobre un asiento alto que a su vez está encima de un barril. Unas mujeres sentadas en una mesa delante de él esperan el balonazo en cualquier momento. Otro joven que pasa le pide prestado el barril, se para encima y le señala su corazón a una linda mujer que está en una terraza. La joven se avergüenza al principio, pero luego le muestra el índice dándole a entender que está comprometida. El joven futbolista recupera su puesto y hace dominio hasta que le echan espuma. Se molesta. Vuelve a la 21. La gente canta el coro del cantante de al lado, el joven da la última patada al balón, lo toma con las manos, se baja de su estructura, hace la venia, algunos aplauden, saca una caja y recoge monedas.

A la mañana siguiente salgo a la ciudad para verla. El día está sombrío. Algunas personas toman mate en porongos que tienen los escudos de Inter y Gremio. Camino hasta la playa viendo las olas reventar entre el agua de color marrón, pensando en que aún me encuentro en un sitio austral en el que no se siente ese calor del pueblo brasilero que uno se imagina.

- Rio grande do sul es un estado aparte. Tiene sus propias costumbres – me dice Pablo Cesar cuando le manifiesto mi sorpresa de haber visto a algunas personas bebiendo mate.

- ¿Por qué es marrón el mar aquí? – le pregunto.

- Porque está lleno de algas. Gran parte del litoral del Estado es así. La mancha se extiende por el frente de toda la Lagoa dos Patos. En realidad aquí no hay paisajes lindos como en Santa Catarina o más hacia el norte. Todos estos balnearios son usados por los habitantes de Porto Alegre a quienes les queda cerca y huyen del carnaval allá. Óyeme, te conseguí una aventón para que vayas esta noche al balneario de Atlántida en el municipio de Xangri-Lá, que es, guardadas las debidas proporciones, un Mónaco aquí al sur de Brasil, el sitio al que van todos los millonarios. Queda a unos 3 kilómetros. Sería bueno para tus crónicas cubrir el carnaval allá. Ten en cuenta que gran parte del carnaval de Brasil se lleva a cabo de puertas para adentro en los clubes y bares – me dice.


La lluvia se larga al poco tiempo y aprovecho para escribir en la pequeña oficina que sirve de recepción para el camping. Un hombre moreno de manos grandes, cara grasosa, nariz chata y barriga llamado Habibi, se emociona al saber que tengo ascendencia libanesa.

- Mis papás son sirios. ¡Viva el pueblo musulmán! Todos deberíamos unirnos para destruir a los Estados Unidos – me dice.

- Yo soy libanés católico – le respondo.

Se hace el que no me escucha. – Yo celebré el 11 de septiembre – menciona. Continúo escribiendo hasta que saca un papel de su billetera, lo abre y me acerca el polvillo a la cara. – Es de allá. De la mejor calidad.

- La verdad, me gustaría que mi país fuera reconocido por otras cosas – le digo.

A la oficina entra una mulata escapando de la lluvia. Su nombre es Tania y debe tener unos cuarenta años. Tiene el cuerpo grueso, la frente grande, los ojos salidos, la nariz recta y una sonrisa que resalta su actitud amigable. Se instala en un asiento cubriendo sus desnudos brazos con las manos.

- Que tiempo tan malo – dice. Habla algunas cosas con Habibi hasta que me pregunta si quiero un café. Acepto. Lo trae. Me pregunta qué ando escribiendo. Le cuento.

- ¿Estas triste?

- ¿Por qué lo preguntas?

- Por tu cara, luce triste.

- Vine buscando el carnaval y mira lo que hay. Estoy decepcionado.

- Lo lamento. ¿Quién te recomendó venir aquí?

- Un brasilero en Montevideo.

- Que mal. ¿Vas a ir a Porto Alegre?

- Supongo.

- Bueno, si vas, yo te puedo llevar a la noche de campeones. Es una exhibición el próximo sábado, en la que vuelven a presentarse las escuelas ganadoras en el sambódromo -. Anoto su celular. Se va, Pablo Cesar vuelve.

- La lluvia no sólo arruinó el carnaval sino también los negocios. ¿Sabes cuanta gente está perdiendo plata con esto? El frente frío de nubes que viene del sur se encuentra con uno cálido que viene del norte y producen lluvia. El verano pasado llovió desde el 1 de enero hasta el 15 sin parar –. A la recepción entra una mujer de unos 35 que Paulo Cesar me presenta como la persona que me va a dar el aventón.

