(Puerto Madero - Esta travesía no podría hacerse sin el patrocinio de Gótica Eventos, Damovo y Hanna Estetics, Bogotá)
Soy un gran neurótico y estoy lleno de defectos despreciables. Le caigo pésimo a mucha gente y causo malestar en otras personas. Soy descortés y presumido aunque entiendo que no hay nada peor en la vida que el desamparo. Hay gente que necesita ayuda. El mundo puede ser un lugar agreste pero eso se disminuye si le das la mano a alguien o te la dan a ti. Cuando fui a una fundación de niños con cáncer de esas que no son oficiales, los vi viviendo en unas condiciones precarias. Tomando Tang azucarado de comida porque no había más. Hay gente que necesita ayuda. Yo he sido afortunado en especial por tener unos papás comprensivos y dedicados.
Praia do rosa
Eduardo Bechara y Tatiana Jordán
Río de la Plata - Buenos Aires
- Todo el mundo me dice lo mismo – responde sin interés.
La barra ofrece una buena opción de bastimentos pero voy directo a la parrilla. Pido vacío y un chorizo. Uno de los parrilleros me apresura. Quiere atender a otras personas que están en la fila. Vuelvo a la mesa. Como, bebo vino. No hablo nada. Tatiana está a mi lado. En algunas horas no la veré más. Me pregunta qué sucede. Le respondo que estoy asimilando lo que pasa. No la satisface mi respuesta, se molesta. Levanto la mirada y lo recuerdo todo, incluso el momento en que nos conocimos en un bar hace casi un año. Tomo fuerzas y voy de nuevo a la parrilla. Pido bife de chorizo, morcilla. El parrillero vuelve a apurarme. Me sirve la primera carne que se encuentra y la tira en mi plato. Me siento de nuevo, como, bebo, no digo nada, mis ojos se aguan. Suficiente tuve con la angustia de mi mamá quien maldecía mi decisión de una travesía loca por Brasil en bicicleta. Bebemos la botella de vino con calma. Hablamos cosas superficiales. Le digo que no todo es malo, que podrá volver a hacer cosas propias de ella que hace tiempos no hacía. Me dice que no sea estúpido. No digo nada. Vuelvo a la parrilla. Hago la fila. El parrillero está ocupado. - ¿Me puedes dar un bife de lomo? - le pido a otro, uno de cachetes rojos y ojos azules que me mira con reproche: - Explicale vos cómo funciona esto aquí -, le dice a su compañero quien ahora se sorprende por mi presencia. Me atiende con desgano mirándome con ojos de glotón.
Tatiana Jordán
Praia do rosa
Siempre me gustó escribir. Lo supe desde que un pariente de papá llevó a la casa un manuscrito inédito de cuentos de un amigo suyo en los que aparecían frases como: “… posó su mano en el sexo de la mujer”. Aún lo guardo en un arrume de papeles. Hace algún tiempo lo desempolvé asombrándome de cómo una literatura tan barata pudo haberme inspirado a ser escritor. Bueno, tenía 9 años. De ese primer intento quedaron 19 páginas a máquina de una novela inconclusa en la que un niño entra al fondo de la tierra por el closet de su cuarto. Se lo mostré a mamá quien dijo: “Tendrás que mejorar un poco si te quieres parecer a Julio Verne”. Siempre me decía “lea”. Era lo único que papá hacía aparte de ver fútbol y jugar al ajedrez. Un día, ya para terminar la carrera, llevé a clase de Siglo de oro español el ejemplar del Lazarillo de Tormes que usé en el colegio, sin sospechar sobre el revelador testimonio que guardaba en su interior. Lo abrí en mitad de clase encontrándome con un escrito de mi puño y letra fechado en 1985, en el que están mi nombre y apellidos, la fecha de nacimiento, un guión, un espacio en blanco y la siguiente frase: Escritor de Colombia.
Nadia descorcha la botella con facilidad y sirve las copas. – Vale la pena quejarse – le digo a Tatiana. Bebo un sorbo recordando un festejo de año nuevo en Cartagena en el que bañé en Don Perignon a mis amigos por cuenta de un administrador apenado por ubicar nuestra mesa al lado de una alcantarilla. Tomamos unas copas hasta acabar la botella. El restaurante se va desocupando. – Escríbeme mucho – dice. Ya está más contenta. Nadia nos descorcha la segunda botella de vino sin muchos ánimos. Es la 1:15 a.m.
- ¿Hasta que horas abren? – le pregunto.
- Una y media.
Al cabo de un tiempo pasa a nuestro lado subiendo las sillas en las mesas.
- ¿Nos estás echando? - pregunta Tatiana.
- Yo ya me quiero ir a mi casa – responde ella.
Nos miramos. Aún hay una mesa llena de norteamericanos bebiendo vino. Apuramos unos tragos cogidos de la mano. Un vacío anida en mi pecho. La miro, bebo, vuelvo a mirarla, vuelvo a beber. Seguimos bebiendo hasta que viene otro mesero. Nos damos cuenta de que los norteamericanos ya se fueron; somos los únicos que quedan.
- Necesitamos un taxi – le digo.
Esta historia queda en continuará…, porque el mundo es mejor verlo con los propios ojos que por el Discovery Channel. (Las publicaciones se harán los martes y jueves aunque su periodicidad no puede garantizarse dada la naturaleza del viaje). Agradecemos a los siguientes colaboradores: Embajada brasilera en Colombia, Ibraco (Instituto cultural de Brasil en Colombia), Casa editorial El Tiempo, eltiempo.com, Avianca, Gimnasio Sports Gym y la revista Go “Guía del ocio”.
Eduardo Bechara y Tatiana Jordán
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