- A media noche paso por ti – me dice y se va.

Apago el computador y me quedo hablando con Paulo Cesar y Marcio, otro brasilero que llega. Me cuentan sobre la historia del Brasil y su independencia pacífica.

- Creo que eso es lo que más diferencia al Brasil del resto de países americanos que lucharon por su independencia.

Camino debajo de la lluvia hasta un restaurante cercano, pensando en el error que cometí al estar ahí. Como con desgano y me devuelvo al camping. Hablo con Marcio viendo en una vieja televisión la transmisión del carnaval de Río y su fastuoso despliegue, pensando en que, de haberlo querido, yo podría estar ahí.

- Eso es una fábrica de muñecas. El próximo año yo me voy para allá – me dice.

Espero hasta las doce a que llegue mi aventón. En la pantalla continúan desfilando escuelas al ritmo de una zamba que podría ser maravillosa. A la 1:00 a.m. me despido de Marcio y me acuesto en el piso de la húmeda carpa, pensando que la vida se compone de frustraciones y felicidades que se disputan el predominio en una balanza.

Esta historia queda en continuará…, porque el mundo es mejor verlo con los propios ojos que por el Discovery Channel. (Las publicaciones se harán los martes y jueves aunque su periodicidad no puede garantizarse dada la naturaleza del viaje). Para ver más fotos del viaje diríjase a las páginas www.eduardobecharanavratilova.blogspot.com y www.brasilendosruedas.blogspot.com Agradecemos a los siguientes colaboradores: Embajada brasilera en Colombia, Ibraco (Instituto cultural de Brasil en Colombia), Casa editorial El Tiempo, eltiempo.com, Avianca, Gimnasio Sports Gym y la revista Go “Guía del ocio”.




Tuesday, April 10, 2007






Perdido en el carnaval (I)

(Esta travesía no podría hacerse sin el patrocinio de Gótica Eventos, Damovo y Hanna Estetics, Bogotá)


Favor hacer las donaciones para los niños con cáncer en la cuenta de ahorro exclusiva para Brasil en dos ruedas, número 0483124605-2 de Bancolombia a nombre de OPNICER (Organización de padres de niños con cáncer, Nit: 830091601-7). Con estas donaciones usted está ayudando a un niño enfermo de cáncer a tener una posibilidad de vivir.

De chico fui un niño muy tímido. Me acostaba a dormir escuchando música clásica, pateaba un balón de fútbol todos los días, me daba temor hablarle a alguna niña y en el bus del colegio los niños más grandes quemaban mis orejas a punta de pastorejos, o se tiraban eructos gritando mi nombre. Por alguna razón siempre fui diferente. Desde muy chiquito lo supe. Era discriminado por mis compañeros porque no tenía zapatos Reebok, mientras que en casa papá me ponía a ver películas de las grandes batallas de la segunda guerra mundial, y mamá me metía en cuanta clase de arte encontraba o me llevaba a conferencias de historia del mundo.


La Terminal de buses de Porto Alegre es grande y desordenada. No se parece en nada a la de Montevideo. Pregunto en la información por los buses a Laguna y me conducen a una empresa que tiene todos sus puestos llenos para ese día. Pregunto en otras que también me dicen lo mismo.

- Qué querías, es sábado de carnaval – menciona uno de los hombres que atiende la ventanilla.

- ¿Tienen pasajes a Torres?

- Sí pero hay muy pocos. Debes decidirte ya si quieres uno -. Compro el pasaje. El bus sale a las 3:30 p.m. de manera que me siento en una incómoda barda de concreto de la abarrotada estación. Abro el libro El Profeta de Jalil Gibrán y me adentro en el mundo de Almustafá, quien narra que en su paso por el pueblo de Orfalís, observó en silencio la vida de sus habitantes. Hace calor y hay mucho movimiento. Dejo el libro de lado. Personas van y vienen cargando grandes maletas. Veo a familias enteras caminando, parejas tomadas de la mano y personas solas que viajan con alegría o tristeza en sus caras. Una madre regaña a su hija, un gordo al que le faltan algunos dietes le echa piropos a cualquier mujer medio linda que pasa por ahí, una anciana se come un sándwich chorreando la salsa en sus manos. La mayoría de las personas caminan hacia las plataformas en donde están los buses que salen de la ciudad. Recuerdo a un holandés de unos cincuenta años que conocí en Sofía, quien me dijo que estaba escribiendo un libro de una teoría propia que hablaba de los no lugares, haciendo referencia a aquellos sitios públicos: aeropuertos, estaciones de tren, terminales de buses, puertos o cualquier otro sitio de paso en el que la energía de las personas no permanece porque no son habitados por nadie. – Son lugares de tránsito que la gente usa pero que en realidad no existen para nadie – me dijo él en aquel momento.


Me levanto y camino un poco. La Terminal es sucia y hay algunos merodeadores que generan desconfianza. Aseguro mi mochila y me meto a un restaurante en donde pido un almuerzo y espero a que pasen las horas. Ya en el bus, me toca al lado de una mujer de mal carácter a quien le escucho la voz cuando le entra una llamada y dice que está en camino. El paisaje es muy bonito, atravesamos un valle colorido al lado de una montaña muy verde que se extiende por varios kilómetros. Duermo un poco y cuando me despierto ya es de noche. El bus llega a Torres hacia las 7:30 p.m. Preguntó por algún albergue juvenil, pero me dicen que en Torres no hay. Camino algunas cuadras hasta que llego a un hotel cualquiera en el que me indican que un cuarto me cuesta 300 reales. Salgo volando de ahí. Camino un poco más hasta que me topo con un punto de información turística, en el que me recomiendan ir a un camping. Me enseñan donde está y camino hasta allá. Una pareja mayor me atiende con mucha amabilidad. Está bastante lleno pero logro conseguir un espacio para poner una carpa que le compré a un israelita en Buenos Aires por 30 pesos, y que usé una sola vez con Tatiana en los Esteros del Iberá. La monto con un plástico encima que la protege de la lluvia, me baño en unas duchas que hay, me visto y le pregunto a la pareja dónde es el carnaval. Les comento que quiero escribir una crónica y les muestro el mapa para que me indiquen el sitio.

- Lo mejor es que te vayas a un club privado.

- Quiero ver el carnaval del pueblo.

- Entonces ve a Playa Grande, la música te guiará.

- ¿Les puedo dejar mi maleta? Tengo un computador personal adentro.

- Claro. Nuestro hijo es policía -. Me lo presentan con orgullo. Toman la maleta y la meten en un escondrijo arriba del techo de la portería, que no me deja muy tranquilo. Me dicen que no me preocupe y me recuerdan que el camping se llama Veira mar. Salgo a la calle pensando que confiar en la gente se vuelve un acto de fe. Lo importante es afinar el ojo para ver en quién hacerlo y en quién no. Llego hasta la vía principal por unas calles que tienen casas y edificios. Hay un ambiente festivo y aglomeración de personas. Sigo el mapa hasta llegar a Playa Grande, en donde hay una tarima sobre la arena en la que se apresta a tocar un grupo. Desciendo por una calle y oigo a una persona pidiendo auxilio. Me volteo y veo a un calvo corriendo con dificultad en chancletas, detrás de un gamín vestido con una vieja camiseta de fútbol, que me pasa a unos dos metro de distancia. Más adelante lo vuelvo a ver dando explicaciones, mientras dos policías gordos lo sostienen de cada uno de sus brazos y el calvo les cuenta lo que pasó.


Entro en la arena al tiempo en que un presentador dice por un micrófono: - Démosle la bienvenida al grupo Brasil tropical -. Se encienden las luces y sale una cantante regordeta embutida en un vestido negro cantando en portugués. Las personas se empiezan a entonar a medida en que el tiempo va pasando y la playa se va llenando de gente que brinca al ritmo de la música brasilera. Algunos vendedores ambulantes pasan vendiendo cerveza y espuma que algunas personas compran y empiezan a disparar hacia arriba para ensuciar a los demás. El grupo toca una zamba y la playa se enloquece. Mujeres y hombres, en su mayoría jóvenes, saltan y bailan sobre la arena. Me alejo un poco y camino hacia el mar en donde veo a muchas parejas besándose. Una mujer se mete bailando de espalda al agua, dejando que las olas le mojen la minifalda, mientras que un par de hombres orinan frente a ella de cara al mar. Me quedo ahí hasta que el grupo termina su presentación y se prepara el siguiente, pensando en que soy un extranjero en tierra de extraños, procurando observar cómo viven.

Saco el mapa y camino por una calle iluminada hasta un sector cerca al río Mampituba, en el que los dueños del camping me indicaron que hay un club. En la entrada algunas personas bien vestidas miran con cara de culo. Otras a medio disfrazar posan en una actitud arrogante. Me devuelvo a la playa en la mitad de la noche. La gente sigue bailando a la voz de un cantante que se escucha desde varias cuadras de distancia. Son las 3:00 p.m. Me quedo un rato más y me devuelvo al camping.

- Cómo te pareció el carnaval – me pregunta el dueño del sitio mientras me devuelve la maleta al día siguiente.

- Es un concierto.

- Sí, bueno aquí en Torres eso es lo que hay.

Salgo y camino por la ciudad de día. Voy al río y lo bordeo hasta el extremo de Playa Grande en donde desemboca. Sigo por la desértica playa en la que no hay ni un alma a excepción de unos salvavidas aburridos escondidos en sus casetas escapando del frío. En el mapa aparece una foto de la larga playa de 2 kilómetros repleta de gente. El cielo esta gris, un viento fuerte levanta la arena y las primeras gotas de agua se insinúan. Tomo algunas fotos y sigo caminando hasta Prainha, pasando por una gruta en la que se apareció la virgen, llegando hasta Praia da cal, cerca al morro del farol. Me tomo un jugo de piña desabrido pensando en que estoy perdiendo tiempo. Me encuentro en el lugar equivocado. Camino hasta la Terminal de buses del otro lado de la ciudad, compro un pasaje para Capao de Canoa, me devuelvo al camping, me baño, desarmo la carpa y camino de vuelta cargando la mochila hasta el Terminal, en donde me monto a las 7:15 p.m. en un bus lechero que bordea una costa en la que se ve la inmensidad del mar, pensando que, lo que en realidad me dolió de vender mi BMW 323i de 1980 en perfecto estado de conservación, no fue el hecho de salir de una joya mecánica, el último recuerdo de esa vida que había llevado al ser abogado, sino que su venta significaba mi ida, el desprendimiento de un país en el que nací, de unas esquinas que me vieron crecer, del contacto de mis papás, mis hermanos, mis amigos y mi novia.

Esta historia queda en continuará…, porque el mundo es mejor verlo con los propios ojos que por el Discovery Channel. (Las publicaciones se harán los martes y jueves aunque su periodicidad no puede garantizarse dada la naturaleza del viaje). Para ver más fotos del viaje diríjase a las páginas http://www.eduardobecharanavratilova.blogspot.com/ y http://www.brasilendosruedas.blogspot.com/ Agradecemos a los siguientes colaboradores: Embajada brasilera en Colombia, Ibraco (Instituto cultural de Brasil en Colombia), Casa editorial El Tiempo, eltiempo.com, Avianca, Gimnasio Sports Gym y la revista Go “Guía del ocio”.



Tuesday, April 03, 2007






Por fin Brasil

(Esta travesía no podría hacerse sin el patrocinio de Gótica Eventos, Damovo y Hanna Estetics, Bogotá)


Favor hacer las donaciones para los niños con cáncer en la cuenta de ahorro exclusiva para Brasil en dos ruedas, número 0483124605-2 de Bancolombia a nombre de OPNICER (Organización de padres de niños con cáncer, Nit: 830091601-7). Con estas donaciones usted está ayudando a un niño enfermo de cáncer a tener una posibilidad de vivir.

Admito que he hecho adrede muchas cosas en la vida. La intención de perturbar a los demás me nace cuando percibo que sus vidas giran en torno a pequeñeces. Duré 3 años sin echarme desodorante, sólo para ver la cara de desagrado que algunas personas hacían cuando se daban cuenta que el hedor amoniacal provenía de mí: un abogado de una respetable firma de la ciudad. Un día cualquiera, una mujer se fue indignada de la finca de un amigo, luego de darse cuenta de que mi olor invadía el salón en el que estábamos bailando.

- ¡Que se largue esa vieja! Usted no se imagina cómo dejó oliendo ella el baño – me dijo el hermano de mi amigo.

Años antes le había escrito más de 70 poemas eróticos a una novia, que le envié a su casa en postales abiertas desde Europa.

- Tú no volviste a ser el mismo en esta casa después de esas postales – me dijo un día su mamá.

Entro al bus y me siento en el puesto asignado. Es cómodo y puedo estirar los pies sobre un soporte. En los tres televisores dispuestos para los pasajeros de adelante, del medio y de atrás, puedo ver a Shakira cantando en uno de sus conciertos de la Mangosta, en no sé qué parte del mundo. El bus atraviesa el norte de Montevideo y después de un tiempo ya no se ve más la ciudad. El ayudante cambia el CD por un concierto de U2 en Chicago y siento que por fin las cosas están pasando. Un pálpito de corazón unido a un sentimiento de añoranza y novedad, todo junto, me crispa al sonido de Vertigo. Pasaré por Chuí hacia las 2:00 a.m. luego de que el bus termine de recorrer todo el litoral uruguayo, dejando atrás Punta del diablo, en donde me hubiera encantado ir, de no ser porque el carnaval de Brasil se me vino encima. Hay veces son las mismas circunstancias las que terminan decidiendo por uno.


El concierto de How to dismantle an atomic bomb se termina justo antes de que el bus llegue a Punta del Este, en donde recoge algunos otros pasajeros. Al poco tiempo continúa su recorrido entre la oscuridad de la carretera. Algunas personas ven una película Norteamérica a la que no le presto atención, mientras que los kilómetros se van acortando y la frontera se acerca. Tiempo después, mientras todo el mundo duerme, el bus se detiene en un puesto policial Brasilero. El ayudante se baja para sellar los pasaportes de los pasajeros. Lo veo hablar con unos oficiales de inmigración, pensando en que hace un año estaba cruzando esa misma frontera en compañía de unos amigos, luego de pasar el día en Chui, una pequeña población llena de tiendas de electrodomésticos y otros bienes, en la que se habla español de un lado y portugués del otro. Duramos quince minutos parqueados antes de que el ayudante regrese y el bus retome su marcha.


Estoy en Brasil, no voy en bicicleta como me hubiera gustado, y no es primero de febrero, pero voy, supongo que eso es lo importante. El dolor en mi hernia persiste, pero me rehusó a aceptar una derrota. Supongo que si lo he ido soportando todo este tiempo, lograré seguirlo haciendo. No lo sé; pero por lo menos habré de intentarlo. Prefiero dejar el viaje inconcluso en algún momento, en vez de quedar en el vacío, abandonando un empeño que me propuse y un proyecto que busca, antes que nada, crear conciencia del estado de indefensión en el que se encuentran muchos niños enfermos de cáncer, que necesitan la oportunidad de luchar contra el “Monstruo”, aquel enemigo interno denominado así por el escritor R. H. Moreno Durán, quien sucumbió ante su poder destructivo, despidiéndose de un mundo en el que los hombres deben ayudarse unos a otros, dejando de lado sentimientos mezquinos, que en vez de crear grandeza perpetúan un estado de frustración general en el que nadie progresa.


Miro la oscuridad a través de la ventana perdido en mis propios pensamientos. Muchos fueron los actos de rebeldía que incité. Induje a mis amigos a quitarse la ropa en los bares, a amarrarse el cinturón en la cabeza ante las diferentes miradas de desagrado que me motivaban a seguirlo haciendo por el sólo hecho de generar malestar. Se sentía bien. Vivir en una sociedad asfixiante puede dar para mucho, en especial cuando se tiene una buena imaginación. Una noche, cuando aún trabajaba en la Firma, llevé a un grupo de mujeres a llenar un vaso con saliva a punta de escupitazos. La gente a nuestro alrededor prefería no mirar. Romper parámetros mentales puede ser una tarea divertida en un sitio en que algunas personas están pendientes de cada paso que das, o de la marca de tu camisa.

Esta historia queda en continuará…, porque el mundo es mejor verlo con los propios ojos que por el Discovery Channel. (Las publicaciones se harán los martes y jueves aunque su periodicidad no puede garantizarse dada la naturaleza del viaje). Para ver más fotos del viaje diríjase a las páginas http://www.eduardobecharanavratilova.blogspot.com/ y http://www.brasilendosruedas.blogspot.com/ Agradecemos a los siguientes colaboradores: Embajada brasilera en Colombia, Ibraco (Instituto cultural de Brasil en Colombia), Casa editorial El Tiempo, eltiempo.com, Avianca, Gimnasio Sports Gym y la revista Go “Guía del ocio”.